En el intervalo que va de un artefacto al otro cabe una colección de 18.000 artículos que se exponen parcialmente en las tres sedes del museo: astrolabios, gramófonos, microscopios, autos de carreras, la primera computadora que pisó España, un iPhone…
«Nuestra voluntad es ser capaces de coleccionar la tecnología que se está haciendo. Todos necesitamos un poco de distancia para valorar y observar las cosas y ser capaces de ver qué es lo que va a ser relevante en el futuro, de todo lo que estamos produciendo ahora. Pero no somos un museo de Historia. Queremos estar al día», explica la directora de Muncyt. Se dice pronto, pero no es tan fácil hacerlo realidad. El ritmo atropellado de la tecnología actual y la paradójicamente rápida degradación de los materiales más modernos complican el diseño y conservación de las colecciones que tendría que retratar nuestros avances ante las civilizaciones venideras. «La tecnología es obsolescente, sucede, pero el rasgo típico de esta economía capitalista en la que nos hemos movido en el último siglo es ese: el de la obsolescencia programada. El del diseño de objetos hechos para no durar. Para que no podamos repararlos. Esto lógicamente condiciona nuestro trabajo en el hecho de que vamos a tener muchas más piezas que coleccionar», señala Martínez de Marañón.
¿Cómo mostraremos nuestro presente, tan marcado por la obsolescencia programada y la constante proliferación de artefactos y la intangibilidad de lo digital, en los museos del futuro? En el Cooper Hewitt, división de diseño del Smithsonian, se hicieron algunas preguntas más: ¿Cómo experimentarán e interactuarán con las exhibiciones las generaciones futuras? ¿Cómo entenderán las tecnologías que daban forma a nuestro mundo? ¿Cómo tienen que evolucionar las prácticas de adquisición, curación y conservación de los museos para hacer posible esta visión? El resultado del interrogatorio fue el Digital Collections Materials Project (DCMP), dos años de exploración que han servido para identificar los retos de preservar nuestras ahora modernas invenciones y creaciones cuando el tiempo las convierta en reliquias.
Muerto el hardware se acabó el software
Los materiales son el primer quebradero de cabeza. «El primer y más urgente desafío es la obsolescencia y degradación del hardware. La obsolescencia del software también es una gran preocupación, pero ésta la dicta y la determina la decadencia de los objetos físicos en los que tiene que ejecutarse», explican en el informe final del DCMP.
Así las cosas, las tareas de conservación en lugares como el Muncyt parecen sacadas del mundo al revés. «No son las piezas más antiguas y que parecen más delicadas las que suponen un mayor reto para la conservación. Esas realmente estaban fabricadas con materiales convencionales: latón, vidrio, madera… Ya sabemos cómo funcionan. El problema son las piezas más recientes, las que se han ido fabricando a lo largo del siglo XX», asegura la directora del centro.
¿Qué tienen estas que no tengan sus antepasadas? Plástico. Decenas de miles de formulaciones de polímeros que se empeñan en no desaparecer de nuestros entornos naturales cuando alcanzan escalas microscópicas, pero se desintegran a la primera de cambio cuando están en sus estructuras originales. «Los primeros cables que se aislaron con glutapercha -una resina natural- fueron para un tendido de telégrafos que se estaba construyendo en 1850 en la India. En 1861 ya hay un artículo en el que se está hablando de que eso se está deteriorando. Nosotros somos conscientes de que esas gomas se deterioran. Y es irreversible, porque se van liberando los plastificantes de esos materiales y no podemos retenerlos. Son químicamente inestables».
¿Y lo de dentro?
Una cosa son los soportes y otra la información que contienen. Ni lo uno ni lo otro duran para siempre. «Los dispositivos adquiridos por museos de diseño hace dos décadas -mucho antes de que se establecieran las mejores prácticas de conservación de formatos digitales- pueden no haber estado sujetos a la preservación sistemática de la información que almacenaban», señala el informe de DCMP. Y cuanto más tiempo pasa, más costosas serán las tareas de recuperación de la información, que requerirán de asistencia profesional. «El soporte material de las nuevas tecnologías es para nosotros un reto. Es verdad que cada vez la tecnología es más invisible. Las piezas mecánicas tradicionales son más físicas y tienen funcionamientos más fáciles de entender. Y según vamos avanzando en el tiempo nos hace falta tener muchos más conocimientos en algunas materias, para poder identificar dónde reside la materialidad de esas tecnologías», coincide Martínez de Marañón.
Además, en este festival de la decadencia se complica la tarea de salvaguardar la funcionalidad de los objetos tecnológicos. Aunque este aspecto es secundario en lo relativo a las exhibiciones, su importancia es clave en instituciones como el Muncyt, consagradas a la divulgación. «Para nosotros, saber cómo funciona una pieza es algo tan importante como conservarla. Si no, estamos conservando carcasas en lugar de aparatos tecnológicos. Para nosotros la funcionalidad de un artefacto es lo mismo que la imagen sería a un cuadro. Es la parte fundamental de la pieza», explica la directora del centro.
Por lo pronto, toca dejar que el paso de los años haga de las suyas. Y si algo se pierde en el olvido, algún motivo habrá. «Los objetos que nosotros tenemos del pasado son aquellos que el tiempo ha salvado. Tenemos que pensar que por el camino se nos ha perdido mucho. En el paleolítico no se pasaban el día chocando piedras, tendrían muchas cosas que hacer, pero esto es lo que hemos conservado. El tiempo también criba».