Los agapantos se recortan del fondo blanco de una foto con una nitidez impactante, y lo mismo sucede con pequeñas flores amarillas. «Un día me pregunté cuánto se podrían ampliar estas fotos que había tomado con el teléfono y cuando vi el grado de definición que conservaban las copias me llevé una gran sorpresa», cuenta el fotógrafo Aldo Sessa mirando las imágenes que componen Mi tercer ojo, exposición que se inauguró en la galería Maman. Pero la sorpresa –que abrigó un proyecto que ya cuenta con más de tres mil imágenes– no terminó en descubrir el potencial de la pequeña cámara que anida dentro de la mayoría de nuestros smartphones, sino en tomar profunda conciencia de lo que ese tercer ojo, al que el nombre de la muestra alude, significa. Y del hecho de que viva en nuestras carteras y bolsillos.
En los pasillos de la galería. / Fernando de la Orden
«Cuando todos esos chicos que hoy sacan miles de imágenes –que después tiran porque están jugando– tomen conciencia, probablemente a partir de descubrir una gran foto que hayan hecho, del potencial de estas cámaras, van a haber aprendido en muy poco tiempo lo que es el máximo secreto de la fotografía: aprender a mirar», explica Sessa. «La máxima condición que un fotógrafo puede desarrollar es una mirada amplia, que pueda ver lo que para los demás es invisible. Nuevos valores van a surgir de nuevas fotos, que no se podrían haber hecho antes, porque el teléfono es más dúctil, y permite ver cosas que hasta ahora no pudimos».
A punto de cumplir 80 años, con una vasta carrera como fotógrafo, Sessa se siente ante esta nueva posibilidad tecnológica como un niño que no quiere dejar de jugar. De ahí, acaso, el inusitado optimismo que contagia su postura frente a estos «juguetes» electrónicos, uno de los objetos más radicalmente transformadores (y polémicos) de la historia reciente de nuestra cultura.
«Primero era tenerlo encima por si alguien me llamaba, y después se convirtió en una especie de cuaderno de apuntes. Empecé a tomar fotos con el teléfono de todas las referencias (epígrafes, direcciones, horas, lente y diafragma que usaba para fotografiar) para no hacerlo con mis otras cámaras, y eso me empezó a mover el piso. Más adelante empecé a bocetar. Probaba cómo sería una foto y después la tomaba con las otras cámaras, y cuando comparaba, el teléfono me había dado la mejor imagen.» Sessa prefiere no revelar qué smartphone usa y sí mostrar que con un buen teléfono comercial se pueden captar grandes fotografías.
Con carcasas. Así se presentan las imágenes; en la última, la sombra de Sessa sobre una obra de Lucio Fontana. / Fernando de la Orden
Irónico, captura el cartel de un bar que reza «Gui fi no hay, hablen entre ustedes», inocente crítica a ese mismo mundo futurista que él está descubriendo en sus imágenes. También a un hombre tendido en el césped entregado al sol de la plaza. Y si los rascacielos neoyorquinos se reconstruyen con su reflejo en los cientos de gotas sobre un auto, el Obelisco emerge sobre un charco al que pequeñas flores mustias dan un toque de color que alegra la nostalgia porteña.
Acostumbrado a salir siempre con dos o tres cámaras encima, Sessa, cuya obra se distingue por la elegancia con que aborda los pequeños detalles de la vida citadina, comenzó a ver el mundo en el ojo que el visor del celular le estaba abriendo. (Bastante más grande, además, que los visores que su Rolliflex y su Leica le ofrecían). Y mirar el mundo con ojo nuevo es siempre mirarlo por primera vez.
La mirada de Sessa, en 70 imágenes. / Fernando de la Orden
Seleccionadas por la curadora Patricia Pacino, las alrededor de 70 imágenes que se presentan mantienen aquel sello de gracia y elegancia característico en Sessa, pero se entregan a nuevos detalles. Aparecen aquellas imágenes donde el fotógrafo se concentra, sin tapujos, en los espectadores de diversos museos y galerías que, inmersos en el momento de contemplar las obras, ni notan que están siendo observados. Es que esa es otra de las «ventajas» del juego de tomar fotos con el teléfono: la completa ausencia de aquella antigua inhibición que siempre coloreó el momento en que los fotógrafos «desenfundaban» sus cámaras.
«Pareciera que en la actualidad –escribe Pacino en el catálogo de la muestra– el artista fotógrafo tiene poco margen para hacer aparecer una imagen. Pero no estamos hablando de una imagen cualquiera sino de una que multiplique el asombro, que preserve la belleza en sus confines o que nos arranque una sonrisa con su fina ironía. Una imagen que atrape la gracia del instante como recién nacido y se transforme en relato. En este punto aparece un maestro de la imagen, un prestidigitador».
El artista, durante la recorrida con Clarín. / Fernando de la Orden.
Cielos plomizos reflejados en charcos de agua, monumentos vistos desde los ángulos más inciertos, «dibujos» abstractos compuestos azarosamente por banditas elásticas o por el reflejo en la pared de una araña de luces, collages de tono dadaísta compuestos a partir del papel sobrante de las copias, cientos de gotas de lluvia sobre el capó de un auto. En sus distintos tamaños y formatos, cada una de las fotos colgadas en la galería lleva impresa, a modo de marco, la carcasa del teléfono. «Quería que todos entiendan que es un teléfono… y lo usen», está explicando el fotógrafo cuando una señora se le acerca para felicitarlo. Un segundo atrás se vio tentada, confiesa, de tomarle con su propio teléfono ella una foto a él, que a su vez fotografiaba su propia obra colgada en la galería. Así de infinito es el juego. «Soy antropóloga y vivo sacando fotos en la calle», le dice la señora entusiasmada con la exhibición, y el encuentro. «Eso es lo que hay que hacer», le contesta Sessa con una sonrisa, teléfono en mano.
Ficha
“Mi tercer ojo”, de Aldo Sessa
En Maman Fine Art Gallery, Avenida del Libertador 2475. Lunes a viernes, de 11 a 20. Sábados, de 11 a 15. Entrada gratuita.
Fuente: Clarín