La exuberancia está en el marco. Litoral argentino, Cataratas del Iguazú, fauna autóctona, vegetación tupida, verdes intensos, tierra colorada y hormigas del tamaño de arañas. La precocidad está en las personas, en cuatro niños de entre 7 y 12 años que tocan magníficamente una alegre pieza de Mozart con violines y chelos.
El festival Iguazú en Concierto, que cerró su décima edición, tiene todo eso. Pero también tiene el elemento más esencial, que es la música.Eso que provoca el encuentro, eso que genera una zona franca entre las delegaciones y los solistas que llegaron hasta Misiones este año desde los lugares más distantes. Niños cantores de Mendoza y Córdoba y orquestas juveniles de Jujuy; una banda de steel drums de Trinidad y Tobago, una agrupación de arpistas de Paraguay, la Petit Mains Symphoniques de Francia y la Orquesta de Cuerdas BPA de Brasil, que desarrolla el método Jaffé. También los locales, como el saxofonista Thomas Rossi y la orquesta Grillos Sinfónicos, entre muchos otros misioneros que participaron.
El concierto final tuvo todo eso. La música, ante todo; las ganas de compartir, la exuberancia, porque este festival es cada vez más sofisticado en su producción y con más efectos visuales (de hecho, para este año todas las canciones se pensaron con coreografías, lo que hizo que la danza tuviera un rol mucho más destacado) y con una iluminación más presente en cada obra.
Y si en sus comienzos tuvo un perfil más orientado a la música académica, con los años se incorporó la música popular, que es la que se impuso en una jornada como la del cierre 2019. Con hits de grandes grupos ingleses como Queen, The Cure y Bee Gees, en la voz del cantante invitado y padrino de esta edición, Maxi Trusso; con carnavalitos o temas referenciales de la música de Paraguay; con «Mourão», una especie de forró nordestino escrito por uno de los más destacados músicos académicos del Brasil, César Guerra-Peixe, maravillosamente interpretado por la orquesta de cuerdas GPA, que le puso un plus con efectos lumínicos en los arcos de violines, violas y violonchelos.
También con yapas como la performance del músico humorista Hugo Varela, aunque su discurso y su lenguaje no fueran orientados al público infantil (tema que en un festival de estas características no habría que pasar por alto). Pero más allá de ese detalle, la organización del festival se propuso hacer una fiesta para celebrar su décimo aniversario y lo logro.
«Hacemos un paréntesis a la realidad de nuestro país. Por eso Iguazú está de fiesta. Sostener un festival en la selva durante diez años no es poca cosa; es una construcción colectiva. Además, la gente hace mucho esfuerzo para venir. Nosotros siempre alojamos a todos, pero tienen que llegar por sus propios medios. El grupo de Trinidad y Tobago viene por tercera vez. Para algunos el festival es un referente: pensá que cuando hablamos de la edad de los niños, en cinco años ya pasó una generación. Y acá ya pasaron dos», decía sonriente, días atrás, Andrea Merenzon, directora artística de este festival.
En diez años de historia, el festival ha adquirido varias anécdotas. La que Merenzon recuerda con mayor cariño es la que llama «la aventura de las marimbas africanas». Un día se invitó a un grupo africano de jóvenes marimbistas. Los problemas comenzaron cuando la aduana argentina les retuvo los instrumentos. Aunque tenían la esperanza de que los liberaran, en Iguazú no se quedaron de brazos cruzados. Faltando seis días para el concierto de cierre, en una provincia tan maderera como esta, la materia prima estaba disponible. Solo había que poner manos a la obra: visitar aserraderos y ferreterías y construir 22 marimbas africanas. Y lo consiguieron.
De una semana de trabajo en talleres musicales y ensayos, que tiene como síntesis el concierto final, siempre quedan anécdotas. Y en una orquesta tan grande como esta hay tantas historias como personas. Además, están los solistas, porque el festival audiciona por concurso online a jóvenes músicos que invita especialmente a participar.
María José Arjona Jiménez es una colombiana de 11 años que sorprendió al público local. No tiene formación académica, simplemente canta y aprende de manera autodidacta. «En Barranquilla la reconocen como Azuquita, porque le encantan las canciones de Celia Cruz. Cuando sube al escenario se transforma», dice orgullosa Vanesa, su mamá. María José participó en La Voz Kids Colombia el año pasado y este mandó un video al concurso de Iguazú.
En la fila de los metales hay un español de los pagos de Ávila llamado Iván Plaus. Es trombonista y acaba de cumplir 15. La música es una cuestión de herencia. Su abuelo era clarinetista, su padre es violinista, da clases en conservatorios de Ávila y Valencia. Aunque parezca un instrumento inusual, Jesús, su papá, nos pone en tema rápidamente al contarnos que donde viven la tradición musical de bandas de vientos es fuerte, especialmente en lugares como Valencia, Castellón y Alicante.
Sin embargo, no es tan habitual en la música clásica. Si bien es conocido el concierto para trombón a vara de Rimsky-Korsakov, no hay mucho material. Quizás haya que ir haciendo camino al andar. Y en eso anda Iván. De su viaje dice que los primeros días estaba muy cansado por el cambio de horario, pero que ya se acomodó al ritmo local.
¿Y la escuela, Iván? «Bueno, ahora justo nosotros comenzamos las vacaciones de verano, así que aproveché para venir aquí, que me da mucha alegría. Además, está todo muy bien organizado. Todo el mundo sabe lo que tiene que hacer. Y luego en estos tres meses de descanso me voy a un curso en Alemania y, después, un mes a Ámsterdam, a la Concertgebouw, porque hicieron una selección para una orquesta de músicos jóvenes».
Su padre dice que lo más importante no es cada actuación en sí misma sino la experiencia que se vive en Iguazú. «Ha hecho amigos que yo creo que van a ser para toda la vida. Y, por supuesto, también está el concierto, que es un regalo que le da el festival; la posibilidad de mostrar lo que está haciendo y deleitar al público de la Argentina».
Así como está el caso de Iván, que debutó en este encuentro, hay chicos que reinciden en esta cita anual. Los fabulosos Breshears son tres niños prodigio que tocan violines y chelo, que llegaron a Misiones hace tres años y ahora traen una novedad: son un cuarteto con la inclusión del más pequeño. Dustin, 12; Starla, 11; Valery, 10 y Colin, 7, que es violista.
Cabeza de esta familia californiana, papá Dustin nunca soñó con que en 2019 tendría dentro de su propia casa a un auténtico cuarteto de cuerdas clásico, que podría dar conciertos por el mundo. No lo soñó aunque en determinado momento se dio cuenta de que eso era posible e hizo mucho para que sucediera.
Dustin era un profesor de música que llevaba a sus tres hijos mayores a los ensayos de las orquestas juveniles que dirigía. Y como les encantaba, habló con los profesores de la orquesta para que le enseñaran. Comenzó Starla con el chelo, siguió el resto. Hoy, que dan grandes muestras de talento, tienen una rutina muy rigurosa de estudio para sostener y elevar el alto nivel que alcanzaron. Si bien una obra de Mozart puede pasar a ser algo anecdótico cuando uno ve lo pequeños que son y escucha sus destrezas, hay en cada uno de ellos una carrera musical que se vislumbra con facilidad. ¿Eso tiene un costo? ¿Tienen tiempo para ser niños?
«Sí, con mi mujer trabajamos bastante para asegurarnos de que así sea -cuenta papá Dustin-. Estudian dos o tres horas después del desayuno o después de la cena y tratamos de que tengan la mayor cantidad de tiempo libre. Que sean chicos normales, esos que van a la escuela y pasan tiempo con sus amigos después del colegio. Armamos una agenda para que eso ocurra. Eso debe ser prioritario.»
En esa agenda tan minuciosa hay una cita anual con este festival, al que llegan por tercera vez: «Sí, porque los chicos acá tienen una experiencia única, con diferentes culturas, especialmente con la sudamericana y la posibilidad de tocar con orquestas del modo que no lo tienen en ningún otro lugar. Además, a la gente le encanta lo que ellos hacen y la manera cómo se lo expresan no la vemos en ninguna otra parte».
Su hija menor confirmará horas después los dichos de su padre al subir al escenario. «Vengo de California, tengo 10 años; vine por primera vez cuando tenía 7. Y este es el mejor concierto».