La obra, publicada por Libros del Zorzal, cede la voz a los que en esa tragedia ocurrida durante la Segunda Guerra Mundial vieron morir en estado de locura a sus padres víctimas del terror; a niñas que limpiaron letrinas a cambio de protección y alimento; o a los que durante mucho tiempo imaginaron que su padre había sobrevivido a la guerra, hasta que cincuenta años después confirmaron que había muerto en un campo de exterminio.
Algo de todo este drama rozó la historia de Gutkowski, pero como ella dice tuvo «suerte» porque no perdió a sus familiares: «En este tipo de catástrofes a veces la suerte es un milagro», afirma, y cuenta que a los dos años y por seguridad sus padres la entregaron a un matrimonio católico, mientras huyeron hacia el sur de Francia -libre de la ocupación nazi- y dos años después, cuando la guerra terminó, se reencontraron.
Su historia forma parte de un nuevo libro donde narra su llegada a la Argentina en el año 61 para casarse con un argentino hijo de polacos, adelanta en una entrevista con Télam.
«Soy una sobreviviente, pero hasta los 57 años no me había preocupado por saber mucho más de lo que sabía, me enteré tarde, cuando ingresé a un grupo de personas que siendo niños habían sobrevivido al Holocausto tanto en Francia como en otros países», revela esta socióloga de hablar pausado que aún conserva su acento francés.
– Télam: ¿Cuándo tuvo conciencia de la muerte de niños y adolescentes durante el nazismo?
– Hélène Gutkwoski: Creo que hasta el día de hoy me cuesta entender que hubo un millón de chicos muertos: lo digo, lo repito cuando hablo en colegios, en entrevistas, pero internalizarlo es muy difícil. Los niños fueron el blanco principal de los nazis porque la denominada solución final era terminar con la raza judía.
– T: Uno de los testimonios del libro dice que los nazis temían a la locura y a las enfermedades contagiosas. ¿Qué reflexión le merece esa afirmación cuando el accionar del nazismo podía llegar a desquiciar a cualquier ser humano?
– H.G.: Creo que el ser humano al cual apuntaban estaba reducido a la categoría de cucaracha, rata o araña; por algún procedimiento psicológico ellos no veían en sus víctimas a un ser humano como ellos, porque creían en la superioridad de la raza aria, entonces los demás eran inferiores y dentro de los inferiores había otros más inferiores, que éramos los judíos. Creo que ese pensamiento los protegió de la locura porque debe ser enloquecedor hacer lo que han hecho. Cuando los alemanes estaban en Rusia y no se habían delineado los mecanismos de industrialización de la muerte, había soldados alemanes que no soportaban lo que veían y muchos se suicidaron y a otros debieron sacarlos de las filas porque no aguantaban matar a 100 personas una tras otra. Por eso y por motivos de «economía» se inventó la cámara de gas, que era un procedimiento más barato, rápido y casi no dejaba rastros.
– T: Otro episodio que me impactó fue el del polaco judío que desoyó los consejos de quienes le decían que abandonara Francia ante el avance nazi y terminó deportado. ¿Hubo muchos casos de negación?
– H.G.: Los inmigrantes que habían llegado a Francia en los años 20 o 30 habían puesto en ese país muchas esperanzas, no solo en lo económico sino en los ideales de igualdad, libertad y fraternidad de la Revolución Francesa, entonces no podían creer que se volviera infiel a su propia filosofía o concepción. Recién sobre el final de la guerra supimos lo que era la deportación, esa palabra no existía en el vocabulario, así como tampoco se hablaba de campo de exterminio, cámara de gas, fosas comunes. Hasta mayo del 44 nadie podía creer que esa gente que desaparecía iba a cámaras de gas, se pensaba que los arrestaban e iban a campos de concentración donde los castigaban o les faltaba comida.
– T: El libro hace eje también en la gente que ayudó a salvar a los niños y arriesgaron sus vidas en ayudar a otros.
– H.G.: Lo que nos queda a los sobrevivientes es poder hablar de la gesta salvadora porque hubo mucha gente en todos los países que ayudó, y porque sin esa ayuda hubieran llegado a exterminar a un pueblo. Este es mi caballito de batalla porque fui salvada de esta manera, al igual que mis compañeros, y creo que es un ejemplo que hay que dar a las nuevas generaciones: inculcarles que aún en las peores condiciones hay que buscar la manera de ayudar al otro. Hubo salvadores que se comprometieron corriendo riesgos junto a su familia y hubo salvadores pequeños, si se me permite el término, porque dieron techo una noche o un pedazo de pan, o un documento; cadenas de salvadores que fueron indispensables para la salvación de muchos de nosotros.