La Gioconda siempre levanta pasiones. Incluso una copia. El Prado lo sabe muy bien. Desde su apertura, hace 200 años, figura en su inventario un retrato anónimo que reproduce el famoso cuadro de Leonardo da Vinci procedente de la Colección Real. No se sabe cómo llegó a España, aunque ya aparece catalogado en 1666.
Esta Mona Lisa no resultaba del todo fidedigna, porque la figura se mostraba sobre un fondo negro. El paisaje de montañas enigmáticas pintado por el genio florentino brillaba por su ausencia. A pesar de ello, esta copia, atribuida a un artista flamenco, destacaba junto a los Velázquez, los Goya o los Greco, hasta tal punto que era uno de los cuadros que a principios del siglo XX contaba con su propia postal en la primitiva tienda del museo. Ya lo hemos dicho, la Gioconda vende y el incipiente marketing ya se aprovechaba de ello, aunque la copia fuese tan sui géneris como ésta.
Las dos Giocondas
Hasta que saltó la sorpresa. Y menuda sorpresa. Hace menos de una década, la copia de la Mona Lisa fue reclamada por el Louvre para que formara parte de la exposición L’ultime chef-d’oeuvre de Léonard de Vinci, la Sainte Anne prevista para marzo de 2012. El Prado reaccionó. Si salía de casa, mejor asearla un poco para la ocasión. Los trabajos previos a la restauración supusieron toda una revelación. De hecho, cambiaron la historia no solo de la copia sino también de la famosa pintura de París.
Los trabajos previos a la restauración supusieron toda una revelación.
Una de las primeras revelaciones es la más conocida. El fondo negro de la copia de Madrid en realidad escondía el mismo paisaje que envuelve la Gioconda de Leonardo. “Fue un momento fascinante”, recuerda Almudena Sánchez, la restauradora encargada de realizar los sondeos que dieron con el hallazgo.
Copia del famoso cuadro de Da Vinci «La Gioconda», propiedad de El Museo de El Prado de Madrid. Esta pinacoteca, tras un proceso de restauración, descubrió que su relevancia es mayor de la considerada hasta ahora, puesto que fue realizada en el propio taller del genio italiano mientras éste pintaba la original. / EFE
Pero el cuadro escondía otra sorpresa mayúscula. “Una reflectografía mostró que el dibujo era muy rico en detalles, algo impropio de una copia y que era una obra realizada desde dentro hacia fuera”, recuerda. “Se comparó con el dibujo subyacente de la Gioconda y vimos que ambos tenían las mismas correcciones en los mismos lugares”.
Sólo había una conclusión posible: “Los dos se habían pintado al mismo tiempo, en el mismo lugar y utilizando la misma modelo”, afirma Sánchez.
“Los dos se habían pintado al mismo tiempo, en el mismo lugar y utilizando la misma modelo”, afirma Sánchez.
“Leonardo creó su Gioconda codo con codo con el colaborador que ejecutó la que tenemos en Madrid”, concreta. Se habla de que podría ser Salai, su más querido discípulo, aunque no se descartan otras manos cercanas al artista. Para Sánchez, “esto cambia totalmente el conocimiento de ambas obras y supone un auténtico hito adentrarse en ese momento clave de la historia del arte”.
Por tanto, “pasamos de tener una copia a una obra original del taller de Leonardo”. La conservadora se muestra prudente. “No negamos ni reconocemos que esté la mano de él, aunque si salió de su taller, podría haber intervenido”. Lo cierto es que todavía no se han investigado las pinceladas buscando aquellas que desvelen la mano de un zurdo como Leonardo. Para el Prado, es lo de menos. La Gioconda de Madrid todavía depara más sorpresas fascinantes.
La Gioconda de Madrid vs. la de París
Pero antes debemos profundizar en las diferencias entre las dos pinturas, que también las hay. Si bien es cierto que la sonrisa es exactamente la misma y que la mirada persigue tanto al observador de Madrid como al de París, la Mona Lisa del Prado tiene cejas y pestañas. Aunque parezca extraño, Leonardo omitió estos dos elementos. “Buscaba una belleza idealizada, abstracta”, argumenta Sánchez. En cambio, la obra del taller “es un rostro identificable, un verdadero retrato”, añade.
Un retrato de Leonardo.
Sigamos con el juego de las diferencias. “Realicé un calco mientras restauraba la obra y el contorno de ambas cabezas es exactamente igual”, explica la experta del Prado. En cambio, cuando se las compara, algo no encaja. Y la respuesta está en la frente. “La pintada por Leonardo es más alta, buscaba un rostro más esbelto”, analiza. Con este mismo propósito, el artista florentino pintó un horizonte algo más bajo. Todo esto sumado con el hecho de que la tabla de Madrid es tres centímetros más baja y cuatro más ancha, proporciona a la Mona Lisa de Leonardo una mayor airosidad.
Otros detalles aparentemente menores: el velo de la Gioconda de París es negro, mientras que el de la de Madrid es blanco. Además, su vestido es rojo, un color que Leonardo sustituyó por el amarillo.
Y lo que sí es altamente significativo: el cuadro del Prado carece del famoso esfumato, la técnica pictórica inventada por Leonardo. “El esfumato es propio de su última época”, explica Sánchez. Es decir, cuando pintó la Gioconda todavía no lo aplicaba. “La obra de Madrid nos muestra el momento en que se separaron Leonardo y su colaborador”, aclara. “El maestro se lleva la Gioconda y sigue trabajando en el cuadro, de ahí que pudiera incorporar después el esfumato”. De hecho, gracias a este descubrimiento, el Louvre ha cambiado la fecha de finalización de la Mona Lisa: “Antes figuraba entorno a 1507 y ahora se ha trasladado a 1519, el mismo año de la muerte del artista”, lo que constata que no dejó de pintarla hasta el final.
Nace la duda
Ahora sí. Vayamos al último gran descubrimiento. La Gioconda de Madrid está ejecutada sobre una tabla de roble de máxima calidad y con los pigmentos más valorados de la época, entre los que destacan laca roja y lapislázuli. Demasiada riqueza para que un discípulo practicase siguiendo los pasos de su maestro.
«La Gioconda de Madrid tiene los mejores materiales y seguramente es la que debía responder al encargo”, sostiene Almudena Sánchez, restauradora de la Mona Lisa de El Prado.
A esto hay que sumar el análisis que hace el también artista florentino Giorgio Vasari de la Mona Lisa en su célebre obra Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos de 1550, todo un referente en la historia del arte. “Siempre había sorprendido que describiera con todo lujo de detalles las cejas y las pestañas. Cómo podía hablar así de algo que no existía en el cuadro…”, comenta la restauradora. “Ahora nos tenemos que plantear qué Mona Lisa describe Vasari”, expone. “La de Leonardo no la pudo ver porque se la llevó consigo a Francia, en cambio la del taller seguramente se quedó en Florencia”, prosigue.
La conclusión viene sola. “La Gioconda de Madrid tiene los mejores materiales y seguramente es la que debía responder al encargo”, deduce. Si se entregó o no, es un detalle para nada menor que se desconoce. Además, “es un verdadero retrato con sus cejas y pestañas y su frente más baja, mientras que Leonardo se dedicó a ejecutar un ideal de belleza”.
Para Sánchez, algunas incógnitas podrían desvelarse si el Louvre restaurase la Gioconda, ahora velada bajo capas de barnices oscuros y oxidados que le proporcionan ese tono amarillento y ese halo de misterio. “Ya no vemos el espacio, ni el aire ni la profundidad que sí muestra la de Madrid”, analiza. “Lo ideal sería que se limpiase y que se pudieran comparar las dos”. Para la restauradora, su delicado estado no sería una excusa. “Es una obra emblemática y da miedo tocarla porque se produciría un cambio enorme”, justifica. ¿El Louvre correrá algún día ese riesgo?
Fuente: La Vanguardia, Clarín