Un par de chanchos se alimentan de basura junto al portón, al final de un precario camino en la desolada colectora de la autopista Ezeiza-Cañuelas. Del otro lado, imponentes esculturas de hierro y bronce custodian un galpón de más de 4000 metros cuadrados.
Es la única señal de que allí adentro se fabrican sofisticadas piezas de ingeniería encargadas por algunos de los principales arquitectos del mundo, desde el uruguayo Rafael Viñoly hasta el holandés Rem Koolhaas. Como la escalera diseñada como columna vertebral del nuevo edificio ampliado del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), que se inaugurará el 21 de este mes.
«Hay que ser modesto en la vida. Digamos que coincidieron las circunstancias y el esfuerzo de haber estado veinte años en proyectos para el exterior», dijo a LA NACION Dante Tisi, ingeniero civil de 68 años graduado en la UBA, al relativizar las elogiosas declaraciones de Glenn Lowry. En su reciente visita a la Argentina, el director del MoMA había asegurado que en su taller fue el único lugar «donde se pudo conseguir esta maravilla de la ingeniería».
Se refería a la escalera de acero inoxidable sólido que funcionará como pieza central de la sede ampliada del MoMA, diseñada por el reconocido estudio Diller Scofidio + Renfro, que unirá los cuatro pisos y comunicará el museo con la ciudad a través de un ventanal.
«Es una estructura central con escalones en voladizo, como una columna vertebral con brazos para ambos lados», explicó Carlos Fatturini, ingeniero que integra el equipo de treinta personas liderado por Tisi. Agregó que las piezas demandaron un año de trabajo y se enviaron por partes, en varios containers, para ser montadas en Estados Unidos.
«Inspirados en la visión original de Alfred Barr de un museo experimental en Nueva York, el valor real de esta expansión no es sólo sumar espacio, sino que nos permita repensar la experiencia del arte en el museo», observó Lowry al manifestar su interés de «acercar el arte a la gente» y de transformar el museo en un lugar de socialización y encuentro.
Familia de inmigrantes
Acercar, sí… aunque no a toda hora. El aporte de Tisi a uno de los principales museos del planeta se completa con una puerta plegable de seguridad, compuesta por ocho piezas de aluminio, que separará por las noches la explanada del museo del espacio público.
«El diseño es lo más importante y siempre hay algo nuevo, esto nunca se hizo antes», dice Tisi, descendiente de una familia de inmigrantes italianos expertos en el tema.
Si bien él decidió especializarse hace dos décadas en una rama más vinculada con el arte y la arquitectura, su bisabuelo era Antonio, uno de los dos hermanos Tisi llegados desde Trento que montaron en 1886 una empresa especializada en la fabricación y montaje de estructuras metálicas.
Entre los proyectos realizados por esta empresa familiar, que aún continúa en actividad, se cuentan nada menos que los techos del Palacio del Congreso Nacional; el Teatro Colón; la sede del Banco Nación; las estructuras metálicas de Interama; los edificios de La Prensa y del Ministerio de Relaciones Exteriores y el Palacio Paz, actual Círculo Militar Argentino.
Con el nuevo milenio, Dante impulsó un emprendimiento más afín con su visión creativa. El primer proyecto importante fue un instituto dedicado al estudio del genoma humano en la Universidad de Princeton, diseñado por Viñoly. A él pertenece el boceto trazado con marcadores de colores sobre un papel amarillo, con indicaciones para la obra de su casa en Punta del Este, que está pegado sobre un vidrio de las oficinas de Tisi.
Para el arquitecto uruguayo diseñaron también el techo móvil del edificio que aloja la Colección Fortabat, inaugurado en 2008, cuya función original quedó en desuso por falta de mantenimiento tras la muerte de Amalita.
En los últimos años colaboraron con dos importantes proyectos en el High Line de Manhattan: uno que se aloja debajo y otro que se eleva sobre las antiguas vías del ferrocarril que cruzaba la Gran Manzana. El primero es una caja de vidrio sin columnas diseñada por Renzo Piano en el corazón del Meatpacking District, cerca del Museo Whitney, que aloja el restaurante italiano Santina. El segundo es High Line 23, edificio proyectado por Neil Denari en un angosto terreno, que gana volumen a medida que se eleva en altura.
«En Nueva York, un edificio considerado obra de arte no se ve obligado a cumpir con ciertos reglamentos -explicó Fatturini-. Nosotros hicimos el frente, hace una década. Se vendió todo, a 33.000 dólares el metro cuadrado.»
En el taller de Tisi hay prototipos de muchos de esos trabajos, como la estructura de alumnio que simula un telón con la que Koolhaas cubrió por completo la estructura del teatro Wyly, en Dallas.
Desde la distancia, estas célebres figuras de la escena internacional envían emisarios para supervisar todo. ¿Qué los atrae hacia el fin del mundo? Según Tisi, no es sólo una cuestión de precios más competitivos, sino que también influyen la experiencia lograda a lo largo de los años y «las ideas innovadoras sobre los diseños originales de la estructura».
Musas inspiradoras
En ese aporte creativo que tanto distingue a los argentinos influye, sin duda, el talento de nuestros artistas. No parece casual que el equipo de Tisi realice también obras monumentales en base a diseños de Julio Le Parc, Pablo Reinoso, Marie Orensanz, Alberto Bastón Díaz o Norberto Gómez. Varias piezas de esos artistas están siendo construidas en este momento en el galpón de Ezeiza, antes de ser enviadas a sus dueños; otras pertenecen a la colección de Tisi, que las ubicó en el jardín de entrada del galpón.
Como la imponente mujer sin cabeza creada por el joven Javier Bernasconi, de 10,5 metros de altura. «La construimos en bronce, con una estructura central similar a la de la Estatua de la Libertad,», dice Fatturini, tras confesar que al principio le costó adaptarse a la forma de trabajar de los artistas.
«No entendía por qué desechaban piezas que habíamos hecho exactamente según sus indicaciones -explicó-. Hasta que Pablo Reinoso me explicó que simplemente no coincidían con lo que había imaginado, y que el error forma parte del proceso creativo.»
Fuente: Celina Chatruc, La Nación