En el receso de su propio show, Shirley Horn se acercó s Stan Getz, que estaba entre el público. Era agosto de 1959 y la pianista y el saxofonista hablaron de lo mismo que hablaba el mundo del jazz para esa época, más aún si estabas en Nueva York: la salida de Kind of Blue. El disco de Miles Davis había salido el 17 de ese mes. Nadie fue indiferente ante las novedades musicales que allí se planteaban. Para bien o para mal, todos tenían algo que decir. Incluso los que no tenían muy claro qué opinar al respecto no se quedaron callados. «No sé qué pensar», le dijo Stan Getz a Shirley Horn. «Yo tampoco», respondió ella. Muchos años después lo resumiría mejor que nadie: «Es hermoso pero confuso».
Sesenta años después, Kind of Blue no ha perdido ninguno de sus atributos. Es considerado, casi de forma unánime, el mejor disco de jazz de todos los tiempos y también es el más vendido, con más de 4 millones de copias en todo el mundo. Después de tantos años y tantas escuchas, tal vez el mayor mérito de la obra maestra de Miles Davis reside en conservar el misterio, en sonar, al mismo tiempo, tan accesible como extraño.
El carácter revolucionario del disco, sin embargo, todavía es materia de discusión. No su contenido de originalidad, sino el calibre de su ruptura con el pasado. Mientras algunos sostienen que Kind of Blue rompió definitivamente con las exigencias de virtuosismo del bebop, que se había vuelto por demás cerebral y por momentos parecía música hecha para músicos; otros sostienen que se trató de una de las tantas salidas previsibles a una fórmula agotada y que, en todo caso, el quiebre vendría de la mano de propuestas más radicales como la de Ornette Coleman y su The Shape Of Jazz To Come, editado apenas dos meses después del disco de Miles Davis y considerado la piedra fundacional del free jazz. Pero esa es otra historia.
En 1959, Miles Davis se encontraba deslumbrado con las posibilidades que le ofrecía el jazz modal. Desarrollado por el pianista y compositor George Russell, el jazz modal propone una forma distinta de pensar la armonía, donde cada acorde vale no por su función estructural sino por su color. Así, en lugar de las estructuras armónicas cada vez más intrincadas del bebop, las composiciones podían asentarse en pocos dos acordes y potenciar así el desarrollo melódico. En palabras del propio Russell, los músicos podían «cantar su propia canción sin tener que depender del deadline que te impone la finalización de un acorde. Sos libre de hacer cualquier cosa, siempre y cuando sepas dónde está tu hogar». Para el trompetista nacido en East St. Louis, que nunca se había sentido del todo cómodo como velocista, esta novedad le caía de la mejor forma. «Una vez que elegís este camino, podés seguir para siempre», declaró. «No te tenés que preocupar por los cambios de acorde, y se convierte en un desafío ver cuán creativo podés ser melódicamente».
Con «Milestones», compuesta un año antes, como su propio precedente, Miles Davis encaró la creación de Kind of Blue inmerso en las bondades del jazz modal. Pero no sería ese el único ingrediente distintivo del disco. Desde el blues y el gospel que había escuchado en Arkansas a los seis años, cuando iba y volvía de la iglesia por calles desoladas, hasta su lectura de los impresionistas franceses (Ravel y Debussy) y ciertos toques de piano de la música africana, todo estaba en su radar. Dar con algo original a partir del sincretismo de esas referencias era el desafío. Y para ello, reunió a músicos capaces de funcionar como su médium. Jimmy Cobb en batería y Paul Chambers en contrabajo le daban una base en la cual confiar, tan sutiles como efectivos, podían mantener el disco en su mood etéreo sin privarse de desplegar su versatilidad, aunque a primera escucha pasen desapercibidos. Cannonball Adderley en saxo alto y un todavía no tan conocido John Coltrane en saxo tenor recuperaban la impronta nerviosa del bebop y funcionarían casi como contrapunto estilísitico de Miles a la hora de los solos. En piano, Wynton Kelly se haría cargo de «Freddie Freeloader» -el tema bluesero del disco- pero en los otros cuatro el lugar lo ocuparía Bill Evans, figura clave de la formación.
Miles Davis rodeado por Bill Evans, Cannonball Adderley y John Coltrane
«Bill era el tipo de pianista que siempre llevaba las cosas un poco más allá», escribió Miles Davis en su autobiografía. «Eso le ponía cierta tensión a todo lo que tocaba el resto, lo cual era muy bueno». Sumado al su dominio del jazz modal y el conocimiento de compositores como Ravel y Rachmamaninoff, se convirtió en el punto de apoyo más fuerte de Miles en el estudio. Tanto que le confió el texto para la contratapa del disco. «La improvisación grupal es un desafío superior», escribe Evans. «Además del gran problema técnico que supone pensar colectivamente de forma coherente, existe la necesidad humana, incluso social, de que todos los miembros empaticen para luchar por un resultado en común. Esa dificultad, creo, es encarada y resuelta de una manera hermosa en esta grabación». Desde lo musical, su importancia se revela de entrada. Los primeros segundos de «So What», escritos por otro Evans (Gil) proponen un juego de acordes que parecen no caer nunca a tierra y proponen cierta atmósfera onírica que se mantendrá en gran parte del disco. En «Blue In Green», se vuelve tan fundamental que la pieza parece haber sido compuesta por él. De hecho, el propio Evans se adjudicó varias veces la autoría de la pieza. Miles, por su parte, no se cansó de afirmar que «eso no es verdad, todo el concepto del disco fue mío».
Disputa de regalías al margen, lo cierto es que Miles Davis delineó las bases Kind of Blueen solitario y buscó en sus músicos la espontaneidad del momento. Sin ensayos ni repasos previos, se encontraron con la música, presentada con bocetos que ni siquiera tenían título ni forma de partitura convencional, en el estudio al momento de la grabación (el lado A se grabó el 2 de marzo y el lado B el 22 de abril). Esa metodología permitió que el disco conserve su fragilidad, una suerte de timidez que nunca detiene su flujo. Miles confiaba en su sexteto y requería de ellos una interpretación libre y primal de esas composiciones que no terminaban de descifrar del todo. «Todavía no lo tengo resuelto del todo», se sinceró Coltrane en 1960, durante la gira de presentación del disco por Europa. «Hay ciertas cosas que sé que me van a llevar por caminos que no son comunes, pero todavía no las he transitado lo suficiente. Por eso toco varias ideas al mismo tiempo».
El sincericidio del Coltrane tal vez vale como punto de encuentro entre artista y público en lo que respecta al disco. El propio Miles Davis dijo que, en realidad, lo que se escucha no refleja exactamente lo que quiso hacer, y que la idea que él tenía en mente se perdió en algún momento de la grabación. Ahí, entre la intención y el resultado, entre lo que se logra asimilar y lo que se evapora en el camino del parlante al oído, es sobrevive como una obra maestra: Kind of Blue flota el placer de lo irresuelto.
Miles Davis – antes y después de Kind of Blue
Si Kind of Blue fue un antes y un después en la historia del jazz, también lo fue para la vida de Miles Davis. Aunque ya se había establecido en la escena a fuerza de codearse con los mejores, fue con este disco con el que se convirtió en un referente de originalidad. Entre 1945, el año de su primera grabación, y mediados de la década del 50, su derrotero no había sido del todo regular, en parte por su adicción a la heroína, en parte por su incapacidad de sostener formaciones a lo largo del tiempo y también en parte por no encontrar un sello discográfico en el que se sintiera cómodo. Luego de firmar contrato discográfico con Columbia en 1955, las cosas se empezarían a enderezar para él y 1959 marcaría su despegue definitivo. Kind of Blue no sólo lo puso bien alto en términos musicales, también le sirvió para volverse un ícono cultural. La forma en la que vestía, los autos que manejaba, sus declaraciones a la prensa, el misterio que le imprimía a sus presentaciones en vivo -en las que solía no hablar y tocar de espaldas al público- se volvieron sus marcas de estilo. A sus anchas, cambiaría el rumbo del jazz varias veces más desde entonces. Ya había inventado el cool jazz y el jazz modal, sí, pero todavía guardaba ases en la manga: jazz rock a fines de los 60, el jazz funk a principios de los 70, los coqueteos con el pop en los 80 y hasta con el hip hop en un disco póstumo. Miles Davis entendió el jazz como imperativo de actualización constante, y así lo vivió a lo largo de su carrera. Incluso cuando el mundo del jazz no estuviera de acuerdo.
Fuente: Sebastián Chaves, La Nación