Coinciden los oftalmólogos, especialistas en cultura juvenil, los kinesiólogos, expertos en redes sociales, psicólogos, observadores de tendencias, y hasta las empresas que fabrican tecnología. Estamos usando demasiado el celular.
A 30 años del lanzamiento del primer Movicom, la realidad es que —hoy en día— rara vez escuchamos una voz del otro lado. Este aparatito nos despierta, nos informa y nos mantiene en contacto. Saca fotos, muestra series y es la vía de escape en toda situación social incómoda. Pero, mientras tanto, ¿qué le pasa a nuestro cuerpo y mente? ¿Y a nuestras relaciones?
Empecemos por los más chicos. «La recomendación a nivel internacional es una fórmula que es fácil de recordar, pero muy difícil de implementar: 3-6-9-12«, arranca Roxana Morduchowicz, doctora en comunicación y especialista en cultura juvenil.
¿Qué es 3-6-9-12? Hasta los 3 años, cero pantallas, para promover las actividades motrices y el contacto con la realidad «real» antes que con la virtual. A los 3 años se incorpora la televisión, con los chicos siempre acompañados. A los 6 años se suma la tableta o la computadora, pero sin acceso a internet, con los juegos ya bajados. A los 9 años, tableta y computadora con acceso a internet y siempre acompañados.
Recién a los 12 años se incorpora el celular. «Es el último dispositivo, porque se considera que tiene sentido cuando el chico ya tiene cierta autonomía y necesita el celular por razones de seguridad», dice Morduchowicz.
No hay que equipar la habitación de los chicos con tecnología, que debe estar en espacios de circulación compartida, como el comedor, la cocina o el escritorio. Y se puede construir un código de uso responsable: «en esta familia nadie usa pantallas cuando estamos cenando» o «nadie puede usar la tecnología más de tres horas por día». Eso sí, todos deben cumplirlo.
«El uso desmedido del celular genera ansiedad y estrés», asegura Gabriela Martínez Castro, licenciada en Psicología y directora del Centro de Estudios Especializado en Trastornos de Ansiedad (Ceeta).
Martínez Castro propone seguir una dieta de las pantallas. «Al principio, indicamos a los pacientes que no utilicen el celular hasta después del desayuno y que no lo utilicen en los horarios del almuerzo, de la merienda, ni de la cena. Directamente se retira el dispositivo del lugar, porque estar escuchando que suena hace que nos pongamos en situación de tensión», explica.
Las series de Netflix, uno de los imanes del celular (AP).
«En un segundo término, se hace lo contrario: se dan momentos, bandas horarias, para el uso del celular. Por ejemplo, una vez a media mañana, una vez después del almuerzo, una vez después de la merienda y una vez antes de la cena», sigue Martínez Castro.
Dos horas como máximo por día es el tiempo límite de uso que pone la psicóloga. Asegura que nuestro entorno social se irá adaptando: «a la gente la vamos a ir acostumbrando a que no siempre contestamos rápido como necesita o está acostumbrada actualmente», sostiene.
Una encuesta de la Universidad Siglo 21, entre 1045 argentinos de 18 a 70 años mostró que en el trabajo, el 24% interrumpe sus tareas para chequear el celular. En medio de una charla, el 58% nota que la otra persona se pone a mirar el aparato. Y el 35% asume que chequea su teléfono aunque no haya sonado.
Para Carlos Spontón, coordinador del Observatorio de Tendencias Sociales y Empresariales de esa universidad, hay que «utilizar la tecnología como una herramienta y no como un fin». Esto implica usar apps que aumenten la productividad laboral, usar el celular racionalmente y no cada vez que se tengan deseos o ganas, y controlar horarios de uso y horarios de no uso.
Yendo al plano médico: «Los ojos no están hechos para ver la luz, están hechos para mirar con luz«, diferencian Rodolfo Vigo y Luz María de Zavalia, del Servicio de Oftalmología del Hospital Universitario Austral.
Sugieren regular el enfoque y la iluminación del dispositivo. Para modificar la tonalidad de los colores, usar la función “Night shift”. Y no mirar el teléfono de cerca: lo ideal es tenerlo entre 50 y 60 centímetros de los ojos y nunca a menos de 40 centímetros de distancia.
Turistas se sacan una selfie en el Palacio Imperial de Tokio, en Japón (Reuters).
Según Vigo y Zavalia, conviene iluminar los espacios un 50% por debajo del nivel de luminosidad del celular y que la luz no se refleja en la pantalla, parpadear con frecuencia, mantener hidratados los ojos con lágrimas artificiales —si está indicado— y, si usamos anteojos, asegurarse de que tengan recubrimiento antireflex. Y nos dejan un ejercicio: cada 20 minutos, mirar lejos del equipo y dejar ir la mirada hacia un objeto distante (por lo menos a 6 metros de distancia) durante al menos 20 segundos.
No solo en los ojos, sino que de pies a cabeza, todo nuestro cuerpo pasa factura por el uso de las nuevas tecnologías. Diego Castagnaro, director de la carrera de Kinesiología de la Fundación Barceló, alerta por un aumento de las «dolencias 2.0» como el «cuello de WhatsApp» (por pasar horas con la cabeza inclinada) y el «pulgar atascado» (lesión en el dedo).
Castagnaro recomienda: usar el teléfono estando sentados y apoyando el aparato sobre el escritorio, situar el equipo a la altura de los ojos para evitar flexionar la columna, darse pequeños automasajes, hacer elongación y cortar toda actividad sedentaria cada dos horas para realizar ejercicio y caminatas.
Parece contradictorio, pero del tema se ocupan —incluso— las empresas que fabrican los dispositivos. «Nos sentimos responsables de analizar el impacto en nuestras vidas de esta tecnología», dicen voceros de Motorola, que lanzó la campaña «Phone-Life Balance» para generar conciencia.
Algunos teléfonos incluyen un «panel de control» que detalla el tiempo que pasamos con el dispositivo, la frecuencia con la que usamos las aplicaciones y las veces que se desbloquea el teléfono. También, un «temporizador de aplicaciones» para establecer límites de tiempo al usar las «app» que más nos desconcentran.
Otras buenas ideas son configurar las alertas personalizadas —para controlar la cantidad de notificaciones que recibimos—, usar el «filtrado de llamadas» —para tener más tranquilidad en las horas de trabajo— y la función de “luz nocturna”, que aplica un filtro a la pantalla para reducir la fatiga ocular.
Imposible cerrar la nota sin mencionar al gran mal de esta época: WhatsApp. La experta en comunicación digital y redes sociales Laura Corvalán sugiere silenciar todos los grupos donde haya más de 4 o 5 personas. «La notificación va a estar, solo que va a ser un ruido o vibración menos», señala.
Galería de aplicaciones en un celular (Reuters).
Para abandonar un grupo sin ganar enemigos, «lo mejor es avisarle a alguien (el administrador, tal vez) que uno va a salir, cosa que cuando se genere la pregunta de: ‘¿Por qué se fue Fulanito?’ pueda dar la explicación del caso», sostiene. Es preferible salirse tarde en la noche (y no en mitad del día) y cuando no haya conflictos, «para que la gente no haga interpretaciones», dice Corvalán.
«Lo más sano es configurar la privacidad para que ‘la última vez’, la foto de perfil, la info y los estados los vean solo nuestros contactos. Y desactivar las confirmaciones de lectura. Con esto último, le decimos adiós al doble tilde azul, no veremos el de los demás, ni verán el nuestro», sigue Corvalán.
A quienes reciben muchos mensajes de trabajo, ella les recomienda tener dos celulares o dos chips. Y en el teléfono laboral, en la info de WhatsApp, poner: «Responde mensajes de L-V de 8 a 18».
También sugiere volver a las raíces. «Cuando salís a pasear al perro o al súper, dejá el teléfono en casa. Muchos dicen: ‘¿Y si pasa algo cómo me entero?’ Hasta hace 20 años salíamos y éramos inubicables durante largos ratos. Si no había nadie en casa, con suerte nos dejaban un mensaje de contestador», analiza Corvalán.
Quizás, ahí esté la clave. En poner un poco de distancia, para cortar con tanta locura.
Fuente: Clarín