Una de las salas más nuevas del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires podría ser confundida en estos días con un espacio de juegos, luego de que la artista Ad Minoliti la transformara en un «Museo Peluche».
Así se titula la mayor exposición individual que haya hecho esta «niña mimada» del arte contemporáneo argentino, que pronto se radicará en Alemania. Meses atrás, mientras se contaba entre los pocos artistas que llegaron a exhibir en la Bienal de Venecia antes de los cuarenta años -invitada por el curador Ralph Rugoff para la muestra central de la última edición-, vendía obras por miles de euros en Art Basel, la feria de arte más importante del mundo.
La muestra incluye personas con máscaras peludas de gato, oso y zorro
Todo esto después de haber exhibido una instalación en un espacio destacado de arteBA, de haber celebrado con una muestra en la Usina del Arte una década de PintorAs, el grupo feminista fundado por ella, y de haber participado el año pasado de la Art Basel Cities Week, convocada por por Cecilia Alemani para el circuito Rayuela que abarcó distintos puntos de Buenos Aires.
Ocurre que detrás de la inocente fachada de los dibujos, pinturas e instalaciones realizados a lo largo de 15 años hay «un caudal conceptual disruptivo y necesario» con el que la joven artista «redefine el arte político» según Marcos Krämer, curador junto con Carla Barbero de la muestra que inaugura mañana a las 18.
«Lo que se denomina ‘infantil’ suele tener una connotación negativa. Esta muestra se ve alegre y colorida pero tiene una conexión con la lucha por la educación sexual integral para niñxs trans», señaló por su parte la artista, que apela a teorías queer y feministas para «pensar una dimensión no humana, sin divisiones binarias» y sin caer «en los estereotipos del arte político latinoamericano».
Minoliti apela a formas abstractas y colores vivos para recrear las casas de muñecas, ese juego que suele asociarse con las nenas y que según ella «impone una bajada de línea de cómo hay que vivir».
Así, por ejemplo, Minoliti apela a formas abstractas y colores vivos para recrear las casas de muñecas, ese juego que suele asociarse con las nenas y que según ella «impone una bajada de línea de cómo hay que vivir».
Los juguetes aparecen en varios de sus proyectos para denunciar la forma en que la sociedad «disciplina los cuerpos», mientras que las intervenciones con color sobre la pared buscan «romper con el cubo blanco» de la sala de exposición y con las referencias cronológicas de las obras.
Nada, sin embargo, obedece al azar: la paleta elegida responde al posicionamiento «ético-político» de la artista y la relación de su obra con el contexto de su producción. El naranja, el violeta, el marrón y el verde que abundan en sus intervenciones representan el activismo que reclama un Estado laico, la comunidad LGTBQI, el movimiento antirracista y la lucha por la ley de interrupción voluntaria del embarazo.
Minoliti también emplea el collage, señala Krämer, para «reunir los pares binarios en los que se asienta la cultura moderna», como la cada vez más cuestionada distinción entre lo femenino y lo masculino. También se propone evitar la polarización entre teoría y práctica al incorporar a su exposición una «Escuela feminista de pintura», donde los sábados se dictarán talleres abiertos con artistas invitados que revisarán los géneros históricos de la pintura.
«Uno de los grandes valores de su trabajo es su capacidad performativa -observa Barbero-, que le permite aprovechar la muestra en un museo para generar nuevos hábitos, afectos y formas de producción de placer.»
Para demostrar esa dimensión de su trabajo, la inauguración de mañana incluirá una olla popular de comida vegana de color verde a cargo de Caterine Ful Lov, colectivo de artistas integrado por Lucía Reissig y Nina Kovensky.
Fuente: Celina Chatruc, La Nación