En una bella tarde de fin de verano, una carroza, escoltada por 500 guardias, atravesó la ciudad de Lyon en medio de un silencio mortal. Una gran cantidad de gente se encontraba a los lados del camino que iba desde el palacio de Justicia a la plaza des Terreaux, lugar donde tenían lugar las eventuales ejecuciones y las torturas.
Contrariamente a los usos y costumbres, los dos condenados transportados ese 12 de septiembre de 1642 tuvieron el privilegio de ser llevados hasta la horca en un vehículo ataviado elegantemente y no en una vulgar carreta.
En el elegante vehículo los dos hidalgos gentilhombres fueron ubicados a bordo: Henri d’Effiat, marqués de Cinq-Mars, caballero del rey, gran maestro del guardarropa real, y su amigo Auguste de Thou, consejero en el Parlamento. Acusados, ambos del crimen de lesa majestad, estaban condenados al cadalso.
Estos dos hombres fomentaron una de las numerosas conspiraciones destinadas a eliminar al Primer ministro del rey Louis XIII, el cardenal Richelieu, y hacer alianza con Felipe IV de España, país contra el cual Francia estaba en guerra desde hacía varios años.
Con más de 57 años, envejecido por el ejercicio de su cargo, el Cardenal quiso escoltar él mismo a ese transporte para mostrar su triunfo frente a ese engaño que lo afecto más que todos los otros. En esta ocasión había sido su protegido, el marqués de Cinq-
Mars, quien había desarrollado esa iniciativa.
Los condenados no intercambiaron una sola palabra desde que el veredicto del Parlamento fue conocido. «No pudiste descuidar tu vestimenta en este funesto día», exclamó de repente François Auguste con una triste sonrisa al mirar a su amigo y cómplice. El marqués se vistió con un amplio paño pardo todo cubierto de encajes de oro; calzas de seda atadas por una cinta blanca, un gran manto escarlata con enormes botones de plata y un sombrero de ala, negro.
«Es lo menos que puedo hacer, llevar bien alto el símbolo del cargo que tuve el honor de ocupar, y eso hasta la muerte», susurró Henri, gran maestro del guardarropa del rey Louis XIII estaba relacionado con los proveedores y aprovecho para constituirse una colección única de ropa: 52 trajes de gala, estimados en 100 libras cada uno, sin contar las capas, sombreros y otros accesorios. François August se mostró muy dubitativo.
«Di más bien qué esperas que tu «padre adoptivo» te saque de aquí!. No te hagas muchas ilusiones. Cuantos motines florecieron estos últimos años para cuestionar el absolutismo real? Y ninguna de esas conjuras jamás beneficiaron de su clemencia».
El marqués de Cinq-Mars oteó el horizonte y en su rostro asomaba un atisbo de inquietud pero tenía una secreta esperanza de ver al cardenal Richelieu intervenir en el último minuto para salvarlo. Semejante gesto de clemencia era considerable de parte de un hombre de una cierta edad que quisiera dejar para la posteridad una imagen más humana. «La pena que más me da en este caso es la de saber que nuestros principales cómplices no serán castigados», agrega François Auguste de Thou. Su voz resuenaba en el habitáculo.
Hacía alusión a Gaston de Orleans, el hermano del rey que salvó su cabeza al traicionar a todos los actores de esta conjura. Cinq-Mars por su parte pensaba en la reina Anne de Austria cuya benevolencia, ambigua, le dejó creer que Louis XIII quería alejar al poderoso ministro. «Soy yo el traicionado, no el cardenal de Richelieu», murmuraba Cinq-Mars, hablándose a sí mismo.
- Anne de Austria
En momentos en que venían cruzando uno de los puentes más importantes de la ciudad, la carroza y la carreta se acercaban a la plaza de Terreaux, el marqués rememoraba, con dolor, su juventud y la esperada benevolencia del Cardenal en esa época.
Cuando Henri cumplió 16 años Richelieu le hizo dar una instrucción de acuerdo a su inteligencia, y le enseñó el manejo de las armas. En 1636 decidió presentarlo a la corte. En realidad el Primer ministro solo tenía una idea en mente: volver a conquistar al rey que estaba encaprichado con Marie de Hautefort, allegada de la enemiga personal del Cardenal, la reina Anne de Austria. Quería hacer de su protegido un instrumento de poder para someter al monarca.
Jovial, bello, agradable e inteligente, Henri tenía todas las cualidades para ser un «favorito» del rey. A pesar de la falta de gusto por la austeridad y las reprimendas del monarca, se mostraba como un alumno dócil y jugaba el papel a la perfección. Louis XIII le dio los cargos más honoríficos que terminaron por hacer de Henri d’Effat uno de los personajes más importantes del reino. Hasta quiso casarse con Marie de Gonzague, princesa de Mantoue y pidió recibir de dote un ducado para acceder a esa unión principesca. Su obediencia le daba el derecho de aspirar a ello, pero Richelieu se negó a ello. Inquieto de su influencia creciente, instigó contra el cardenal ante el rey. Cinq-Mars no tuvo entonces otra elección que la de una conspiración contra el que lo había lanzado. Para defender su honor.
Sin siquiera haber buscado un apoyo muy rápido se le unieron los grandes del reino que querían debilitar el poder del monarca. Toda su familia fue sancionada.
El mozo encargado de las cuerdas los espera sobre el cadalso con su hacha, cuyo filo relucía a plena luz. Momentos antes de ser decapitado según el protocolo establecido por los miembros de la nobleza, Cinq-Mars barrió con los ojos la multitud y buscó la silueta del Cardenal. No hubo un gesto de clemencia alguna entre los rostros de los presentes, y todavía menos del que permaneció en el carruaje, muy cerca del cadalso.
El Cardenal estaba sumido en la sombra. Inmóvil esperaba el momento de la muerte de Cinq-Mars. Al poner su cabeza en el tronco recordó a Richelieu. Cuando tenía 18 años este le había enseñado que era mejor perder la vida que el honor.
El hombre a cargo de la ejecución no tenía mucha experiencia y tuvo que golpear varias veces hasta que el filo del hacha cortó el cuello de los dos condenados. Ante esta brutal carnicería la multitud gritó su indignación.
Toda la familia Cinq-Mars fue castigada por la conspiración: su madre fue enviada a Tours, exiliada; su hermano privado de sus beneficios de abad, y el castillo de la familia, destruido, hasta su última piedra, a la altura de la infamia. En lo que concierne al Cardenal de Richelieu cuatro meses más tarde siguió a su antes protegido a la tumba. Murió el 4 de diciembre de 1642.
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*Jorge Forbes es un periodista argentino que reside en Francia y que desde 1982 es corresponsal en París para diferentes medios, tanto en la Argentina (Radio Continental), como de Estados Unidos (Voice of América), México (Radio Noticias) y Uruguay (Radio Sarandí).
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