Eran figuras diminutas a la entrada del bosque, a kilómetros de distancia del campamento de verano al que asistían, y solo llevaban un rudimentario GPS para mostrarles la dirección correcta. La noche caía y estaban solos.
Observaron en la oscuridad: ¿era este el camino?
“Podría ser”, dijo Thomas, el líder del equipo, de 12 años.
Y luego, puesto que no había nada más que hacer, se internaron en el bosque.
Se trata de una tradición neerlandesa de exploración conocida como dropping, en la cual literalmente se deja en un bosque a grupos de niños, por lo general preadolescentes, con la expectativa de que encuentren el camino de regreso a su base. La idea es que sea una actividad desafiante, y a menudo logran dar con su base a las 2:00 o 3:00.
CreditDmitry Kostyukov para The New York Times
En algunas variaciones de este reto, inspirado, pero sin demasiado rigor, en ejercicios militares, los adultos siguen a los equipos de los niños, pero se rehúsan a orientarlos, aunque tal vez dejen notas enigmáticas como pistas. Con el fin de hacerlo más difícil, los organizadores a veces incluso les tapan los ojos a los niños de camino al lugar donde los dejarán, o conducen varias veces en círculos para confundir su sentido de orientación.
En ocasiones, se ocultan en la maleza y hacen ruidos como los de un jabalí.
Si esto te parece disparatado, se debe a que no eres neerlandés.
Es justo decir que la infancia de los neerlandeses es diferente. A los niños se les enseña a no depender demasiado de los adultos; a los adultos se les enseña a permitir que los niños resuelvan sus propios problemas. Dejarlos en el bosque sintetiza estos principios de una manera extrema, confiando en la idea de que incluso para los niños cansados, hambrientos y desorientados, hacerse cargo de la situación genera una emoción que compensa.
Desde luego, muchos adultos de los Países Bajos recuerdan con cariño esa experiencia. Rik Oudega, un líder de exploradores que tiene 22 años, recordó haber sido detenido por la policía mientras conducía en la dirección contraria en una carretera de un solo sentido cuando iba a dejar a unos niños. Sudó frío, comentó, “porque lo que había hecho era ilegal”.
Los oficiales se detuvieron junto a él y le pidieron que bajara la ventanilla. Miraron el asiento posterior del auto, donde había cuatro niños con los ojos vendados, lo cual “en realidad tampoco está permitido”, según dijo Oudega.
Oudega intentó ser honesto: “Voy a dejar a estos niños en el bosque”, les dijo haciendo referencia al dropping, con la esperanza de que sirviera.
“Se miraron entre sí, luego me sonrieron y dijeron: ‘Que pase buena noche, y trate de respetar las reglas’”.
Los niños que abandonados en Austerlitz, cerca de Ultrecht, se adentraron caminando en el bosque, cuyo suelo arenoso despedía un olor a agujas de pino y estaba cubierto de musgo negro. En el cielo había aparecido una media luna.
Durante unos cuantos minutos, se escuchó el sonido de los automóviles de la carretera, pero luego, eso también desapareció. El bosque los había rodeado por completo y se hacía más denso.
Esa noche fue la primera vez que dejaban en el bosque a Stijn Jongewaard, un chico de 11 años y orejas sobresalientes, quien afirma haber aprendido inglés gracias a los videojuegos de Minecraft y a la serie Hawái 5.0. Pasa gran parte de su tiempo libre en casa frente a su PlayStation. Esa es una de las razones por las que sus padres lo enviaron al campamento. Nunca antes se había internado en el bosque.
Su madre, Tamara, mencionó que había llegado el momento de que se hiciera más responsable, y el ritual de abandonarlo en el bosque era un paso en esa dirección.
“Stijn tiene 11 años”, comentó. “Se está terminando el tiempo en el que podemos enseñarle. Va a entrar a la adolescencia y entonces tomará sus propias decisiones”.
Después de haber estado caminando durante media hora, el grupo se desvió del camino y entró al bosque; luego se detuvieron, hablaron entre ellos durante unos minutos y dieron marcha atrás. A unos 9 metros del camino, un gran animal saltó impulsándose desde detrás de las hojas y los niños se sobresaltaron. Era un venado.
CreditDmitry Kostyukov para The New York Times
Si leemos con detenimiento los diarios neerlandeses, encontraremos pruebas de que a veces las cosas no salen bien cuando dejan a los niños en el bosque. En 2012, medios alemanes informaron que cinco niños neerlandeses que participaban de un dropping en un bosque alemán llamaron a la policía local para que los sacara del estrecho espacio donde se habían atorado, entre una pared rocosa y un ducto de ventilación.
Una “aventura peligrosa”, informaron los medios alemanes.
No obstante, a los periodistas neerlandeses no les impactó todo ese alboroto y se burlaron de él describiéndolo como el “drama por los droppings” y como algo “un poco adornado”. “Con frecuencia, esta actividad es la parte más emocionante de un campamento”, explicó un artículo que le dio seguimiento a la noticia.
Esta práctica es una parte tan normal de la infancia de los neerlandeses que muchos se sorprenden cuando les preguntan al respecto, porque suponen que es común en todos los países. Sin embargo, Pia de Jong, una novelista que ha criado a sus hijos en Nueva Jersey, comentó que esto reflejaba algo especial acerca de la filosofía neerlandesa sobre la crianza.
CreditDmitry Kostyukov para The New York Times
“Nada más dejas a tus hijos en el mundo”, señaló. “Desde luego, te aseguras de que no se mueran, pero aparte de eso, ellos tienen que encontrar su propio camino”.
No obstante, de Jong, de 58 años, ha comenzado a preguntarse si esta práctica es en realidad tan divertida. “Imagínate que te pierdes y no tienes idea de a dónde ir”, comentó. “Pueden pasar diez horas, puede pasar toda la noche, y no tienes ni idea. Es tarde, el camino es largo y la gente se asusta un poco”.
Hizo una pausa para reflexionar. “De hecho, no creo que sea bueno hacerles eso a los niños”, afirmó.
En 2011 y 2014, algunos niños que habían sido abandonados en el bosque como parte de esta tradición fueron atropellados fatalmente mientras caminaban por la carretera. Desde entonces, esta práctica está mucho más reglamentada.
El equipo que se deja en el bosque sí lleva un celular para usar en caso de alguna emergencia, y la asociación de exploradores exige que los participantes lleven chalecos que sean muy visibles y distribuye una larga lista de lineamientos, principalmente orientados hacia la seguridad vial. “Es divertido traspasar los límites”, dice una recomendación, “pero eso también tiene sus límites”.
Eran casi las 2:00 cuando Stijn y su equipo de campistas llegaron arrastrando los pies al campamento. Había una fogata que chisporroteaba, y salchichas cocidas en panecillos esponjosos. Los búhos estaban cazando y sus chillidos se escuchaban en la parte alta del follaje de los árboles.
Los campistas devoraron la comida, se quedaron mirando a la fogata durante unos minutos y luego se fueron dando traspiés a sus tiendas de campaña. Cuando Stijn salió de su tienda soñoliento a las 11:00 la mañana siguiente, se creía todo un experto.
Dejó de echar de menos su PlayStation. Y dijo que, cuando tuviera hijos, quería que vivieran esa experiencia algún día.
“Te enseña, incluso en momentos muy difíciles, a seguir caminando, a seguir adelante”, señaló. “Nunca antes había tenido que hacer eso”.
Fuente: The New York Times