Andrea Stefanoni, escritora, dramaturga, librera y gerenta de la librería El Ateneo Grand Splendid. / Fernando de la OrdenL
Algo de genética habrá. Andrea Stefanoni siempre supo que quería estar vinculada de alguna manera con los libros, quizá, porque su abuelo español alguna vez caminó los 36 kilómetros que separan el pueblo de Boeza del de Ponferrada para ir a una biblioteca
En noviembre de 2001, poco tiempo después de que El Ateneo Grand Splendid abriera sus puertas —ya no como teatro o cine, sino como una gigantesca librería de 2.000 metros cuadrados— Andrea, de 25 años en ese entonces, entró al local, caminó en círculo por el salón principal, miró hacia arriba y salió lo más rápido que pudo. “¡No puede ser! ¡Un teatro lleno de libros!”, pensó y se dijo: “No voy a trabajar en ningún otro lado más que acá”.
Dejó un currículum y un mes después estaba como librera acomodando ejemplares y atendiendo a lectores inquietos. Dieciocho años más tarde, a los 43, no dejó su oficio, porque esas cosas nunca quedan de lado, pero es también la gerenta general de la librería elegida por la revista National Geographic en enero de este año como la más linda del mundo.
En enero de este año, la revista National Geographic eligió a la librería El Ateneo Grand Splendid como la más linda del mundo. En 2008, el diario inglés The Guardian la ubicó en el segundo lugar. / AFP
Entonces, una cálida tarde de viernes, al entrar a la librería más linda del mundo, cuyo frente es una marquesina de estilo griego, es posible ser interpelado primero por la mesa de las novedades —Lorrie Moore, Federico Jeanmaire, Silvia López, Eduardo Sacheri y más—, después, por los títulos de coyuntura social, política, económica, histórica: en este lugar, conviven como si nada los últimos escritos de Cristina Fernández y de Lilita Carrió. Hacia un lado, están los lockers para guardar mochilas, hacia el otro, artículos que, curiosamente, también son “de librería”, pero no son libros: libretas, protectores de tablets y cosas así.
Y ahí está, vestida de negro, con una sonrisa, Andrea Stefanoni,quien conoce a todos los empleados y a quien todos conocen. Esta inmensidad está bajo su control. ¿Cómo hace? La memoria visual, señala, es fundamental para trabajar con libros: memorizar portadas, lomos, logos de editoriales. Después, cuenta, está lo demás: “Informarse constantemente, leer suplementos culturales de acá y de España, ver qué están editando fuera del país. Y por supuesto leer, leer mucho”.
Pese a que con cierta frecuencia los visitantes le dicen “yo acá trabajaría gratis”, Andrea aclara que esto no es más que una ocupación —una muy linda, sí— y como tal requiere de mucha organización: desde que llegan los cientos de libros a diario hasta que se acomodan en las estanterías o mesadas, todo forma parte de una estructura prolijamente planificada.
Al centro, el mandatario francés Emmanuel Macron. A su derecha, Andrea Stefanoni, junto a trabajadores de El Ateneo, en noviembre de 2008.
“La gente, en general, tiene una idea bastante romántica de lo que es trabajar en una librería. Hay mucho de eso, es cierto, pero también es un trabajo y no nos la pasamos todo el día leyendo, aunque lo hacemos después, ya lejos de los anaqueles”, detalla. “También me preguntan si leí todos los libros que hay acá”. ¿Y? “¡No! Imposible. Ni cerca”, se ríe.
Tres mil visitantes diarios, cientos de libros nuevos por día, millones de palabras impresas. Hay, también, decenas de anécdotas: “Siempre recuerdo la primera visita de Paul Auster. Él estaba firmando ejemplares en uno de los palcos del fondo y de repente apareció un admirador, de unos 16 años, con una máquina de escribir enorme para que se la autografiara. Recuerdo los ojos saltones de Auster mirando fijamente la máquina de escribir”, evoca Stefanoni, quien otra vez se sorprendió al salir de su oficina y encontrar al sudafricano J.M. Coetzee pispeando libros en los estantes. Así de fascinante puede ser un día en El Ateneo: cruzarse con un Premio Nobel de Literatura buscando material de lectura.
O, por qué no, cruzarse con un mandatario francés, como sucedió el año pasado, durante el G-20, con la visita de Emmanuel Macron, confeso admirador y lector de Jorge Luis Borges. Para la librería fue una actividad organizada, para los lectores que justo curioseaban por allí, no, fue una casualidad oportunamente viralizada en las redes sociales.
Pero también hay anécdotas de las íntimas, de las que quedan puertas adentro, como el verano aquel, en el que en medio de constantes cortes de luz, Ariel, un compañero de la librería, improvisó a oscuras un concierto de piano en el bar que ocupa el espacio que históricamente fue el escenario del teatro donde alguna vez cantó el mismísimo Carlos Gardel: “Fue algo mágico”.
Y además están las historias insólitas, como cuando empezaron a aparecer libros de Borges con la tapa tachada con marcador negro. Uno, dos, tres… varios libros rayados. Un misterio digno de resolver por la pluma de Agatha Christie o Arthur Conan Doyle, ¿no? Hasta que pescaron in fraganti al “performer”. ¿Por qué lo hace, caballero?, quisieron saber. “Porque nadie nunca va a escribir como él. Y eso lo considero injusto”.
Hace casi dos décadas que Andrea Stefanoni trabaja en El Ateneo. / Fernando de la Orden
Entonces, ¿cómo hicieron para posicionar la librería como una de las más lindas del mundo y como una atracción turística casi obligatoria? “Así como los libros se defienden solos, las librerías también. El espacio es imponente y trabajamos día a día para brindar algo más, para que venir a esta librería sea una experiencia placentera”, explica Andrea.
Estar en un lugar que alguna vez fue un teatro, un cine y que ahora alberga miles de libros, dice, es lo que más le gusta de su trabajo. Se entiende: el lugar combina muchos de sus intereses. En algún momento, quiso formarse en guión, escribió y estrenó dos obras de teatro —La restauración y Mamá, actualmente en cartel—, fundó Factotum, una editorial independiente que edita primeras novelas de autores jóvenes, y publicó dos novelas.
La librería tiene cuatro niveles en los que se venden mayormente libros, DVD’s y CD’s. / AFP
Una fue en 2012, Tiene que ver con la furia, junto con Luis Mey, que será adaptada al cine, y la otra, en 2014, La abuela civil española, sobre la vida y exilio de su abuela, que hoy tiene 94 años, y de su abuelo, que ya no está, pero que, antes de venir a la Argentina e instalarse en Tigre, sobrevivió a un pelotón de fusilamiento en una España conflictuada, primero, por la guerra civil y, luego, por el franquismo.
Y fueron justamente sus abuelos quienes marcaron a fuego su vida con los libros. Hija de un padre físico-matemático y una ama de casa, y con un hermano doctorado en historia, Andrea asegura que los libros que había en su casa “eran aburridísimos”: “Creo que la base fundamental de lo que tiene que ver con mi costado creativo, me la dieron mis abuelos en la isla del Tigre, donde vivían. Ahí no había nada de nada: ni un libro y una tele que apenas funcionaba. Me pasaba horas, días, inviernos y veranos ahí, inventando cosas para pasar el tiempo, feliz sin darme cuenta”.
En algún momento de su adolescencia, los libros se convirtieron en casi lo único que le gustaba en la vida. Ahora, de adulta, busca que esos recuerdos y vivencias se cuelen en sus textos: “Dentro o fuera de la librería, me gusta contar historias, en el formato que sea, sin olvidar que escribir no es más que hacerse pasar por otro. Eso puede llegar a salvarnos, no sé si de las crisis económicas o de las catástrofes naturales, pero sí de algunas cosas, como de la indiferencia, que ya es bastante”.
La librería tiene áreas de lectura, algunos ubicados en los viejos palcos del teatro. / AFP
Agota Kristof, Enrique Vila-Matas, Sylvia Molloy, Aurora Venturini, John Cheever, Marguerite Duras están entre sus escritores más queridos. Lo mismo que los poetas Cristina Peri Rossi, Idea Vilariño, Ángel González, Luis García Montero y Leonard Cohen.
“Un gran porcentaje de mi biblioteca personal son libros de poesía. Tengo lo justo, no más de mil libros. Conservo lo que me interesa y evito acumular, pero sin llegar al extremo ridículo de Marie Kondo, que propone no tener más de treinta libros”, describe Andrea, a quien también le gusta viajar mucho. “Antes de volver a Buenos Aires, ya estoy, sin proponérmelo, planeando el siguiente recorrido. Me gusta una frase de Vila-Matas que dice: ‘Me fascina escribir los viajes antes de hacerlos y luego, ya en el punto de destino, vivir lo escrito’”.
A Vila-Matas, justamente, lo homenajeó en 2015 en una de sus visitas al país cuando estaba por cumplir 67 años: les propuso a los empleados vestirse de negro y sostener unas imágenes con la particular mirada del español. Sin sonreír, pero mirando a cámara y, en lo posible, enarcando una ceja —como el escritor—, clic, clic, se sacaron una foto y, que los cumplas feliz, Enrique, éste es tu regalo.
Regalo. Los libreros de El Ateneo Grand Splendid homenajeron al español Vila-Matas, en 2015. / Archivo
Todavía cautivada como el primer día, a veces se pasea sola por los balcones de ese tercer piso vedado a los visitantes, en la librería donde pasó la mayor parte de su vida y, desde lo alto, bien cerca de la cúpula donde una figura femenina —tal vez una diosa del Olimpo— forma parte de una pintura alegórica de la paz, Andrea Stefanoni lo abarca todo con su mirada: “Dicen que la belleza es despiadada, porque no la mirás vos, sino que te mira ella. Y no perdona”.
La cúpula de El Ateneo fue pintada en 1919 por Nazareno Orlandi. Es una representación alegórica de la paz por el fin de la Primera Guerra Mundial. / AFP