Distinguida con al menos 17 apellidos, a la Ruta N° 4 de la Provincia de Buenos Aires le ganó el apodo popular que prevaleció sobre cualquier otro nombre: El Camino de Cintura. Se trata del segundo anillo de circunvalación de la ciudad de Buenos Aires -después de la General Paz- que, en sus 70 kilómetros, une San Isidro con Florencio Varela, y atraviesa 11 distritos. Del Norte al Sur del Gran Buenos Aires, cruza lugares históricos, leyendas conurbanas y mitos surrealistas como el del albergue transitorio de Susana Giménez en Monte Grande, o la triple frontera «sin aduanas» entre Morón, Hurlingham y Tres de Febrero. También el bar de Boulogne donde Karina “La Princesita” afinó la voz que más tarde la lanzaría a la fama, o el avión sospechado de haber sido usado para los “vuelos de la muerte” en los que, durante la última dictadura militar, se tiró personas al mar.
A todas esas historias las une un solo un colectivo: La Costera. La línea 338, con una cabecera en San Isidro y otra en La Plata, tiene su terminal principal en San Justo, donde más de 300 colectiveros toman servicio para recorrer el Camino de Cintura de punta a punta todos los días.
En el Norte, la ruta se viste de coqueta avenida con enormes arboledas, antiguos chalets de tejas -algunos modernizados con cercos eléctricos- de un lado, y el Hipódromo de San Isidro y el aristocrático Jockey Club del otro. Una fuente con escultura de caballos reviste en el cruce con la avenida Fleming, probablemente la zona de mayor poder adquisitivo en torno a la ruta y al Conurbano en general.
Desde San Isidro hacia el sur, la primera rotonda está en el cruce de las avenidas Márquez y Fleming, junto al Hipódromo y el Jockey Club. Foto: Luciano Thieberger.
Según Vialidad Provincial, el Camino de Cintura cuenta con 17 cruces viales entre puentes ferroviarios, rutas y cauces de agua; y cuatro bifurcaciones: una en Hurlingham, otra en Almirante Brown y dos en Morón, donde también cruza el puente Lebensohn –utilizado por más de 28 mil vehículos por día-, y pasa por el nuevo estadio de Deportivo Morón.
En algún caso, el Camino de Cintura actúa como divisor del primer y segundo cordón del Conurbano, también intercala amplias banquinas, con parrillas al paso o íconos de la carne como Los Talas del entrerriano, además aparecen fábricas y pilas de pallets para la venta, que componen el paisaje rutero.
Un recorrido en La Costera Criolla por el Camino de Cintura, que une el Norte con el Sur del GBA
En La Matanza, desde la ventanilla se ven los pastizales del ex Regimiento de Infantería Mecanizado 3 General Manuel Belgrano de La Tablada, que hace 30 años fue copado por el Movimiento Todos por la Patria. Hoy en el lugar hay un hipermercado, y en otras 122 hectáreas de baldío, una empresa privada busca desarrollar un proyecto inmobiliario.
En la Ruta 4 frente a la Iglesia Sagrado Corazón de Jesús, en Villa Luzuriaga está una de las tradicionales parrillas del Camino de Cintura. Foto: Luciano Thieberger.
De Márquez a Monteverde, entre los apellidos que bautizan al Camino de Cintura también aparecen Vergara, Monseñor Bufano o Juan Manuel de Rosas que trazan una ruta escenográfica del Conurbano bonarense que guarda secretos y mitos desde hace años.
La Curva de Boulogne
Antes de que tuviera el recorrido actual, a mediados de los ’40, en el Camino de Cintura ya había un expendio de bebidas en lo que ahora es el cruce de las avenidas Rolón y Ader, en el Partido de San Isidro.
“Mi abuelo lo empezó como un almacén de ramos generales que se llamaba ‘Grandes provisiones argentinas’. Le puso «La Curva» porque el acceso de la avenida terminaba en el bar y el colectivo hacía la curva en la avenida Ader porque no seguía para (José León) Suárez, que era una zona de quintas”, cuenta del otro lado del mostrador Agustina Viña, representante de la tercera generación en el bar.
“Después de muchos años de ser almacén, por temas económicos y políticos, mi abuelo vendió el fondo de comercio a otro gallego que lo hizo bar”, resume la historia Agustina.
El bar «La Curva» de Boulogne arrancó en 1946 como un almacén de ramos generales y hoy es un ícono de la noche en la zona norte. Foto: Luciano Thieberger.
Con los años su abuelo volvió a comprar el local ya como bar y siguió en el rubro porque “los gallegos cuando venían para acá ponían un almacén, un bar, o eran zapateros”, asegura Agustina, aunque remarca que en la actualidad le cambiaron el perfil a «La Curva».
“Hay gente que hace 40 años vive en Boulogne y nunca pisó La Curva porque antes de que lo agarráramos nosotros esto fue un bar de hombres. En una época empezaron a trabajar mujeres y hoy tenemos señoras que viven por acá y vienen a almorzar, a tomar la merienda. Y ahora, por ahí se juntan con las amigas y vienen a la cena show”.
Atrás quedó aquella época de las mesas de pool y de “solo de hombres”. Hoy, además de bar de día es un punto de encuentro en la noche de Boulogne. Los fines de semana se corren las mesas y, con la reforma que hicieron en 1997, anexan otro salón para bailar. “No tenemos demasiado protocolo, la gente viene a pasarla bien”, remarca Agustina.
A veces el primer viernes o el primer sábado del mes desempolvan un escenario para el canto bar en el que supo entonar canciones Karina “La Princesita”. “Antes de ser conocida venía con amigos a cantar acá”, dice Agustina mientras señala el escenario de un bar revestido en madera y ladrillo a la vista. “Si mi abuelo lo hubiera puesto en el centro de San Isidro, no sé si hubiese funcionado de la misma manera, es así”, simplifica con orgullo sobre «La Curva».
La triple frontera
En las zonas fronterizas suele flotar una sensación de límites difusos, que los estados estructuran con divisiones políticas y control en aduanas para documentar movimientos. Desde hace casi 25 años, el Camino de Cintura también atraviesa un cruce tripartito para el que nadie pide visa.
Al salir de la rotonda de una Ruta 8, que cambió su fisonomía e iluminación con el Metrobus, atrás queda el perfil de avenida con grandes galpones y comercios. Pastizales, árboles, basura y escombros protagonizan el descampado que refuerza más el concepto de ruta que de tejido urbano.
La triple frontera de Morón, Hurlingham y Tres de Febrero está detrás del aeropuerto de El Palomar, usado por las aerolíneas low cost. Foto: Luciano Thieberger.
Son las espaldas del Colegio Militar de la Nación y de la Base Aérea de El Palomar, ahora convertida en aeropuerto internacional, en una depresión bañada por el Arroyo Morón, uno de los más contaminados del Gran Buenos Aires. Las tres caras institucionales de la frontera son los municipios de Tres de Febrero, Morón y Hurlingham.
Catastralmente la zona pertenece a Tres de Febrero y a Morón, pero se da un fenómeno particular. No viven vecinos de esas dos comunas en el lugar, mientras que detrás del cauce del arroyo sólo hay vecinos de Hurlingham. El descampado supera ampliamente las 40 hectáreas y el descuido de las tierras ya originó un conflicto de medianeras.
En 2010, el ex intendente massista de Hurlingham, Luis Acuña, pasó del discurso a la acción. En la Legislatura bonaerense presentó un proyecto de ley para correr el límite del Partido de Hurlingham. Quería pasarlo del Arroyo Morón al Camino de Cintura, y así anexar esas tierras. Cuando perdió estado parlamentario, dos años después, la ex senadora provincial María Azucena Ehcosor, y esposa de Acuña, volvió a insistir. Finalmente la propuesta no tuvo éxito.
Un ex intendente de Hurlingham reclamó mover el límite de su distrito al Camino de Cintura para anexar tierras que son de Morón pero donde no tiene vecinos. Foto: Luciano Thieberger.
A la triple frontera del Oeste también la surca la Ruta Provincial 201, que corre entre la institución militar y el aeropuerto y hace dos años fue ensanchada y repavimentada. En uno de los rulos de conexión entre ambas rutas, un carrito ofrece sandwiches como los de Costanera Norte, desde donde también se puede ver el movimiento de los aviones low cost.
La zona está un poco mejor que hace unos años. Morón quitó los autos abandonados, Hurlingham instaló una posta policial justo donde el Camino de Cintura tiene la primera de las cuatro bifurcaciones, y la Provincia arregló las bombas que desagotan la laguna natural que se formaba en la Ruta 4 ante cada lluvia.
Rumbo al sur y con el pasaporte sin sellar, la Ruta 4 es bautizada “avenida Vergara”. En el tour del Camino de Cintura, la audioguía haría una parada frente a la nueva Universidad Nacional de Hurlingham. El edificio supo ser el Concejo Deliberante de Hurlingham, que en 1995 se dividió del viejo Partido de Morón, cuando empezó el reclamo por las tierras.
En aquella incipiente independencia de Morón, el primer presidente del Concejo Deliberante fue Fernando Arnedo, hermano de Diego, el bajista de grupo Divididos y ex músico de Sumo, que con Luca Prodan, Ricardo Mollo y Germán Daffunchio, entre otros, protagonizaron otra de las leyendas del Oeste.
Maradona y un Gallo para Esculapio
La Matanza, el municipio más poblado del país, recibe a la Ruta N°4 desde Morón con un gran cartel de bienvenida. En las primeras diez cuadras el hormigón reluciente tapó las históricas banquinas de ripio y resume una de las tantas peleas de los últimos cuatro años entre el gobierno del presidente Mauricio Macri y el de la intendenta Verónica Magario.
Hace pocos meses el desencuentro fue por el ensanche del Camino de Cintura, con el proyecto de un futuro Metrobus en parte de la Ruta 4. La Comuna reclamó unas obras hidráulicas complementarias para evitar inundaciones. En mayo, la obra se paró un mes, lo que generó un caos de tránsito por los miles de camiones que a diario recorren esa zona en la que predominaron las quintas de Villa Luzuriaga.
Al cruzar la avenida Don Bosco, la Ruta 4 ahora luce ensanchada en las primeras diez cuadras de La Matanza. Foto: Luciano Thieberger.
Finalmente las primeras diez cuadras quedaron habilitadas, incluso el cruce con Triunvirato, una esquina especial para los fanáticos de Boca Juniors. Cinco cuadras adentro resiste el predio “La Candela”, una meca en la historia de las inferiores del club, que hasta llegó a estar en manos del Barcelona de España y hoy pertenece a Riestra, del ascenso.
Hace 50 años, en épocas de concentración sin playstation, algunas de las glorias del xeneixe bicampeón de 1969 y 1970: Angel Clemente Rojas -“Rojitas”-, Ignacio Peña, Antonio Roma, Norberto Menéndez, Silvio Marzolini, Rubén “Chapa” Suñé, salían a caminar para matar el tiempo en aquel recordado equipo que tenía a Alfredo Di Stéfano de entrenador.
“El Boca campeón del ‘69 salió de La Candela, desde inferiores hasta Primera. Se entrenaban acá y los jueves iban a la Bombonera para hacer fútbol”, rememora Alejandro Albamonte, preparador físico e historiador de Boca, desde el bar de una estación de servicio.
La Candela, el predio donde se formaban las inferiores de Boca Juniors y donde concentró el equipo campeón de 1981 con Maradona. Foto: Lucía Merle/Archivo
Otra revolución en el cruce de Triunvirato y la Ruta 4 fue en 1981, cuando Diego Maradona llegó al club. “Era un caos de tránsito, porque había fanáticos y muchos medios de comunicación. Concentraban ahí y el micro salía por Camino de Cintura hasta la Ruta 3, y de ahí por avenida Alberdi, hasta Bombonera”, agrega con detalles Albamonte que este año recuerda la campaña del Boca del ’69 en una columna en el programa “Pintado de Azul y Oro” de radio Splendid.
En los últimos años también hubo estrellas pero no del fútbol sino del espectáculo. Veinte cuadras más adelante, siempre sobre el Camino de Cintura, al llegar a Virrey Cisneros, un viejo lavadero se convirtió en locación central de las dos temporadas de la premiada serie “Un gallo para Esculapio”, con actores como Luis Brandoni, Peter Lanzani y Luis Luque.
La ficción se centra en una banda de piratas del asfalto y parece no está tan lejos de la realidad. Desde mayo a octubre de 2017, la fiscalía antipiratería del asfalto de Lomas de Zamora hizo una investigación por el robo a los camiones cisterna de YPF en la Ruta 4. Los «ordeñaban» y vendían el combustible robado. «Hubo 14 detenidos, incluso un policía de Longchamps», reveló el fiscal antipiratería del asfalto Diego Benedetto, que colaboró con los productores para el guión.
La Costera
Considerado de media distancia por sus 119 kilómetros desde San Isidro hasta La Plata, La Costera cumple 52 años como el símbolo del transporte público en el Camino de Cintura. Tanto sus 45 asientos con respaldos altos como las anécdotas y el tiempo de viaje, lo diferencian del resto de los colectivos del Conurbano. “Desde San Isidro a La Plata nuestra planilla dice tres horas y media, cuatro, depende del ramal. Pero el tiempo real es de cinco horas debido al tránsito, al gran caudal de pasajeros y a las complicaciones como piquetes, o calles que están arreglando”, detalla Christian Bonaventura (38), uno de los 352 choferes de la empresa Transporte Automotor La Plata, con cabeceras en las dos puntas a las que llega el servicio y una sede central en el Camino de Cintura en el límite entre San Justo y La Tablada.
La terminal de La Costera está en el límite entre San Justo y La Tablada. Foto: Luciano Thieberger.
Antes de la llegada de la SUBE los choferes llevaban un librito al que llamaban “mataburro”. Aparecía todo el tarifario sección por sección y a medida que avanzaban pasaban la página. “Con la SUBE se simplificó con 16 secciones y la tarifa de una punta a la otra cuesta $121,10”, dice Christian, que confiesa disfrutar mucho de ser el conductor, desde hace ocho años, de uno de los 147 colectivos de la empresa.
Más allá del regocijo al volante también hay mitos. “Cuando entramos en el Parque Pereyra (Iraola), por el medio de un bosque, es todo arboleda, una ruta solitaria, sin luces. Se cuentan historias de apariciones, tenemos compañeros que han visto visiones, damas vestidas de blanco, por ahí a veces la cabeza te trabaja un poco”, minimiza Christian.
El colectivo, la noche y las “damas de blanco” no solo son un mito en La Costera. La leyenda conurbana le apunta la aparición de un “fantasma” en el interno 74 de la línea 306. En los ’90 nadie se quería acercar a ese colectivo de la línea que recorre el Camino de Cintura desde Monte Grande (Esteban Echeverría) a San Justo (La Matanza) porque decían que estaba embrujado.
El mito del interno 74 de la línea 306 que atraviesa el Camino de Cintura. /Foto de Ale Bar
“Aunque era todo un mito, los gomeros y otros empleados estaban convencidos”, recuerda Ernesto Criado, jefe de personal de la empresa desde hace 38 años. “Los mecánicos no lo querían mover a la noche cuando estaba en la playa de estacionamiento porque decían haber visto la imagen de una virgen o una dama de blanco -asegura hoy risueño-. Era todo mentira porque mi primo era el chofer de esa unidad y nunca vio nada”. Gracias a la ley nacional de tránsito aquel interno 74 de lo ’90 dejó de circular, pero no su mito.
La oscura historia del avión
La Ruta 4 también tiene sus páginas negras de historia vinculada a la violación de los derechos humanos. En el cruce con 9 de Julio, en José León Suárez, estaba el basural en el que la dictadura autoproclamada «Revolución Libertadora» fusiló a 12 personas y hoy es recordado con un monumento. Junto a la Autopista Riccheri estuvo el Centro Clandestino de Detención «El Vesubio»; y, a su vez, en 9 de Abril, Esteban Echeverría, se puede ver a un avión sospechado de haber participado de los “vuelos de la muerte” de la última dictadura militar.
El Electra 5-T-3 que perteneció a la Armada está en 9 de Abril, Esteban Echeverría. Foto: Luciano Thieberger.
Emplazado como en un mostrador, hace 22 años el dueño de un local de compraventa de máquinas y objetos de acero inoxidable adquirió uno de los tres Electra de la Armada Argentina. Sin los motores y con su patente 5-T-3 «Río Grande», fue apoyado sobre columnas en el local “Expomáquinas” junto al río Matanza-Riachuelo.
Jorge Ramírez compró el avión en una subasta, el 11 de agosto de 1997 y aseguró desconocer la parte oscura de la historia. “Siempre tuve la idea de convertirlo en un museo para homenajear a los héroes de Malvinas”, le dijo Jorge Ramírez hace dos años a la Agencia Universitaria de Noticias y Opinión (AUNO) de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
“Se había fabricado en los Estados Unidos en 1957 y estuvo marcado desde sus inicios por un destino trágico. Se construyeron 144. Una inusual cantidad de accidentes hizo que la producción se frenara y mutara a avión de carga o patrulla”, recopiló Miriam Lewin, periodista y ex detenida en la ESMA, en su libro “Skyvan. Aviones, pilotos y archivos secretos”.
Fue usado para llevar carga y soldados en la Guerra de Malvinas. La sospecha sobre los “vuelos de la muerte” apunta a que la Armada sólo tenía tres aviones de este tipo que podían abrir sus puertas de carga en vuelo y además, a la escalofriante confesión de Adolfo Cilingo, piloto de los vuelos de la muerte que reconoció haber usado los Electra. “Ramírez pensaba encontrar algún sponsor publicitario que asegurara la rentabilidad del negocio y para eso estaba dispuesto a pintar el avión de un color llamativo e instalar un cartel de treinta y seis metros de largo sobre la ruta con el nombre de la empresa interesada en invertir. No tuvo éxito, y por el momento el avión descansa, oxidado, solitario y algo lúgubre”, agregó Lewin.
Detrás de una reja con el cartel con la dirección “Camino de Cintura 8215”, la oscura historia del avión llegó a la “Mega causa Esma”. Hace varios años el juzgado federal N° 12 dictó una medida de no innovar, notificó a Ramírez y según informó el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) a Clarín, realizó una pericia para ver cómo era antes y qué modificaciones se le hizo.
El hotel “de Susana”
Después de atravesar el río Matanza-Riachuelo aparece la avenida Olimpo, donde está la famosa feria que toma su nombre y en la que se puede comprar de todo, desde repuestos de autos hasta verduras. De la mano izquierda ruge un picódromo y más adelante, tras sortear los predios deportivos de varios sindicatos, aparece el “suspiro lomense”. Lejos de la gastronomía peruana, ese apodo bien podría evocar a un mito que se derrumbará en esta lectura.
El Hotel Sur en Monte Grande fue inaugurado en 1988 y es un ícono del Camino de Cintura. Foto: Luciano Thieberger.
A mano derecha y desde 1988 se mantiene firme un ícono de la intimidad de los vecinos del sur. Sobre la avenida Santa Catalina, que con amplias banquinas de tierra y cascotes oficia de calle colectora de la Ruta 4, está el ingreso al Hotel Sur, en Monte Grande. Es el primer albergue transitorio que se construyó en la zona, con 40 habitaciones divididas en ocho categorías, una laguna con peces, patos, tortugas y hasta cuartos con sauna y pileta en el interior. Desde la década del ’90, al mencionar el nombre del hotel hay referencia instantánea de los vecinos del Sur : “Ah, el de Susana”.
Famosa por sus publicidades y películas, a fines de los ’80 Susana Giménez empezó a conducir el ciclo “Hola Susana” en Canal 7 y en 1992 mudó su programa a Telefé con un contrato millonario que además la convirtió en la diva de los teléfonos en toda América Latina. Compró su mansión en Barrio Parque, una de las zonas más coquetas de Buenos Aires y también hizo inversiones en Miami, entre otros lugares. Sin embargo, para esa época en el sur del Conurbano crecía el mito de que el albergue transitorio era uno de los business de la diva.
Hoy lo promocionan en la web como “un lugar con estilo, discreción y sensualidad” y uno de sus administradores destroza la leyenda. “Primero perteneció a la sociedad que lo construyó en 1988 y tres años después, lo compró la sociedad que lo tiene hasta ahora. Sabemos que ese rumor corre desde hace años, incluso alguno se le atribuyó a (Jorge) Porcel, pero la verdad es que nada que ver”, desmitifica Francisco Rivas Rivas (77), administrador del Hotel Sur.
El Hotel Torres del Lago es uno de los más grandes en la zona sur del GBA. Foto: Luciano Thieberger.
“En la época en la que decían que era de Susana, los clientes trataban de llevarse souvenirs, por eso nosotros regalábamos ceniceros y lapiceras”, recuerda Rivas Rivas. “Se trabajaba tanto que se formaban filas hasta el Camino de Cintura y, para hacer más amena la espera, por cada auto regalábamos dos whiskys, que era la bebida del momento. Creo que en aquel tiempo también debía ligar alguno que estaba trabado en el tránsito y no venía al hotel”, remarca Rivas Rivas entre risas.
Al poco tiempo del éxito llegaron “Torres del Lago”, “Nic” y “Cabañas”, otros hoteles de la zona. “En los ’90 los turnos eran de una hora y media y el valor equivaldría a unos U$S 100”, calcula el administrador que añora aquellas épocas. Ahora, el costo del amor en tiempos de crisis oscila entre los $650 y los $2200 por un turno de dos horas. Y a modo de promoción, por el mismo valor en la semana, el tiempo se extiende a cinco horas.
Los japoneses de Burzaco
Ya en el sur profundo hay que atravesar la rotonda de Llavallol, que podría ser la única de Ruta 4 con auspicio encubierto: “la rotonda de Firestone”, en referencia a la fábrica de neumáticos que está en la orilla. En adelante, siguen dos rotondas más, y la ruta se eleva por las vías del ferrocarril Roca. Desde lo alto, se respira aire nippon y no sólo por el cruce con la avenida Japón.
Kyowa-en es el campo de deportes de la Asociación Japonesa Burzaco donde celebran el tradicional Matsuri. / Daniela Dominguez
En dos hectáreas y media, desde hace 30 años la Asociación Japonesa Burzaco (suelen decir que es soltera a quienes la llaman “de Burzaco”) tiene su campo de deportes Kyowa-En. En esa localidad de Almirante Brown, en octubre organizarán un doble festejo: el festival de la canción japonesa y a mitad del mes, celebrarán las tres décadas del predio deportivo, del que tuvieron que ceder 70 metros para la ampliación del Camino de Cintura.
“En el campo se practican muchos deportes: judo, baseball, mucho atletismo, voley y gateball, para la gente mayor”, precisa Elena Yamanaka de Fushimi (78), integrante de la Asociación Japonesa Burzaco. El gateball está inspirado en el criquet inglés, con partidas no mayores a la media hora.
El festival japonés Matsuri de la Asociación Japonesa Burzaco se realiza todos los años en el mes de marzo en el sur del Conurbano / Daniela Dominguez
También enseñan japonés, origami, caligrafía y bailes de danzas japonesas. Todo el año esperan el «Matsuri», el festival tradicional de Japón, donde resuenan los taikos (tambores), se puede degustar la gastronomía oriental y reúne a cientos de personas.
Más allá de la fiesta anual, con fotos y anécdotas, en Burzaco todos recuerdan la década del ’60. “En 1967 vino de visita el príncipe, en ese entonces heredero de Japón, Akihito, que después fue coronado emperador. Fue una fiesta muy importante en Kyowa-En. Mucha emoción, me parece que lloramos todos. Era joven pero mis padres y los mayores estaban mucho más emocionados porque ellos vienen de allá”, señala Elena, que se define como “viverista, cultiverista y ahora jubilada”.
Cerca de los 80 años y con la mirada en sus nietos que juegan al ping-pong, presume de una misión: seguir la tradición que le inculcaron sus padres: “Lo más importante es el respeto y el trabajo, sino el club no llegaría al nivel en el que se encuentra en este momento. Vi el ejemplo de mi padre, que fue uno de los fundadores, y ahora espero que mis nietos sigan ese camino”.
Fuente: Clarín