«Soy feliz haciendo esto», dice en su camarín en el teatro Bellas Artes, en pleno centro madrileño. El pequeño cuarto es blanco y despojado. No hay nada. La puerta abierta, Alterio estaba sentado, en silencio, mirando a la nada. Se pone de pie, saluda, y mira con ojos más arrugados que la última vez pero con la misma chispa curiosa.
Como hace 3000 años se llama el espectáculo que ofrece junto al guitarrista -y amigo de muchos años- José Luis Merlín. Un virtuoso con el que se hermana a la hora de poner talento para recrear la poesía de León Felipe, el poeta al que el veterano actor admira.
La oferta es esa, un deseo que arrastraba desde hace muchos años. El de rescatar la obra de un poeta que lo impactó de joven. «Tengo que ir muy hacia atrás en el tiempo para acordarme de cómo fue que conocí a León Felipe en su paso por la Argentina y cuando lo hago lo primero que me surge es… ¡cómo ha pasado el tiempo!, se ríe Alterio.
Así arranca el relato de cuando, siendo un joven veinteañero, asistió a recitales poéticos del zamorano y quedó impactado «por la fuerza de su mensaje y por sus metáforas». Al llegar España, su hogar desde los setenta, eso quedó a un lado, pero siempre le llamó la atención que el poeta que a él fascinó hubiera caído poco menos que en el olvido para los españoles.
Es cierto que hubo algunos intentos por musicalizar su obra. Uno de ellos, de Joan Manuel Serrat con el poema «Vencidos», que Alterio vuelve a recitar en el espectáculo. Pero aún así es lo que llama «un poeta maldito».
Lo cierto es que, en su caso personal, el recuerdo y el placer por su obra e incluso, por su forma de recitar, quedó vivo. Hasta que pasaron los años y, por mucha casualidad, como suelen ocurrir algunas cosas, se dio la posibilidad de convertir esa admiración en espectáculo. El show en el que recita poemas de Felipe, hermanados con la música a la guitarra de Merlín.
Setenta minutos de recital que pasan volando. El público llora, ríe, se emociona, se tensa. «Esto lo venimos haciendo desde hace por lo menos diez años. Hemos recorrido España con este espectáculo y lo hemos ido perfeccionando en la medida en que recogemos la respuesta del publico. Es una oferta probada y bien experimentada. No se trata de algo que nació de un análisis frío sino de la pura experiencia. De ver lo que pasa y cuál es la respuesta ante lo que hacemos», dice.
– ¿Tiene espacio para improvisar algo?
-Nada en los textos. Nada. Jamás me permitiría corregir nada del poema. La improvisación puede correr más para otra oferta teatral, donde el lenguaje es más amplio. Aquí, lo que hago es recitar y darle la interpretación que yo asumo del poema. Algo que hago con más atención a la poesía misma que a la métrica. La estrella son los textos de León Felipe. Yo lo que hago es tratar de imponerles mi verdad. La que yo creo que es. Que es lo que me ha importado siempre: la verdad.
Un trabajo en cuya elaboración pesó más la amistad con Merlín que el aporte de sus hijos, Ernesto y Malena, también actores. «No, no nos hemos consultado para esto», dice. Luego, con sonrisa pícara, hace sarcasmo con su fallido intento paternal de alejarlos de la carrera actoral. «Lo intenté, pero fallé. Ahora es una alegría comprobar lo bien que les va».
Vuelve a concentrarse en el espectáculo que está por ofrecer. Para él, poesía y teatro son fuerzas cercanas y poderosas. Las exprime con no más herramienta que el talento. La puesta es despojada: dos sillas, una mesa, un par de copas de agua. Nada más.
Ni Alterio ni Merlín necesitan más para llevarse al público en el bolsillo. Su aprobación es el soberano al que el actor respeta como el patrón de su vida.
La oferta tiene mucho de personal. Los poemas hablan de lo que vale en la vida. De lucha, de libertad, de sueños. Un mensaje seguramente cercano a lo vivido por el propio Alterio. Una carta escrita con los versos de su poeta favorito. Uno al que dan ganas de seguir leyendo después de los aplausos.
Tal como se propuso el propio Alterio a la hora de subirse de nuevo al escenario.