“El triunfo de Baco” o “Los Borrachos”, una de las obras mitológicas mas conocidas del pintor sevillano Diego Velázquez
Una talla de hace 25 mil años que representa a una mujer en el acto de llevarse un cuerno a la boca para beber, el edificio más antiguo conocido que constituyó diez mil años antes de Cristo, en la actual Turquía, «un lugar de reunión en el que las tribus se juntaban y bebían cerveza», y las incontables huellas que dejaron las bebidas y los bebedores en textos religiosos, históricos y literarios son apenas algunas de las fuentes que documentan la cultura alcohólica que acompaña a la humanidad desde la Edad de Piedra hasta el presente, según el recorrido del escritor inglés Mark Forsyth en Una breve historia de la borrachera.
«Cualquiera sea el lugar y momento donde hayan existido humanos, estos se han reunido para embriagarse. El mundo experimentado en soledad y sobriedad no es, y jamás ha sido, suficiente», plantea Forsyth, que revisa con irreverencia y mordacidad las costumbres sociales que rodearon al consumo de vino y otras bebidas en la antigüedad -el simposio griego, el convivium romano- y las celebraciones religiosos que auspiciaban los excesos, como «el festival de la borrachera» consagrado a la diosa Hathor en el Antiguo Egipto, el culto de Dioniso en Grecia y las reuniones de los cristianos primitivos.
Forsyth afirma que el Antiguo Testamento «es increíblemente relajado respecto de la idea de la borrachera», como prueban pasajes del Libro de los Proverbios y más de doscientas referencias dispersas. Además recoge versiones de que «en vida, Jesús tuvo una reputación de bebedor empedernido» y cita como argumento el episodio de la última cena, donde Jesús toma vino y ordena a los doce apóstoles que lo imiten: «Ese sorbo de vino cambiaría la historia del mundo, la economía mundial y los hábitos de consumo de las tierras lejanas».
Sin embargo, la historia de las prohibiciones es tan antigua como la del consumo. La Proclama sobre la embriaguez (año 1114 a. C), durante el reinado de la dinastía Zhou en la antigua China, impidió beber fuera de rituales y atribuyó la ruina de los Estados al «mal consumo de vino». Si bien una Surah del Corán afirma que en el paraíso corren ríos de vino, el dogma del Islam censuró su ingesta inmoderada como «una inmundicia», con los juegos de azar y la nigromancia, y lo condenó en el Hadith, registro de proverbios atribuidos a Mahoma.
El alcohol como factor de anarquía y su relación con el orden social y la estabilidad política es otra línea que Forsyth sigue en distintas circunstancias históricas, como la difusión del gin en Inglaterra a partir de 1690 y el modo en que «cambió a la sociedad», la utilización del ron como factor de control en la colonización de Australia y la probable incidencia del vodka en la Revolución Rusa. A veces sus argumentos parecen guionados como standup: «En 1914, el zar Nicolás II prohibió la venta de alcohol en toda Rusia -escribe-. En 1918, él y toda su familia fueron ejecutados en un sótano de Ekaterimburgo. Estos dos hechos están relacionados».
La saga de persecuciones contra los excesos y el alcoholismo reconoce sus hitos en episodios que provocaron conmoción pública. El Acta del gin (1736) fue sancionada en Inglaterra después que una mujer alcohólica, Judith Defour, estranguló a su hija de 2 años y fue a una taberna a embriagarse. El ajenjo fue prohibido por primera vez en agosto de 1905 en Suiza, cuando un granjero llamado Jean Lanfray asesinó a su mujer embarazada y a sus hijas de 4 y 2 años bajo los efectos del «hada verde», como se conocía a la bebida.
La investigación histórica sobre el tema tiene un referente más formal en Bebidas y excitantes, el estudio que le dedicó Fernand Braudel (1902-1985) como parte de la monumental trilogía Civilización material, economía y capitalismo. Entre otras cuestiones, el historiador francés revela cómo la difusión del cultivo de la vid fue parte de la conquista española de América -«en Argentina a partir de la segunda fundación de Buenos Aires, en 1580», puntualiza- y, como ocurrió con la utilización del consumo de ron en Australia, el modo en que «el aguardiente, el ron y el alcohol de caña fueron los regalos envenenados» de los expedicionarios en su plan para someter a los pueblos indígenas.
Con entonación poética y filosófica
En el comienzo de El banquete, el diálogo platónico, uno de los personajes se queja de la resaca que padece por haberse embriagado. Fue una de las primeras alusiones a la borrachera en los textos filosóficos, apunta Mark Forsyth.
La poesía asociada con el vino tiene una referencia luminosa en la obra del poeta chino Li Po (701-762). «Rodeado de flores, ante un jarro de vino,/ libo solo, sin compañera./ Alzo la copa, y convido a la luna./ Ella, mi sombra y yo, venimos a ser tres amigos», dice en «Libación solitaria bajo la luna».
Los textos agrupados bajo el título Carmina Burana -composiciones de goliardos, poetas vagabundos de la Baja Edad Media- hicieron un género específico de los cantos dedicados al vino. «Al hacer versos, bebo buen vino,/ el más puro que contienen los barriles de los taberneros:/ esta clase de vino me suelta la lengua», anotó el autor anónimo de Confesión (1161). Otro poema, En la taberna, parodió el tono de las oraciones religiosas para dar cuenta de un descontrol generalizado: » Bebe la señora, bebe el señor./ Bebe el soldado, bebe el clérigo,/ bebe aquél, bebe aquella,/ beben el siervo con la sierva,/ bebe el ágil, bebe el perezoso,/ bebe el blanco, bebe el negro,/ bebe el constante, bebe el vago,/ bebe el tosco, bebe el sabio».
El filósofo inglés William James (1842-1910) interpretó el consumo de bebidas alcohólicas como una especie de prueba de santidad y de liberación: «El dominio del alcohol sobre la humanidad es incuestionable debido a su capacidad para estimular las facultades místicas de la naturaleza humana, generalmente aplastadas por los datos duros y las secas críticas de la sobriedad (…). La conciencia de borracho es una parte de la conciencia mística».
En Psicoanálisis del fuego, el francés Gaston Bachelard (1884-1962) postuló el «complejo de Hoffmann», en alusión al escritor alemán E. T. A. Hoffmann, para dar cuenta de los efectos del alcohol en la creación literaria. «Uno se engaña cuando se imagina que el alcohol llega a excitar simplemente las posibilidades espirituales. Crea, verdaderamente, dichas posibilidades. Se incorpora, por así decirlo, a aquello que produce un esfuerzo por ser expresado. Con toda evidencia, el alcohol es un factor del lenguaje», escribió.
Bachelard también distinguió a Hoffmann del caso de Edgar Allan Poe, otro escritor tan célebre por su obra como por su adicción al alcohol. «El de Poe es el alcohol que sumerge y otorga el olvido y la muerte; está marcado por el signo cuantitativo, femenino, del agua», señaló el filósofo, quien sostuvo una «psicología de los elementos» basada en su lectura de textos literarios.
En La barrica de amontillado, uno de los cuentos clásicos de Poe, el narrador elige una bodega para sepultar a un amigo del que quería vengarse por un insulto. En El gato negro el protagonista, trastornado por el alcohol, razona que «la perversidad es uno de los primitivos impulsos del corazón humano»; la embriaguez no nublaba su inteligencia.
Los escritores europeos del siglo XIX fueron testigos de la difusión del alcohol y también advirtieron sobre los excesos. En Tratado de los excitantes modernos, Honoré de Balzac describió las concentraciones de borrachos en las madrugadas de Paris y dijo que la mayoría de las prostitutas eran alcohólicas. «La embriaguez pone un velo sobre la vida real, acalla los dolores y las penas, adormece el intelecto. Es fácil comprender, entonces, para qué la emplean los grandes genios y por qué el pueblo se entrega a ella», escribió.
El folletín La taberna (1876), de Emile Zola, fue una obra insignia del naturalismo y al mismo tiempo la precursora de una serie de novelas antialcohólicas que encontraron un nuevo motivo en la difusión que tuvo el ajenjo entre 1880 y 1914. También el arte dio cuenta de los nuevos consumos de la época, como se aprecia en los cuadros Bebedor de absenta, de Edouard Manet (1859); La absenta, de Edgar Degas (1876); Bebedora de absenta, de Pablo Picasso (1901), y en la leyenda de que Vincent van Gogh pudo haberse cortado el lóbulo de la oreja izquierda bajo los efectos de la bebida, también conocida como pernod, por el apellido de su primer fabricante industrial.
En la historia literaria, el alcohol se asocia con episodios míticos en la vida y la muerte de grandes escritores, desde los últimos pasos de Poe bajo efectos de delirium tremens a la recomendación de Charles Bukowski de «beber más y más cerveza» para convertirse en un gran escritor, pasando por los dieciocho whiskys que en 1963 tomó Dylan Thomasantes de morir. La oscuridad y las tragedias, sin embargo, no parecen tan fuertes como la alegría y el goce, quizá porque como anotó el poeta anónimo de Carmina Burana «cuando estamos en la taberna,/ no nos preocupa nuestra sepultura».
Fuente: Infobae