Si la llegada del milenio trajo un boom de realities que buscaban la espontaneidad y ese salto al vacío que genera la falta de guion, este tiempo parece ser el de las historias basadas en hechos reales. Documentales, personajes populares ficcionalizados, reversiones de historias «oficiales» vistas desde otro ángulo. En fin, lo que más prende y engancha tanto en televisión, cine, teatro como en literatura son las historias que ya sucedieron. La hiperrealidad se ha vuelto lo codiciado por todos tal vez porque le otorga a la ficción, al menos en apariencia, ese plus de verdad tan incapturable y esquivo. En este contexto, parejas de la vida real que trabajan juntas en el escenario parecen ser otro costado de este fenómeno. Como si aquella cotidianeidad compartida se filtrara en escena y permitiera conocer más de estas relaciones.
Sin embargo, el historial de matrimonios que compartieron trabajo y familia demuestra que es algo tan antiguo como la historia de nuestro teatro. Desde la famosa María Guerrero -fundadora del Teatro Avenida e indispensable para la del Cervantes- compartiendo compañía teatral con su marido, Fernando Díaz de Mendoza, hasta parejas tan queridas como Ana María Campoy y Pepe Cibrián; Nora Cárpena y Guillermo Bredeston; Mirtha Legrand y Daniel Tinayre; por nombrar solo algunas. Ahora llegó una nueva ola que empezó a dar que hablar.
Hoy son tantas estas parejas que trabajan juntas que se vuelven incontables. Más que tendencia, casualidad o moda, podría pensarse que es una condición casi necesaria. Que la ficción se vuelva realidad, como en los cuentos. Para los que se suben al escenario y para los de las plateas, ansiosos por comprobar si el amor real se filtra en la ficción, si ese beso es de mentira o cierto, si los problemas de pareja suben a la escena.
Es el caso de Miguel Ángel Sola y Paula Cancio, que comparten la obra Doble o nada. Además de ser pareja y de compartir escenario, son padres de Adriana, de cinco años, con lo cual la cotidianidad se les filtra permanentemente. «Se mezcla y desmezcla todo; se sale de contexto para volver a un contexto parecido, pero no el mismo, tras cada función. Lo ‘normal’ es algo extraño para nosotros», explica Solá, que asegura que la confianza con Cancio es una ventaja en todo sentido, pero sobre todo en el teatro. «Trabajando con ella no conozco otra realidad que estar cerca. Y estemos bien, mal o regular, esa cercanía es lo mejor que me ofrece la vida. Y la pido a gritos aun callado», suma. La española piensa igual: «Tirarte sin red a las acciones cuesta menos porque sabés que contás con un compañero que te va a cuidar».
¿Surge el amor en escena? ¿Acaso enamora ver al otro en su fase artística? ¿Sucede por ser parte del mismo ámbito y por compartir ensayos, funciones y giras? ¿Es determinante que el otro comprenda esta profesión llena de misterios, de altibajos y de cuestiones emocionales?
Anécdotas sobran si de amor en escena se trata. Llueven historias que endulzan más los romances de ficción. Como Nicolás Cabré y Laurita Fernández, que se conocieron haciendo Sugar, se enamoraron y este año volvieron a apostar al trabajo compartido en Departamento de soltero, comedia romántica basada en la película de Billy Wilder. A pesar de las dudas sobre si sería bueno para la pareja trabajar en escena de miércoles a domingos, para Fernández resultó ser todo positivo. Reglas mediante, solo se puede hablar de trabajo al terminar la función, en camarines charlan sobre lo que salió bien y lo que habría que ajustar, se suben al auto y al cruzar la General Paz dejan lo laboral atrás. Laurita cuenta con gracia: «Al principio en los ensayos no nos dábamos el beso que luego nos íbamos a dar en las funciones, porque en los ensayos no se dan besos. Nico fue muy estricto. La primera vez que nos besamos, en la pasada anterior al día de estreno, me dio un beso de ficción y fue rarísimo. Y decidimos besarnos de verdad en la obra».
Otra pareja que se enamoró en escena fue la de Malena Figó y Claudio Da Passano. Ella, hija de los actores Elena Petraglia y Daniel Figueiredo, y hermana de María Figueras; él, hijo de María Rosa Gallo y Camilo Da Passano. Juntos desde hace 16 años, se suben a escena en El río en mí, de Francisco Lumerman. Él además se destaca como Polonio en el Hamlet de Szuchmacher, en el San Martín. Como corresponde, se conocieron en escena. «Yo quería conquistarla, pero soy muy tímido -cuenta él-. Entonces escribía piropos en un papel y se los daba cuando nos cruzábamos en el escenario. A la vista de todos, no tenía que esperar respuesta porque ella tenía que entrar a escena». El amor continuó, hicieron giras por el país y por el extranjero y hace dos años adoptaron a Vica, una niña en ese entonces de diez años nacida en Ucrania. Junto a Cooper, el perro de la familia (adoptado en Carlos Paz mientras hacían una obra, situación que los obligó a traerlo en un remise), son un cuarteto muy compañero. Mientras ensayaban El río en mí, Vica los acompañaba porque la abuela Elena (Petraglia) también forma parte del elenco. Así que allí iba la niña con su mejor amigo perro. «Mientras ensayábamos, Cooper se quedaba con Vica en la habitación de al lado. Pasábamos la obra, y si hacíamos un parate Cooper se levantaba y, sin que nadie lo llamara, venía a la sala. Él percibía que era un momento en el que podía entrar. Es un perro teatral», acuerdan los dos.
Osqui Guzmán y Leticia González de Lellis ya perdieron la cuenta de las obras que hicieron juntos. Es que además de todos los proyectos que tuvieron en los comienzos, son una sociedad. Viajan por el mundo con las obras, con las clases. Hoy en día se encuentran en Grecia en un parate de la filmación de Osqui en la serie Maradona. Como son padres de la pequeña Nuria, la idea fue viajar los tres para no perderse nada. «El año pasado dirigí Enobarbo en el Cervantes. Cuando nos convocaron estábamos en Francia y dijimos que sí felices, pero a los pocos días nos enteramos de que Leti estaba embarazada y la decisión era difícil; ella además iba a actuar. Finalmente, lo logramos». Nuria tuvo un camarín desde el comienzo de los ensayos, que paraban cuando ella tenía hambre, y pudieron congeniar trabajo y familia.
«Hacer una obra da mucho placer, es adrenalínico, excitante. Si con tu pareja tenés la misma vocación, el hecho de compartir un proyecto que es de vida, que te acompaña durante mucho tiempo y en el que dejás todo, es algo que suma. Además, el vínculo que se genera al hacer una obra de teatro no se parece a ningún otro, son encuentros muy íntimos e intensos», cuenta Claudio Tolcachir, en pareja con el actor Gerardo Otero desde hace diez años. Para Claudio, están juntos desde el 9 de julio, y para Gerardo, desde el 19 de agosto. «O sea que yo arranqué antes» dice bromeando Claudio. «Le encanta decir eso», agrega Gerardo. De fondo se escucha hablar en media lengua a Camila, la hija de ambos, que tiene dos años. Esperan los tres en Chicago la llegada del cuarto integrante de esta familia que se amplía. Trabajaron juntos en Agosto, esa fenomenal obra con Norma Aleandro y Mercedes Morán que tenía a Tolcachir como director. «Cuando entró Gera, lejos de amedrentarse con nombres como los que lo rodeaban, tuvo enseguida a todos alrededor de él porque había inventado un amigo invisible. Es siempre bueno tenerlo en un elenco porque tiene una calidad humana que suma». También trabajaron en Buena gente, Tribus y La calma mágica. «Es bárbaro dirigirlo. Recuerdo que cuando lo veía actuar en Tribus pensaba qué suerte que es mi novio, porque si viera a ese actor haciendo eso me enamoraría por completo».
La lista es extensa. Arturo Puig y Selva Aleman; Graciela Dufau y Hugo Urquijo (la actriz fue dirigida por su marido en Ver y no ver); Horacio Peña y Marcela Ferradás (se los puede ver en Fedra en el San Martín); Gimena Accardi y Nico Vázquez; Carmen Barbieri y Santiago Bal; Arturo Bonín y Susana Cart (él la dirige en Sueños que al llegar); Ernesto Claudio y Gabriela Licht (protagonizan El deseo del otro); Lautaro Perotti y Santi Marín (protagonizan Próximo, de Claudio Tolcachir); Bernardo Cappa y Maia Lancioni (él la dirige en La yegua muerta y en Un almuerzo argentino); Claudio Gallardou y Soledad Argañaraz (en Dr. Fausto, la vuelta de La Banda de la Risa); Daniel Casablanca y Guadalupe Bervih (en el infantil Yatencontraré), Karina K y Cynthia Manzi; y hay muchas más que se atreven a unir esos dos mundos.