Una mujer de 103 años que todavía recuerda los postres de la confitería, un exmozo misionero y vecinos del barrio que fueron asiduos clientes visitaron el edificio en restauración de la confitería del Molino que, por un día, abrió sus puertas para celebrar su cumpleaños.
Cuando María entró en su silla de ruedas por la puerta lateral de la avenida Callao, reservada para personas con movilidad reducida, en el interior de la antigua confitería se armó tremendo revuelo: «¡Tenés la misma edad que El Molino!», exclamó una de las jóvenes encargadas de custodiar el orden en el ingreso.
Como todas las mañanas, la mujer leyó ayer el diario y cuando vio la noticia sobre la apertura del Molino, pidió inmediatamente que la llevaran. Todavía recuerda los postres de la confitería.
«Yo la cuido, su hijo vive afuera», respondió la mujer que empujaba la silla de ruedas de María cuando Télam se acercó a conversar y, entre risas, agregó: «Cuando sepan que la traje me van a matar».
Para celebrar los 103 años de la confitería, el Gobierno porteño decidió abrir las puertas del edificio hoy entre las 14 y las 18; y a las 15media tarde, la fila para entrar daba vuelta la manzana recorriendo las calles Rivadavia, Riobamba y Bartolomé Mitre hasta Callao.
El 9 de julio de 1916, justo para el centenario de la Independencia, la «Antigua Confitería del Molino» fue reinaugarada en un edificio más grande -el que hoy es restaurado- como «Confitería El Molino». En ese momento, María tenía dos meses y medio, había nacido el 22 de abril.
La primera vez que El Molino debió cerrar sus puertas fue en 1930, por un incendio durante la «levantada militar» que derrocó a Hipólito Yrigoyen, contó a Télam Edmundo Díaz, ex mozo de la confitería y experto en su historia.
«Esas baldosas que se ven ahí nunca se arreglaron, se rompieron cuando entraron los caballos», dijo el hombre, que tiene 60 años y trabajó en El Molino entre 1980 y 1992, cuando dejó el puesto para volver a su provincia, Misiones.
Edmundo Díaz, al igual que María, también causó revuelo esta tarde en el antiguo edificio; pero él tenía, además de sus recuerdos, unas cuantas fotos para mostrar.
«Acá estoy al pie de la escalera porque en el salón del primer piso había una fiesta», comentó al mostrar una imagen donde posaba, erguido y orgulloso, con su uniforme de mozo: camisa y moño blancos y pantalón negro.
Aunque conoció a Libertad Lamarque, Osvaldo Pugliese y Mirtha Legrand, entre otros famosos, al ser consultado por algún cliente que él recuerde especialmente, menciona a un hombre «muy elegante pero con las chapas medio voladas» que durante dos años fue periódicamente a la confitería.
«Venía solo, se sentaba, pedía un café y un cortado y hablaba de viajes, negocios y economía con un fantasma, con alguien que no existía», recordó.
Muchas personas quisieron hoy sacarse fotos con Edmundo, una de ellas fue Ana Berbel, quien es de Tierra del Fuego y a principios de la década de 1990 estudiaba en Buenos Aires para ser guía de turismo, vivía cerca del Congreso y tomaba café en El Molino.
«Yo que lo vi en su ocaso, hoy me duele verlo así», dice la mujer mirando desde la entrada de Rivadavia y Callao hacia el fondo del gran salón de la planta baja del edificio, donde hasta 1997 funcionó la confitería.
Y es que la restauración todavía está en proceso y no tiene fecha cierta de finalización. El edificio estuvo abandonado 22 años pero, como decían hoy varios visitantes, «parece más», a juzgar por el visible deterioro.
En total, el edificio tiene tres subsuelos, planta baja y cinco pisos; pero este sábado solo se podían visitar solo la planta baja y el primer piso, donde al momento del cierre funcionaban la confitería y un salón de fiestas llamado «Versalles».