«Mi educación universitaria me preparó para un mundo que, cuando salí al mercado, ya estaba desapareciendo». Lo dice Gabriel Weitz, ingeniero industrial y estudioso de una materia que en los últimos años se volvió fundamental: el futuro del trabajo. Pero no es el único que entró a formarse en un mundo y salió en otro.
No es la única aproximación. Más allá de la fascinación o pánico personal, la materia excede ampliamente lo individual. Hoy es materia de Estado -de todo Estado- pensar cómo será la distribución laboral en las próximas décadas. ¿Qué produciremos en la Argentina? ¿Qué industrias moverán nuestra economía y qué puestos de trabajo serán necesarios en esas industrias? ¿Qué trabajos desaparecerán? Si lo que mueve el pulso del día a día es la economía, ¿qué marcará el compás de nuestros futuros vaivenes?
En diálogo con distintos especialistas en la materia, intentaremos en esta nota desarrollar un mapa posible para la Argentina que se viene, pensando qué se hará en cada región del país, quiénes lo harán, cómo y por qué lo harán. ¿Seguirá el campo siendo territorio de arrieros y de gauchos? ¿Qué podría suceder alrededor de Vaca Muerta? ¿Se formará algún Silicon Valley argentino por fuera de Buenos Aires? A diferencia del mero futurismo, estas preguntas dependen exclusivamente de las decisiones del presente.
Gerardo Rabinovich es vicepresidente del instituto de Energía General Mosconi y una de las personas que más sabe sobre el futuro de la energía en el país. Su área de expertise será fundamental para entender el mapa del trabajo porque tiene una influencia doble: por un lado, saber qué tipo de expertos se necesitarán en la industria energética; por el otro, conocer cómo pueden mutar todas las demás industrias en función de qué fuente de energía utilizarán. «En la Argentina somos tomadores de tecnología, no creadores. Es decir, en la medida en que los desarrollos tecnológicos vayan tomando factibilidad nosotros los vamos a incorporar, pero la industria de las telecomunicaciones muy difícilmente dependa de nosotros», advierte desde el comienzo.
«En la literatura reciente hay una gran referencia a la transición energética. Es el pasaje de un sector energético en el cual los combustibles fósiles permiten hacer funcionar el sistema económico y social, hacia una economía en la cual estos combustibles son reemplazados para reducir las emisiones de CO2. Son reemplazados por la electrificación. Vehículos eléctricos, por ejemplo. Y es energía a su vez generada a partir de fuentes renovables, o por lo menos no emisoras de CO2. Entre esas fuentes está una que es muy cuestionada, que es la energía nuclear, y en la cual estamos haciendo desarrollos», dice Rabinovich.
Esa transición va de la mano de la tecnología informática y de la digitalización. Al electrificar los consumos, cambian los modelos de negocios actuales de las empresas distribuidoras. El generador de electricidad pasará a ser el propio usuario, a través de paneles fotovoltaicos en los techos, por ejemplo. Es una de las direcciones hacia las cuales, según Rabinovich, va el sector energético en el mundo y, en consecuencia, también nosotros.
«En la Argentina hay un potencial muy importante de hidrocarburos, y sobre todo de gas natural. Se plantea que la expansión de los consumos y de la producción de energía eléctrica se haga en base a ese gas natural, y que seamos productores mundiales. Ahí es donde probablemente se generen desarrollos tecnológicos en el área de Vaca Muerta, que a su vez generen trabajos de calidad pero no de cantidad. Es decir, trabajos muy especializados pero con una baja intensidad de mano de obra. Ingenieros, técnicos enfocados en informática, software, big data, etcétera», explica.
«La cantidad de ingenieros que hoy tenemos en el sistema universitario no es suficiente para cubrir las necesidades del futuro si aspiramos a seguir en la dirección que estamos imaginando. Entonces: va a haber más demanda de ingenieros, de técnicos de carreras más cortas que puedan trabajar en estos procesos sin dedicar tantos años de su vida a la formación. El obrero de hoy, en este sentido, deberá ser un poco más técnico. El minero va a seguir existiendo pero probablemente su método de trabajo cambie. Va a ir aplicando más tecnología: robótica, informática, adquisición de conocimiento. Aunque mineros de pico y pala en economías más atrasadas va a seguir habiendo. Hay dos velocidades de evolución en el mundo y la Argentina tiene capacidad para seguir el ritmo, aunque no para generarlo», dice.
Una primera imagen muestra tres grandes focos de energía que representan dos modelos igual de fundamentales pero contradictorios. Por un lado está Vaca Muerta en Neuquén, que a corto plazo tendría una relevancia absoluta. Por el otro están los campos de energía solar y eólica, exponentes de un nuevo paradigma mundial de generación de energía. Según explica Rabinovich, ya hay desarrollos importantes en marcha: parque eólicos en Chubut, Santa Cruz y la provincia de Buenos Aires, y un enorme parque solar en Jujuy (Cauchari, donde la energía que se va a producir se aprovechará para la explotación de litio -parte de la expansión de la industria minera-, y para la fabricación de baterías).
«Hay tres ejes importantes a tener en cuenta: 1) las energías renovables para la producción de electricidad; 2) la eficiencia energética, que es el yacimiento de energía más importante que tiene la humanidad. Nosotros consumimos mal la energía. Dilapidamos mucho, no en el uso cotidiano necesariamente, sino con malas aislaciones térmicas en edificios, malos rendimientos en calderas, motores; bajos rendimientos en automóviles y buses.; 3) la producción de hidrocarburos no convencionales y el desarrollo de Vaca Muerta, que es lo que a corto plazo te va a dar más recursos, pero a largo plazo hace que toda nuestra producción se base en eso y no es hacia donde va el mundo. Lo vamos a tener que ir reemplazando, pero mientras hay que aprovecharlo. Entonces, esos son tres aspectos que pueden parecer contradictorios pero son claves», expone Rabinovich.
¿Habrá un Silicon Valley?
Fantaseamos sobre esto hace años: un polo tecnológico donde se instalen las empresas de vanguardia y las startups. En cada ciudad importante del país se intentó desarrollar una matriz productiva de software informático. En Jujuy, por ejemplo, ya hay más de 20 empresas dedicadas a la tecnología, pero es un debate con opiniones diversas si lograremos descentralizar esta industria o no.
* * *
«Hay partes de la Argentina que todavía están en el siglo XX, y solamente Buenos Aires está en el siglo XXI -advierte Gabriel Weitz-. Del sector audiovisual, más del 90% de las empresas están en Buenos Aires. Un estudio del gobierno nacional indica que más del 80% de la gente que trabaja en empresas de software con más de 5 empleados están en Buenos Aires, siendo Córdoba la segunda en la lista. Otro ejemplo: Accenture inauguró una oficina en Mar del Plata la semana pasada (además de Rosario y La Plata), y su presidente, Sergio Kaufman, me dijo que están por llegar al 25% de empleados en el interior. Sin embargo, tiene la mayor oficina a una cuadras del Obelisco e inauguraron una en Parque Patricios con espacio para 4000 personas. Globant sí tiene recursos en otras partes del país porque trabajan mucho con outsourcing. Empresas más grandes de otras partes del mundo le tercerizan parte de programación a Globant que está en Argentina y es más barato. Pero Globant surgió en una Argentina post crisis de 2001 y los costos en el interior eran mucho más bajos que en la Capital. Entonces, tienen oficinas en Rosario, Mar del Plata, Tucumán. Sencillamente porque pueden pagar un sueldo menor y las personas viven igual o mejor que en Buenos Aires. Ese es un punto que debiera aprovecharse más y no se hace. En todo lo que es industria del conocimiento el salario suele ser el 70% del costo».
Estudioso de Richard Florida, experto en geografía y crecimiento económico norteamericano, autor de El surgimiento de la clase creativa, Gabriel Weitz divide el trabajo en tres grupos. Primero están los manuales y repetitivos (la industria, el campo, un conductor de camiones, etcétera); luego, los trabajos de la industria de servicios (el que te atiende en un restaurante, el que te corta el pelo), y por último, la clase creativa. Según él, los profesionales (y no necesariamente los universitarios) hacen tareas cada vez menos repetitivas y más creativas. El ingeniero civil que antes hacía cálculos, ahora tiene una computadora que los hace por él, entonces se dedica a otra cosa que depende de su factor humano.
«Florida, además de plantear la existencia de esta clase (lo escribe en el año 2007), dice que está compuesta por gente que elige dónde quiere vivir. En Estados Unidos esto se ve mucho porque la migración interna es habitual. Según él, la clase creativa elige vivir en ciudades donde haya tolerancia, donde haya arte, donde no sean muy conservadores. Y lo muestra con números. Entonces, mientras que antes la gente más capacitada se mudaba siguiendo a las empresas, hoy es casi al revés: la gente se está mudando y las empresas se mudan atrás para seguirlas. Tal vez en otra clase social sigue el modelo anterior, en el que se muda la gente al lugar donde hay trabajo, pero en la clase creativa (en Estados Unidos), eso comenzó a cambiar», dice Gabriel.
¿Esto puede pasar en la Argentina?
Que eso pase debería ser un objetivo. La diferencia es que en Estados Unidos tenés seis ciudades que son líderes en la industria del conocimiento. Tenés en las dos costas: desde Seattle, San Francisco y Los Ángeles hasta Nueva York, Boston y Miami. Esas seis ciudades tienen muchísimo trabajo para la industria del conocimiento. En la Argentina hay una sola ciudad que tiene mucho trabajo de eso, y es Buenos Aires. Somos un país muy concentrado, tenemos una macrocefalia (una cabeza muy grande para el resto del cuerpo). Un tercio de la población viviendo en una sola ciudad. Es algo único en el mundo. Si nos desarrollamos, lo más probable es que no haya demasiada gente trabajando manualmente en el campo de yerba, pero sí gente que trabaje en marketing de yerba, en un mejor packaging. La pregunta es: ¿esa gente va a estar allá en Misiones o va a estar acá?
* * *
Más allá de eso, las intenciones para hacer de la Argentina un país descentralizado en materia de industria del conocimiento están. Según el ministro de Producción y Trabajo de la Nación, Dante Sica, hay un buen cluster tecnológico en Mar del Plata, Mendoza, Córdoba y Jujuy (donde están las 20 empresas ya mencionadas). Menciona que hoy el 90% del territorio está o es inminente que esté conectado a la red de 4G, y que esto acelerará la integración. En la misma línea iba el plan del gobierno 111 Mil, que planeaba formar 100.000 programadores, 10.000 profesionales de la industria del conocimiento, y 1000 emprendedores. Estaba a cargo de Carlos Palotti, un reconocido especialista en tecnología. Sin embargo, aunque continúa, no obtuvo los resultados esperados: baja tasa de egreso, mucha deserción, y poca gente interesada en inscribirse.
La formación es un capítulo fundamental en el mapa del trabajo que se viene. El panorama lo explica Dante Sica: «De cada 50.000 egresados, menos de un 10% viene de las carreras que derivan de las ingenierías. Con vistas al futuro, o a cómo se está configurando ese futuro, pareciera que tenemos una carencia de ingenieros. Lo que va a suceder, que ya empezó, es un reemplazo de músculos por cerebro. Mucha mano de obra se traspasa al servicio para la industria. El obrero fabril tradicional utilizará mucho más su capacidad intelectual que su fuerza. La industria alimentaria (con base en las economías regionales con procesos de automatización) va a ser un tractor de la economía, y el gran generador de empleo sin dudas va a ser el área de servicios, que es lo que está sucediendo en el mundo. Hay que mirar a las ingenierías volcadas a servicio. Pensar menos en contadores, abogados, pero más en las ciencias aplicadas».
Otros aspecto importante para pensar el país es el traslado de la producción. Hoy, el 93% de la carga que se mueve por el país se transporta en camiones. El gobierno apunta a que en 2025 haya un 25% de esa carga que se transporte en tren. Para ellos, los ingenieros en ferrocarriles, que casi no hay en el país, serán fundamentales. Es otra de las profesiones que se requerirán.
* * *
Juan Enrique Perea es consultor y encargado del desarrollo comercial en la firma Gahan y Cia. Una persona indicada para responder a una pregunta que mucha gente se hace:
¿Qué será del granero del mundo?
Hay una grieta en la tecnificación del campo. Si miramos la explotación agrícola, la Argentina va a la cabeza. Desarrolla e implementa tecnologías de punta para la siembra, la cosecha, la fumigación. Sin embargo, la explotación ganadera está muy por detrás de esa avanzada. Todavía no se ha logrado automatizar tanto, y es probable que cambie menos que lo agrícola.
Perea es contundente a la hora de proyectar cómo será el vínculo entre el hombre y el campo: «En la cuestión agrícola estamos de punta en relación con la tecnificación. Diría que tarde o temprano va a desaparecer el trabajo humano o se va a reducir al mínimo. Hoy en día, con las direcciones satelitales y los pilotos automáticos, el hombre solo está a bordo de la máquina para dar la vuelta en la cabecera, el resto lo hace solo la computadora. Pero en el campo ganadero siempre vas a necesitar al peón para que vea la hacienda. A pesar de los drones, vas a necesitar alguien que vaya al lugar, vacune, ayude a parir si algún animal tiene problemas en el medio del campo. No veo cercano que un dron o un androide detecte una vaca con problemas para parir y la pueda asistir. Eso lo va a seguir haciendo el peón. Además, nos falta todavía para tener una ganadería de precisión, donde sepamos gracias a la caravana electrónica cuánto comió cada animal, qué se le inyectó en su momento de antibióticos para curar qué enfermedades. Es algo que acá todavía no lo tenemos instalado, salvo en muy pocos campos».
Dicho en criollo: ¿va a desaparecer el peón? No del todo. «Están mucho más en riesgo los pilotos de aviones de fumigación que los tractoristas. Ya se están reemplazando por los drones que fumigan. Uno podría pensar que va a aparecer la figura del piloto de drone, pero tampoco sabemos si no será el mismo peón que aprenda a manejarlo. El gaucho será cada vez más dúctil con la tecnología», dice Perea.
Y agrega: «Hoy en día los gauchos graban con sus teléfonos videos desde el campo y te muestran la hacienda a distancia. Entonces, vos en el mercado nunca viste la vaca y la podés vender. Podés pensar que es muy obvio, pero eso hace siete años era completamente impensado. Fueron aprendiendo, y hoy el manejo de los teléfonos ya revolucionó el modo de trabajar. Lo mismo con el transporte: hay muchos peones de campo que se mueven en cuatriciclo. Cuando las distancias son muy grandes no pueden recorrer a caballo porque tardan todo el día. Los gauchos mismos están pidiendo tener cuatriciclos. Se adaptan mucho más de lo que se piensa».
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO, según sus siglas en inglés), se estima que para 2050 el consumo de carne aumentará entre un 20 y un 30%, conforme los países que dejan de estar en vías de desarrollo y son desarrollados comienzan a comer más carne, porque tiene proteínas y porque es rica. Esto, sin embargo, atendiendo a la concientización que está sucediendo alrededor del tema (basta remontarse al enfrentamiento entre veganos y gauchos en La Rural), no sabemos cómo puede evolucionar. «Por lo pronto, hay ya hay drones que en una pasada de campo te dicen cómo está el ganado. Pasa y hace un escaneo que te indica el peso y el estado del animal. De hecho, en el Mercado de Liniers (que se va a mudar a Cañuelas), ya se está probando un arco por el cual pasa la vaca o el novillo y te dice cuánto pesa. Ahí te estás ahorrando un tipo que esté en la balanza pesando, un gaucho que te mueva la hacienda. Se están probando cosas que van a modificar el panorama, indudablemente», concluye Perea.
* * *
En algún momento de la década pasada, Thomas Friedman escribió en su libro La tierra es plana que en el futuro el trabajo sería en cualquier lado, que la globalización y las nuevas tecnologías permitirían a las personas trabajar para cualquier empresa desde una hamaca paraguaya en Honolulu o Indonesia. Para qué iba a instalarse en lugares caros del planeta pudiendo hacerlo en paraísos baratísimos. El mundo, a contracorriente de su diagnóstico, fue concentrándose cada vez más en las ciudades, desacreditando la opinión del estadounidense. Es cierto que son muchos los que pueden hacer su trabajo de manera remota, pero esto parece no representar a la gran masa productiva.
«Cuando la gente de Tarjeta Naranja, una empresa cordobesa, se quiso meter en el segmento de viajes, armó todo su equipo de trabajo en Buenos Aires. ¿Por qué? Porque no queda otra. Si querés estar en temas de internet, en el interior hay mucha escasez. Y por ahí terminan contratando cordobeses que viven en Buenos Aires. Lo que pasa es que se forman clusters. Si vos estudiaste algo de software, o de marketing digital, o de IT (tecnología de la información)…, ¿adónde vas a ir? ¿Dónde están las empresas de eso?. Y si sos una empresa de eso y querés abrir una oficina, ¿dónde la vas a abrir? ¿Dónde están los que estudian eso? Entonces, se forma un círculo virtuoso para Buenos Aires y vicioso para el resto del país. Esto se puede revertir, pero depende de un esfuerzo grande», explica Gabriel Weitz.
No importa lo que diga Friedman, es difícil desconcentrar. Más difícil aun es saber, provincia por provincia, qué trabajos van a aparecer y desaparecer. Sabemos que los ingenieros serán fundamentales: en minería en Jujuy y San Juan; en petróleo y ambientales en Neuquén; informáticos en Córdoba, Mendoza y Buenos Aires; electrónicos en Santa Fe, y en telecomunicaciones en Bahía Blanca. Sabemos que la Patagonia será un generador de energía para el cual serán necesarios operarios de drones, técnicos especializados. Sabemos que si a cada economía regional se le suma el componente del marketing, diseño y software en el mismo lugar de producción la gama de trabajos se expandirá hacia todo el territorio.
Pero todo lo sabemos con la condición por delante: nuestro mapa del futuro depende, ya fue dicho, de nuestra convicción de seguir en esta tierra mucho tiempo más.
Fuente: Joaquín Sánchez Mariño – La Nacion