«¿Otra vez La Bruja Winnie?», le pregunta Delfina Kalfaian a su hijo Ignacio, que tiene 4 años. Delfina, en realidad, finge sorpresa ante el pedido. Le gusta ver la sonrisa de Ignacio al mirar por enécima vez la tapa del libro. Sabe los diálogos de memoria, qué dibujo aparece en cada página. Le divierten las ocurrencias de la bruja Winnie como si fuera la primera vez que las escucha. No importa la cantidad de veces que lo hayan leído. A Ignacio le encanta leer una y mil veces el mismo cuento.
«Ignacio tiene una hermana mayor, Lucrecia, que tiene ocho años. Con ella nos pasaba exactamente lo mismo. Entendí que cuando uno lee un cuento por primera vez, los chicos se llevan la historia general. La segunda vez que lo leen empiezan a detenerse en algunos detalles, puede ser una prenda de vestir, o un objeto. En la tercera pueden detenerse más en un personaje, y hablamos de las emociones, de lo que hace y porque. En la cuarta puede ser que se queden en algún hecho particular. Así en cada lectura van sacando algo distinto de la historia -dice Delfina, mamá de Lucrecia, Ignacio y Felipe, de un año y medio-. La Bruja Winnie es la historia de una bruja y su gato. Es una historia pequeña pero al mismo tiempo muy visual. Cuando ya saben los diálogos, les gusta adelantarse y narrar ellos lo que va a suceder. El mismo chiste siempre les da gracia. Y sobre todo les gusta saber cómo termina».
Para la psicóloga Ileana Berman, la infancia es el tiempo de la estructuración psíquica. «Tiempo donde se hace necesario y fundamental adquirir seguridad. Construir un mundo emocional equilibrado y agenciarnos de la autoestima suficiente que nos permita hacer frente a las situaciones emocionales que nos harán tambalear en la vida», apunta la especialista en maternidad y posparto. Y agrega: «Claramente la infancia es el tiempo de la repetición. Repetición entendida como búsqueda de seguridad, de elaboración. En cada repetición algo nuevo se va incorporando y eso alimenta al seguridad del niño». Por eso, insiste Berman, un chico puede ver mil veces la misma película o leer mil veces el mismo cuento. Porque el ejercicio de partir de una idea global al detalle mínimo les hace el mundo más predecible. «Otorga una sensación de control que tranquiliza», refuerza Berman.
En la casa de los Martínez sucede algo parecido. Florencia es la mamá de Mateo y Joaquina, que hoy tienen 9 y 11 años, pero jamás olvidará el cuento de La pequeña oruga muy hambrienta, un clásico de Eric Carle, y la película con personajes animados [Flushed away]. «Todas las noches Mateo me pedía el mismo cuento, de una pequeña oruga que tiene hambre y página a página se va comiendo de todo. Y que finalmente se transforma en mariposa. Y con Joaquina perdí la cuenta de la cantidad de veces que vimos esa película. Al principio uno de los personajes, que es un ratón un poco desaliñado y bruto, le daba miedo. Después se moría de risa. Sabía de memoria los diálogos y la canciones. Pero lo que más me sorprendía era la identificación en distintos momentos con cada uno de los personajes», recuerda Florencia.
Haydee Giqueaux es psicopedagoga y asesora del proyecto Había una Vez, una aplicación de audiocuentos para dispositivos móviles, que nació con la idea de darle una vuelta de tuerca a la cantidad de tiempo que los chicos pasan con las pantallas. «Entre los 3 y los 7 años es la etapa del pensamiento simbólico, y la repetición como mecanismo contribuye en primer lugar a conocer los objetos y corroborar que existan. Es una etapa donde el niño va y vuelve sobre las cosas en una sola dirección. Sucede con los números, con las letras y con los cuentos. Después llegará la etapa del pensamiento reversible, donde se establecen relaciones de otra manera, y ese mismo cuento podrá tener una lectura diferente», explica la experta.
Había una vez – Cuentos infantiles está en todas las plataformas de audio, pero su creadora, Rocío Blanco, sabía que para llegar a una audiencia mayor, los cuentos no podían faltar en YouTube. «Le buscamos la vuelta y encontramos distintas formas de presentarlos. Algunos cuentos en YouTube tienen imágenes fijas, con la idea de poder escuchar al narrador y al mismo tiempo que las ilustraciones funcionen como en el libro papel. Que los chicos puedan hacer volar su imaginación a partir de un dibujo», explica Rocío. El catálogo de Había una vez es amplio, y la aplicación se puede descargar gratis. Hay clásicos como Los tres chanchitos, La Bella y la Bestia y Caperucita, que son de los que más reproducciones tienen, y otras historias más actuales, como la colección de No quiero ser princesa; Un gato miedoso o Tu monstruo de la guarda. «Las pantallas son una realidad en las infancia de los chicos, y los cuentos también tienen que estar disponibles».
Leer un cuento, o escucharlo, es para Julieta Ríos, psicóloga y terapeuta holística, una de las posibilidades que tiene un chico de elaborar una situación y hacerla propia. «Por eso se da el fenómeno de la repetición. Hay situaciones donde los chicos se sienten identificados con una situación, o con un personaje. A otro le pasa lo mismo que a mí. Como suele suceder con los miedos de la infancia. Lleva tiempo elaborarlos y la repetición ayuda hasta que finalmente se internalizan».
Actividad cerebral
Para los expertos, uno de los grandes desafíos es promover la lectura en contextos de vulnerabilidad. En la Argentina, según datos del último informe del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia (UCA), el 51% de los chicos vive en situación de pobreza. Lo que los aleja de los beneficios que tiene la lectura durante la infancia, una época donde la plasticidad del cerebro es mayor.
En los primeros años de vida, concluye Berman, todo es incertidumbre para los chicos. Caos. «Llegan al mundo sin certezas, sin rutinas ni orden. Es el adulto el que empieza a ponerle palabras a sus objetos, el que introduce rutinas, el orden y los hábitos. Saber lo que va a venir, como sucede con la lectura repetida de los cuentos, les permite anticiparse, programar y diseñar estrategias para afrontar la angustia. La repetición tranquiliza, baja ansiedades y vuelve el mundo más predecible».
Fuente: Soledad Vallejos – La Nación