Limitar el conocimiento de la sexualidad a la biología es pretender que los seres humanos solo se deben relacionar para copular en época de celo sin ningún tipo de conexión erótica ni afectiva (Shutterstock)
Todavía hoy, siglo XXI, muchas religiones promueven la castidad hasta el matrimonio e imponen formas rígidas para que el acto sexual quede comprendido bajo normas morales. Así, los determinantes biológicos, sociales, culturales y religiosos, entendieron durante muchos siglos al acto sexual como un mero encuentro para la procreación.
Para Beatriz Literat, médica sexóloga clínica y ginecóloga del Departamento de Gineco-Sexo-Estética de Halitus Instituto Médico, resulta muy difícil comprender la sexualidad solamente en función del placer y la felicidad que produce. «En ese sentido, a la sexualidad masculina se la ha legitimado antes en relación al placer, pero no así a la sexualidad femenina que, aún en la actualidad, padece de una visión plagada de tabúes», aseveró en diálogo con este medio la especialista.
Desde los modelos a predominio masculino, que continúan difundiéndose en películas, en la literatura y aun en el material pornográfico, hasta la misma medicina que se niega a aceptar la sexualidad como legítima y necesaria en pos del derecho al placer, y con mínima investigación científica sobre los trastornos sexuales femeninos, en comparación a la investigación sobre las disfunciones masculinas, la falta de información, reflexión y hasta de cuestionamiento sobre lo impuesto no deja que ‘penetren’ los datos reales para desplazar a los mitos existentes.
«El sexo difiere de la sexualidad, siendo el sexo todo aquello que está determinado por la biología y limitado a los órganos sexuales y hormonas, y la sexualidad, como una configuración mucho mayor que abarca aspectos físicos, psicológicos, sociales y culturales. La sexualidad es una parte fundamental de la personalidad y por lo tanto es tan singular como la identidad misma», explicó a Infobae Walter Ghedin, médico psiquiatra y sexólogo.
El desconocimiento de las sensaciones erógenas y la poca autoexploración corporal
«La vagina, por su disposición anatómica, no solo está escondida a la simple observación, sino que sirve de ‘escondite’ a tabúes, falsas creencias, y el desinterés por desentrañar los misterios de ese extraño órgano. Son muchas las mujeres que no se interesan por saber o preguntarse cómo se han construido todas esas construcciones mentales que durante tanto tiempo las han privado del disfrute sexual», sostuvo Ghedin.
El 20% de las mujeres argentinas son anorgásmicas, es decir que no alcanzan el orgasmo o rara vez lo hacen y una de las causas productoras de la disfunción es el desconocimiento de su zona erógena además de reprimir las sensaciones placenteras que provienen de ella. Dicho conocimiento del cuerpo erógeno se adquiere por la autoexploración, la masturbación y la predisposición a querer saber y entregarse al placer, según advierten los expertos.
Por su parte, son pocos los hombres que se permiten explorar sus propias sensaciones corporales, no fálicas, o pedirles a sus parejas que los estimulen de un modo no convencional. «El pensamiento dicotómico -continuó- atraviesa la valoración erótica; algo está bien o está mal; hay placer o displacer; y se cumple o se falla. La mente disocia en opuestos cuando el cuerpo obturado por el registro normativo no es obediente».
Para Ghedin, uno de los mitos más comunes alrededor de la sexualidad femenina sigue siendo «la búsqueda del famoso orgasmo vaginal, epítome de la madurez femenina que debe imponerse sobre la inmadurez virilizada del orgasmo clitoriano».
El especialista sostiene que tanto se ha creído en su existencia (y se sigue creyendo) que muchas mujeres se sienten anorgásmicas o «falladas» porque nunca han obtenido un orgasmo vaginal. «Desde hace más de cincuenta años se sabe que la vagina no está preparada para descargar orgasmos y que los falsos orgasmos vaginales no son otros que los detonados al estimular las raíces internas del clítoris, es decir, aquellas que se meten en el interior de la vagina», indicó.
Existen mujeres que llegan a tener orgasmos por penetración (se estimulan estas raíces o extensiones del clítoris), otras que lo tienen por estimulación del clítoris y penetración y existen aquellas que necesitan una estimulación en el clítoris cuando son penetradas porque ésta, por si sola, no provoca el orgasmo. Ninguna es patológica, son solo maneras fisiológicas de obtener la respuesta orgásmica.
A la hora de proponer cambios en pos de hacer algunos «arreglos» en la dinámica del encuentro, Ghedin advierte que es fundamental que la mujer no espere el famoso orgasmo vaginal, sino que «mientras es penetrada que ella misma o su pareja estimule el clítoris para llegar al orgasmo».
La resistencia a este cambio puede venir por ambos lados: el hombre cree que solo con su pene erecto debe lograr la maravilla del orgasmo (para incrementar su estima viril) y la mujer cree que debe llegar solo por las condiciones masculinas y que estimularse el clítoris es una muestra de la poca virilidad y de su incapacidad como mujer.
El pudor y la visibilidad desmedida del sexo
El sentimiento de pudor aparece como una ráfaga interna, una especie de oleada rubicunda que invade el cuerpo y lo retrae a manera de protección. El pudor es honesto, no se puede fingir ni reprimir; es un mecanismo interno de protección ante una probable «amenaza» que comporta la vulnerabilidad del cuerpo.
Puede parecer una incongruencia que ante la presencia de cuerpos desnudos en la intimidad todavía exista esta expresión vergonzante. «El pudor es misterio y todo misterio amerita ser descubierto, desentrañado o conocido. El cuerpo pudoroso invita a la apertura gradual y cuidadosa. La ansiedad que tanto mal hace al sexo encuentra en el pudor una resistencia necesaria, una oposición que mensura las reglas actuales del encuentro erótico», añadió el sexólogo.
El sexo que aparece en las marquesinas y las pantallas de los televisores y computadoras no es el mismo de la intimidad. Entre esta visibilidad desmedida del sexo y la expresión más íntima, privada, media una distancia cada vez mayor. La sexualidad sigue siendo un asunto privado, que se realiza en la intimidad del mundo propio. Pero ante la invasión de imágenes explícitas, el pudor se acrecienta: «¿Será que el sexo es como los muestran las películas porno?»
«La exposición desmedida de lo sexual -agregó– no respeta nada: es heterosexista, insiste en la dupla dominación masculina y sumisión femenina; pone a la mujer en un lugar de humillación y degrade, presiona al hombre a tener siempre su pene erecto y de grandes dimensiones, nada más falaz».
Literat sostiene que el paradigma de la sexualidad masculina continúa siendo, desde un concepto general, «la erección eficaz para poder realizar un coito satisfactorio para el hombre que cree que él mismo debería producirle placer a la mujer. Concepto medieval y equívoco, que niega la importancia del estímulo intelectual y afectivo, fundamental en las mujeres».
El temor y la vergüenza se dan la mano en la aversión al sexo (fobias sexuales), en la incapacidad para mostrar el cuerpo, en ocultar defectos o en las ansiedades. Las personalidades temerosas tienen dificultades para integrar la imagen corporal al conjunto de aspectos subjetivos: la someten a críticas y a la valoración externa siempre desfavorable.
La idea errónea del «software sexual» con el que se supone que todos deberíamos haber nacido, continúa en vigencia. La educación sexual responsable y criteriosa, es un recurso indispensable para que la situación mejore. Las personas adultas pueden adquirir este conocimiento en la consulta con especialistas en sexualidad, en talleres de autoconocimiento y asistiendo a charlas de divulgación. También se recomienda la lectura de libros sobre sexualidad.
Fuente: Infobae