Después de publicar exitosas novelas como La uruguaya, por un lado, y la saga policial protagonizada por la periodista Verónica Rosenthal, por el otro, Pedro Mairal y Sergio Olguín volvieron al cuento. Los últimos libros de ambos autores reúnen una serie de relatos escritos en distintas épocas que tienen en común una mirada, en algunos casos irónica, sobre el género masculino. Breves amores eternos (Emecé), de Mairal, y Los hombres son todos iguales (Tusquets), de Olguín, cuentan el lado B de vínculos no siempre felices, con lenguaje coloquial y un sentido del humor que consigue la empatía del lector aun en las situaciones más trágicas y absurdas.
Los cuentos de Mairal continúan el registro de Pornosonetos, que el autor de Una noche con Sabrina Love había publicado en distintos momentos con el seudónimo de Ramón Paz y que Emecé editó en 2018 en un solo volumen. En Breves amores eternos, ofrece dos libros en uno: en las primeras 115 páginas aparecen las historias más recientes, y en la segunda parte, doce relatos de otras épocas agrupados con el título del primer cuento, «Hoy temprano». En la mayoría, el sexo es protagonista o, como dice Mairal, «no es el sexo en sí mismo, sino la exploración de todo lo que puede suceder, por ejemplo, cuando dos personas se encienden, pero cada uno está pensando en otro u otra».
En los cuentos de Olguín, el foco está puesto en la fortaleza (o la fragilidad) de los vínculos. Y esos vínculos que atraviesan las tramas van más allá de la pareja: hay relaciones de padres e hijos, de amigos de la infancia, de hermanos abandonados, de fanáticos y hasta de reencarnaciones, como en el caso de «La fabulosa vida de Pinocho», un retrato ácido y despiadado de un periodista mentiroso. «En mi libro hay dos grupos de cuentos: aquellos que escribí en los últimos años para revistas y antologías y otros que fueron escritos especialmente. El más reciente es ‘Recetas’, con el que cierro el libro. Cuando los seleccionaba, me di cuenta de que había un tema en común (‘los varones’), pero lo que no había era un estilo único. Tienen registros muy variados: hay de humor, policiales, de amor, de desamor. Lo que encontré en común es el tema de los vínculos varoniles», dice Olguín.
-«Recetas», que habla sobre la muerte de un padre, ¿es autobiográfico?
Sergio Olguín: -Sí. Para mí, toda literatura es autobiográfica, solo que lo real queda disimulado entre los pliegues de la ficción. Y aquello que se postula como autobiográfico también está marcado por la ficción. Ese cuento lo escribí pensando en el vínculo con mi viejo. Tenía ganas de contar cómo fueron los últimos momentos de su vida, desde que advertí que comenzaba a morirse.
-Pedro, con más o menos humor, en tus cuentos hay mucha frustración y hartazgo.
Pedro Mairal: -Sí, hay gente metida en situación de monogamia que está pedaleando en el aire. Algunos los había escrito para suplementos y antologías y en otros fui completando zonas. Así, se configura un rompecabezas, que siempre queda incompleto. Los relatos de «Hoy temprano» los escribí como a los 30 años, cuando estaba experimentando con distintas voces; los otros, cerca de los 44. En Breves amores eternos me arremoliné alrededor del tema de las parejas que no ven la luz al final del túnel.
-Sobre la cuestión del protagonismo masculino, en distintas entrevistas, por separado, dijeron que hoy no está de moda (o no está bien visto) narrar el deseo desde la óptica del hombre. ¿Por qué?
P.M.: -El deseo masculino tiene mala prensa. Me parece que hay un cambio de paradigma muy grande, con el cual estoy de acuerdo. Pero a la hora de crear personajes, una cosa sos vos como ciudadano y otra son tus personajes, que pueden ser incorrectos, en especial si vas a explorar un lugar donde se construye el deseo. Si hago una novela sobre un asesino serial, nadie me dice: «Estás avalando el crimen».
-¿Pero hay una intención de ir contra la corriente?
P.M.: -No. Yo no escribo en contra de cosas. Yo escribo, y si eso va en contra, va en contra. No es una intención. Pero me doy cuenta de que escribir sobre la construcción del deseo masculino va un poco a contrapelo. Puede sonar mal, machista. Es el riesgo de crear historias y personajes creíbles. Si resulta tan palpable que la gente salta a señalarlo, es un logro. Pero tiene que quedar bien claro que es territorio de la ficción.
S.O.: -Es un territorio que no tiene que entrar dentro de la corrección política ni de lo que se espera que uno haga como ciudadano. Son dos planos distintos lo que uno puede pensar políticamente y lo que hace en la ficción. Lo peor que puede hacer un escritor es sumarse a la censura estructural que hay en toda sociedad que te dice sobre qué podés escribir y desde qué lugar. Me parece que un trabajo interesante para un escritor es romper con eso, tratar de escribir sobre las cosas en las que en ese momento está interesado y no sobre las que la sociedad espera que escriba.
P.M.: -Yo creo que los cambios sociales repercuten en la conciencia de los personajes con bastante delay. No es inmediato. Además, no me sirve de nada pensar, incluso cuando creo personajes femeninos, cómo pensaría un hombre o una mujer, sino cómo pensaría ese hombre o esa mujer en esa circunstancia determinada.
S.O.: -Retomo algo que decía Pedro: la insistencia sobre cómo aparece la sexualidad en la literatura. Yo tengo escenas de sexo en todas mis novelas (menos en las infantiles y juveniles) y siempre me señalan cómo las describo. ¡Pero no es lo único que describo!
P.M.: -Me parece que las escenas sexuales empiezan mucho antes de que la gente se saque la ropa. Me gusta que sean el lugar donde están los nudos de todo, lo que se pone en juego.
-¿Hay una revancha del cuento en la actualidad?
P.M.: -La literatura argentina tiene una impronta muy fuerte del cuento. Hubo una bajada de línea y un desinterés en una época por parte de las editoriales españolas hacia el cuento. Con todos los autores que ahora estamos publicando cuentos tengo la sensación de que estamos ganando la batalla. Ojalá.
S.O.: -Estoy de acuerdo. En la década del 90, las editoriales no aceptaban libros de cuentos porque los españoles no entendían el interés de los argentinos, en un país donde el género más tradicional es el cuento. Lo que ya no existe es la idea de que el libro de cuentos es una obra menor. Creo que en el cuento es donde se juega la calidad literaria de un autor.
-¿Y qué les provoca el género en particular a la hora de escribir?
P.M.: -A mí me provoca una gran sensación de intensidad verbal. En general, los escribo en una o dos sentadas, aunque después corrijo mucho. Tiene algo que se tensa, que se construye en el aire y después se cierra. Y eso me fascina. No escribo un cuento hasta que no encuentro la voz de ese cuento, cómo va a ser dicho. Es un género que subestima menos al lector. Hay que involucrarse con el universo que genera cada historia. El cuento te abre un mundo y te lo cierra. Involucra más al lector y eso implica una exigencia mayor.
Fuente: Natalia Blanc, La Nación