Beate y Serge Klarsfeld son una pareja de leyenda. Su biografía, una auténtica epopeya. Sin embargo, nada predestinaba a esa hija de un soldado de la Wehrmacht y al hijo de un judío rumano muerto en Auschwitz a convertirse en los «cazadores de nazis» que todos conocemos.
Las memorias cruzadas que publican esta semana los sellos El Zorzal y Edhasa resumen esa historia. Es una historia que comenzó con un flechazo entre una jovencita au pair alemana y un estudiante de Ciencias Políticas, que se conocieron «el 11 de mayo de 1960 a las 13. 15 en el andén del metro de la Porte-de-Saint-Cloud» de París, como Serge -historiador detallista- lo relata en esta obra de 900 páginas.
Es sobre todo la historia de una pareja que entró en la leyenda ocho años más tarde, el 7 de noviembre de 1968, durante un congreso de la Democracia Cristiana alemana (CDU) en Berlín, donde Beate, haciéndose pasar por periodista, dio una espectacular bofetada al canciller de la República Federal Alemana (RFA), Kurt Georg Kiesinger, exnazi que disimulaba su pasado.
Ese gesto, que transformó a Beate en el símbolo de toda una generación alemana, fue el primero de una larga serie de acciones espectaculares, que durante 50 años los llevaron a los rincones más alejados del mundo.
Entre esos logros, los Klarsfeld permitieron en 1987 la detención y el enjuiciamiento de Klaus Barbie, jefe de la Gestapo en la ciudad francesa de Lyon, asesino del resistente Jean Moulin y responsable de la deportación y el exterminio de 44 niños en la localidad de Izieu. Pero también tuvieron un papel central en los procesos de célebres colaboradores con el nazismo, como René Bousquet, Paul Touvier, Jean Leguay y Maurice Papon. Igual importancia histórica tuvo su inagotable trabajo de investigación para devolver su identidad a decenas de miles de judíos desaparecidos en los campos de la muerte.
Con 80 y 82 años, respectivamente, como si el aura que los acompaña no existiera, cálidos y accesibles, los Klarsfeld siguen su trabajo de sensibilización sobre la importancia del combate por la justicia y la memoria. En vísperas del viaje de Beate a Buenos Aires, acompañada de su hijo Arno, abogado especialista en derechos humanos, LA NACION los entrevistó en París.
-¿Por qué consideran ustedes que la década de 1968-1978 fue «un período pionero» de su combate?
Serge: -Porque fue la época de más intensidad de nuestra acción. Antes estábamos algo alejados de la política. Recién en 1967 Alemania Occidental escogió como canciller a un expropagandista hitleriano, Kurt Kiesinger (1904-1988). Beate no lo soportó. Sin embargo, a pesar de su bofetada, nuestras campañas de indignación recibieron al principio poco eco. Por eso decidimos que, para obtener resultados, nuestras acciones debían ser más o menos espectaculares.
-En ese combate, ¿hubo siempre una repartición de roles entre ustedes?
Serge: -Siempre dependió de las situaciones. Beate, indignada por la impunidad de ciertos nazis en Alemania, actuó mucho más en ese país y en el terreno. Yo estuve mucho más concentrado en el trabajo de investigación y de escritura de la historia de la Shoah. Pero siempre actuamos y pensamos todo de común acuerdo. Solo estando unidos, mientras nos esforzamos en llevar una vida de familia normal, pudimos afrontar las dificultades y superar las agresiones.
-Beate me dijo hace nueve años, durante una entrevista, que si una mujer piensa en la dificultad que representa un combate semejante para los hijos y la vida familiar, no hace nada. Aprovecho la presencia de Arno para preguntarle directamente a él cómo vivió esa lucha y el peso del aura heroica de sus padres durante su infancia.
Arno: -Yo nací en esta familia y no en otra. Mi vida fue así. Creo que fue una vida normal.
-Beate, ¿por qué afirma que «el personaje que usted encarna es mucho más importante que usted misma»?
Beate: -Porque nada me predestinaba a la vida que tuve, a convertirme en el símbolo de esa lucha.
Arno interviene: «Dice eso porque es demasiado modesta».
-¿Está orgulloso de sus padres?
Arno: -Sí. Mi madre es demasiado modesta, generosa y valiente.
-¿Fue una vida demasiado dura?
Beate: -No. Fue necesario. Y muy difícil, es verdad. Porque comenzamos jóvenes, sin ayuda exterior y desencadenando reacciones a veces muy violentas. Teníamos miedo de la cárcel y enfrentábamos cantidad de problemas materiales y financieros.
-La cacería de nazis parece concluida. ¿Qué sentimientos conservan ambos de aquella época?
Serge: -Que hicimos lo máximo que pudimos. Poco a poco conseguimos construir una memoria de la Shoah. Asimismo, ese trabajo permitió que la opinión pública tomara conciencia del papel del gobierno colaboracionista de Vichy (1940-1944) en la «solución final» en Francia. Los verdugos pudieron ser condenados. Para nosotros no hay orgullo o arrepentimiento. Solo estimamos que hicimos lo que creíamos justo. En ese sentido, en nuestra calidad de embajadores de la Unesco para la prevención de los genocidios y la historia de la Shoah, viajamos a ciertos países, por ejemplo, en África, cuando las guerras civiles dejan planear el espectro del genocidio.
-¿Cuál es su análisis sobre el resurgimiento del racismo, los extremismos y los populismos en el mundo?
Serge: -El camino de la humanidad hacia el bien es largo e incierto. No se puede abandonar la lucha contra esas fuerzas negativas. Debe ser permanente. Es necesario estar atentos e implicarnos en forma individual y colectiva. Debemos actuar para que los derechos humanos sean respetados y las libertades garantizadas y protegidas. Naturalmente, para esto hay que favorecer la creación, la educación y la instrucción. Esas me parecen las únicas murallas contra las injusticias, las discriminaciones y los extremismos. Dicho esto, debo confesar que ignoro cuál será el futuro político del mundo.
-¿Pensó que estos viejos demonios podían regresar?
Serge: -Perfectamente. Porque la historia demuestra que la memoria de los hombres es corta.
Durante la entrevista, Beate participó poco, pero escuchó hablar a su marido con total asentimiento. En su biografía, hablando del hombre que compartió casi 60 años de su vida, esa hermosa mujer -sobre quien el tiempo no parece hacer mella- escribió: «Su confianza en mí es absoluta, mucho más fuerte que la mía. En sus ojos o en su voz, me reconozco tal como yo quisiera ser».
Su marido devuelve ese homenaje cuando, al evocar «los años de felicidad» con ella, escribe: «Ninguna mujer podría haberme dado lo que me ofreció Beate en nuestra vida privada y pública. Juntos somos fuertes y felices. Uno sin el otro probablemente no hubiésemos podido hacer gran cosa. Ella me debe mucho. Y yo, yo le debo todavía mucho más».
Para agendar
Beate Klarsfeld presentará Memorias, el libro que escribió junto a su esposo Serge. La acompañará su hijo Arno Klarsfeld. Modera Silvina Chediek. Será el jueves 5 de septiembre, a las 18.30, en el Auditorio de la alianza Francesa (avenida Córdoba 946)
Fuente: Luisa Corradini, La Nación