En la historia universal, y en la argentina en particular, hubo amores de toda clase que trascendieron los tiempos y se narraron en relatos periodísticos y de ficción. De todos ellos, los amores sufridos, prohibidos, ocultos son los que generan más curiosidad y los que más atraen la atención del público masivo. Es por eso que muchos de los libros que cuentan amores secretos suelen convertirse en best sellers. Uno de los últimos fenómenos editoriales en ese terreno es la novela histórica La vengadora, de Florencia Canale, publicada por Planeta. Allí, la autora de Pasión y traición, otra novela del género que ya lleva diez ediciones, rescata la figura de Damasita Boedo, la amante de Juan Lavalle.
Entre las y los amantes de la historia nacional, Damasita Boedo, «la joven más bonita de la alta sociedad salteña», como la describe Canale, se destaca no tanto por sus anécdotas entre las sábanas, sino por haber tenido la osadía de conquistar al militar que mandó a fusilar a su hermano, Mariano. La historia de Damasita reúne los ingredientes perfectos para un gran éxito editorial: pasión, secretos y venganza. Publicada en septiembre, agotó la primera edición en apenas un mes y la segunda sigue en los primeros puestos entre las novelas más vendidas del país.
Experta en biografías ficcionalizadas de personajes de la historia nacional, la autora de Salvaje. Urquiza y sus mujeres (Planeta) y de una exitosa trilogía dedicada a Juan Manuel de Rosas está convencida de que «la ficción atrae y los lectores, hartos de la contingencia y de la realidad arrolladora, ven en el género un alivio y un contrato de felicidad constante, aunque el tema sea aterrador. La historia nos constituye, en la novela histórica intentamos encontrar respuestas a la infinidad de preguntas que nos hacemos acerca de nuestro origen. El siglo XIX es el tiempo de la épica, del romanticismo, de las ideas y de los ideales. También Damasita convoca, despierta curiosidad, enciende las ganas de conocer a esa mujer que fue capaz de matar por amor».
Las vidas de Damasita, en la casa familiar de los Boedo en Salta, y de Lavalle, entre su familia y sus incursiones militares por las provincias, transcurren paralelas. Canale las reconstruye en lo cotidiano, con sus problemas, penas y alegrías. A Damasita, huérfana desde muy chica, sus tías le buscan marido. Ella se resiste a casarse con alguien que no conoce y no sabe si llegará a conocer. Recién en la página 220, de las 281 del libro, los dos personajes se ven la cara por primera vez. Enterada del encarcelamiento de su hermano (y de la orden de Lavalle de fusilarlo), Boedo encara al general en el despacho del gobernador de Salta y le implora que le perdone la vida a Mariano. Sorprendido e indignado, Lavalle ordena a sus hombres que la saquen por la fuerza. Al día siguiente, Boedo es fusilado y Damasita jura venganza: es entonces cuando empieza otra historia: la de la amante que no busca placer, sino revancha.
«Damasita fue una ‘rara’ para su tiempo. Fue una niña huérfana criada por sus tías, pero muy consciente de su soledad. Se vistió de varón para ir a la guerra, tomó decisiones impropias para su género, fue una desobediente, una rebelde con causa. Una mujer de las que me gustan -dice Canale-. Elegí a Damasita porque su historia me resultó apabullante. Hace algunos años, Felipe Pigna me contó algunas cosas de ella y me dijo: ‘Deberías escribir la novela de Damasita’. Ahora investigo para mi próxima novela a otra mujer deslumbrante por su arrojo y bravura. Una temeraria de ley.»
De las amantes que trascendieron en la historia, como Aurelia Vélez Sarsfield ( La amante de Sarmiento, biografía de la historiadora Araceli Bellota, publicada por Planeta hace 20 años y actualmente descatalogada), Boedo se distingue por haber pasado del odio a la pasión y de la pasión al amor. La historia oficial y la ficción registran otros romances furtivos con finales muy distintos al de Damasita y Lavalle. «Es nuestra tragedia criolla, Damasita es nuestra Antígona». Así define Canale a la protagonista de esta historia turbulenta que nació como represalia a una muerte y terminó con más muerte y dolor.
Fuente: Natalia Blanc, La Nación