Desde su fundación y con sus libros, Malaisi viene trabajando el tema para que sea contemplado en la educación formal primaria y pública en nuestro país, incluyendo el impulso de un proyecto de ley de educación emocional que ya está aprobado en algunas provincias y camino a implementarse en otras.
«Los legisladores no lo están viendo e implementando todavía y esta es una gran omisión a nivel social, pero el 80% del desarrollo de una persona depende de las habilidades emocionales. El acento de la educación tradicional estaba puesto en ayudar a combatir el lectoanalfabetismo, cosa que se logró porque hoy el 98% en América Latina sabe leer y escribir. Sin embargo en el siglo XXI padecemos el analfabetismo emocional, que se ve reflejado en el consumo de drogas, la violencia, el índice de abandono escolar, suicidios, delincuencia y otros temas que tienen por eje la mala gestión de las emociones. Esto es lo que viene a hacer la educación emocional: dar explicaciones a cómo funcionan las emociones y cómo gestionarlas para evitar todo ese tipo de tópicos a futuro. La escuela sigue igual, pero hoy detectamos nuevos desafíos, si bien hay una gran resistencia en el ámbito también», enumera Malaisi entre algunas de las variables por las que el sistema educativo no incluye, todavía, estas cuestiones.
Una encuesta realizada en febrero de este año por el Pew Research Center en los EE.UU. reveló que el 70% de los adolescentes consideraban la salud mental un tema preocupante para ellos y sus pares, con la ansiedad y la depresión a la cabeza, seguidos de bullying y el uso drogas (sobre 1000 encuestados de entre 13 y 17). Asimismo, esta semana varios medios de ese país reportaban que la franja de los 18 a los 25 tuvo un incremento del 63% entre el 2009 y el 2017 en casos de depresión. Si ya se habla de que la generación Z de nuevos nativos digitales probablemente sea la más estresada (¡más que los millennials!) en las franjas de los 18 a 21, llama la atención que el aspecto emocional haya quedado escindido de la educación, sobre todo si podría ser un factor para mejorar la calidad de vida.
Al fin y al cabo, en distintas escuelas se le dedica a la educación artística, religiosa, e inclusive deportiva, tiempo y recursos.
Malaisi es además autor del recientemente publicado Modo creativo, educación emocional de jóvenes adultos, un libro pensado para darles herramientas a los docentes que van a hacer educación emocional, pero que primero deben aprender ellos, como referentes de los chicos, a gestionar sus emociones. «Mi esfuerzo es explicarles a las personas con base científica el efecto que tienen las emociones en la vida, en el desempeño, y cómo por ejemplo cuando uno se estresa se activa el sistema simpático (reacciones y reflejos viscerales) y con esto se desactiva el parasimpático (controla las funciones y actos involuntarios), y entonces se desactivan otros sistemas que tienen que ver con el descanso, el sueño, lo inmunológico, la reconstitución celular, la memoria de vocación, ingresando cuando estamos estresados o vivimos una emoción displacentera a lo que se llama modo defensa».
¿Y las emociones qué?
Ademas, el libro explica cómo los pensamientos, que son una expresión directa de las creencias, terminan transformándose en emociones y de qué manera esto incide en nuestro accionar cotidiano: desde cómo lidiás con el fracaso o las frustraciones, a la resolución de un problema, tu capacidad para expresar lo que sentís y la forma de vincularnos con los demás. Atención, esto aplica tanto para niños y adolescentes, como adultos. La idea central por tanto es tener las herramientas para gestionar las emociones, ya que de esto depende que las cosas nos salgan bien o mal, según si estamos modo creativo o defensa. Tanto en Europa como EE.UU. se vienen trabajando distintos enfoques alternativos desde la educación, y en algunos colegios ya se implementan desde clases de mindfulness a sesiones de juegos en la naturaleza dependiendo del tipo de colegio. Acá, la educación emocional como algo novel ha quedado circunscripto a las escuelas privadas o de otros enfoques, que son las que tienen recursos y autonomía para llevarla a cabo, dejando al margen a las escuelas públicas y de zonas vulnerables, que por otro lado son las que más lo necesitan.
«Muchas de las cosas que hacen en el colegio me parecen maravillosas, porque además de la cuestión intelectual y del aprendizaje tienen en cuenta las motivaciones emocionales de cada uno de los chicos», cuenta Natalia Beneitez, mamá de Emilio, de 10 años, que va a cuarto grado de la Escuela para el Nuevo Hombre, un colegio privado, mixto y laico del barrio de Flores que incorpora algunas de estas nociones en la enseñanza. «Tienen un taller desde el jardín donde a través de la expresión corporal van todos los viernes al zoom del colegio y tienen un rato para sacarse las zapatillas y las medias, hacer respiraciones y contar con el cuerpo las cosas que les pasan todos los días. Lo que les preocupa, lo que les duele, lo que los hace felices, lo que disfrutan. Y trabajan mucho las emociones, que está bien estar triste, contento, enojado, y aprenden a manejar y a controlar todo eso (especialmente los enojos y peleas con énfasis bullying), y tienen un gran sentido de la responsabilidad para con el otro y con su propio cuerpo. Además todas las mañanas tienen algo que ellos llaman encuentro, donde cada grupo se junta con los suyos y los docentes y charlan de las cosas que les preocupan».
El tema de la educación emocional hoy en día se trabaja en dos provincias con el proyecto de ley aprobado, Corrientes y Misiones, y hay dos métodos: se puede trabajar capacitando primero a los docentes y que ellos luego lo planifiquen como cualquier otro contenido, sea transversalmente, es decir de forma conjunta con otras asignaturas, o verticalmente, que es por ejemplo haciendo una hora de educación emocional. En Formosa sacaron una resolución que invita a los colegios a aplicarlo, pero que todavía no tiene entidad de ley. La aplicación es un proceso y es paulatino, como con la ESI hay colegios que lo están haciendo y otros que no. Sin embargo, desde la fundación y el proyecto Cicatrizando Argentina que pretende extenderlo por toda América Latina, se sigue de cerca el desarrollo.
Por otro lado, se ha declarado el 10 de noviembre Día de la Educación Emocional, tanto en colegios como para llevar a otros ámbitos como el empresarial, y se fomenta expresar las emociones asertivamente durante este día para institucionalizar el hábito de decir lo que sentimos. Lo que busca y garantiza la ley al aplicarse es instalar este tipo educación en los colegios, permitiendo que el alcance sea sistémico, sustentable y durable en el tiempo, y finalmente, que la formación sea científica y de calidad para los docentes capacitados (en vez de paga ya que no todos pueden acceder a ella).
Lo cierto es que las emociones son un recurso genuino para la toma de decisiones, y tienen efectos probados no sólo en el desempeño educativo o laboral, sino también en los procesos biológicos de sanación o enfermedad, ya que si no expresamos o reconocemos las emociones podemos enfermar. «No necesitamos nada, sólo tener procesos mentales adecuados donde aprendemos a respetarnos a nosotros mismos, a motivarnos y eso hace que la persona esté satisfecha consigo misma y se mantenga en modo creativo».