Hay por lo menos dos maneras de entender el oficio periodístico. Una, como eso que alguien llamó «la eternidad de un día» (la nota publicada subsiste hasta que es sepultada por la siguiente, veinticuatro horas después). La otra, como un día que perdura. Así, como pervivencia, entendía el periodismo Andrew Graham-Yooll. Tal vez porque era también escritor y poeta, sabía que de lo escrito no quedan únicamente las palabras sino, sobre todo, un estilo y una ética, y sabía también que el estilo y la ética -como en su caso- van juntos. Anteayer, a los 75 años, Graha-Yooll murió en Londres, a donde había viajado para el casamiento de una nieta.
Regresó a la Argentina en 1982 como corresponsal del diario The Guardian, para cubrir cómo se vivía la Guerra de Malvinas en la Argentina, una experiencia que recuperaría en su libro Buenos Aires, otoño 1982. La Guerra de Malvinas según las crónicas de un corresponsal inglés. Fue director del periódico escrito en inglés The Buenos Aires Herald y en la actualidad era columnista del Buenos Aires Time.
«Su profundo compromiso con la búsqueda de la verdad dejó una huella imborrable en el periodismo y la comunidad anglo-argentina», dijo ayer la embajada Británica, mientras que Fopea lamentó la muerte de «su socio honorario Andrew Graham-Yooll».
Para The Buenos Aires Herald, en la época en la que el diario era dirigido todavía por Robert Cox, fue uno de los poquísimos periodistas que informaron las desapariciones durante la última dictadura militar.
Al margen de su tarea periodística, o alimentada por ella, Graham-Yooll se dedicó a contar la historia de los inmigrantes anglosajones que llegaron a la Argentina a principios del siglo XX. «Esta es una historia que hace mucho quería contar. En su mayor parte es la historia de mi padre, tal como él me la contó. Dijo que así había ocurrido y así creo que habrá sucedido. Si relato sus experiencias puede que él sobreviva y así podré soportar su convulsionada vida y temprana muerte», explicó en el prólogo de su novela autobiográfica Goodbye Buenos Aires.
Fue además un difusor incansable de los poetas argentinos en Gran Bretaña (hizo una antología canónica con Daniel Samoilovich para la Feria de Fráncfort) y de los poetas británicos en castellano rioplatense. También era miembro de número de la Academia de Artes y Ciencias de la Comunicación.
Tenía un sentido del humor muy fino, con una ironía de falsa apariencia solemne que no resultaba jamás agresiva. Parte de su humor consiguió traducirlo en varios libros de poemas, todos ellos escritos en una lengua inventada que llamaba spanglés o también espanglish, maneras de referirse a un inglés argentinizado. Igual que el propio Graham-Yooll.
Tan cariñosamente irónico podía ser que él, maestro indiscutido del periodismo, fue capaz de escribir, en su libro Espanglish3, un poema que tituló (en un cruce de sus dos lenguas), «El journalist/ The periodista»: «Nunca he producido/ una sola frase genial;/ cada línea una copia/ cada cita, un plagio/ de genio ajeno./ Defendemos un oficio/ que no descubre nada […] ¡Chantas!».
Claro que había que tener espaldas éticas y periodísticas para permitirse esa broma. Nadie las tenía más que él.
Fuente: La Nación