Durante 24 años, entre 1985 y 2009, dieron forma a espectáculos de muy distinta factura, pero siempre cargados de mucha vitalidad. La «banda de teatro» Los Macocos se separó después de crear Pequeño papá ilustrado (manual de formación). Sus integrantes, Daniel Casablanca, Martín Salazar, Gabriel Wolf y Marcelo Xicart, comenzaron a desarrollar un camino individual como actores, directores o docentes.
En 2015, decidieron conmemorar el 30º aniversario de su formación y en solo dos funciones repusieron, en el Teatro Astral, La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi, con un éxito extraordinario. Volvieron a sus trabajos particulares hasta que, hace un par de años, decidieron juntarse para crear un nuevo proyecto. Aparecieron ideas que se plasmaron en rutinarios ensayos. Pero una pregunta los inquietó: ¿qué pasa si volvemos con un espectáculo ya estrenado para que lo vea el público que no nos conoce?
La propuesta se convirtió en realidad de inmediato. Apelaron a Los Albornoz, delicias de una familia argentina, estrenada en el Teatro de la Ribera en 2001.
La gran sorpresa es que el texto se adapta muy bien a la realidad actual. Actualizaron un poco la dramaturgia y convocaron al dramaturgo y director Sebastián Irigo para que los ayudara a poner a punto el material. Es así que este fin de semana la obra comienza a hacer funciones en el renovado teatro CPM Multiescena (ex cine Los Ángeles).
El grupo se expone hoy con el mismo espíritu joven que siempre los caracterizó. Repasan su historia de manera muy divertida. Cruzan comentarios inesperados que provocan la risa de todos. Hasta se burlan de esos Albornoz que recuerdan haber comenzado a diseñar a mediados de la década del 90, en el marco de la crisis económica del gobierno de Carlos Menem («la desocupación era del 18,6%», recuerda con exactitud Marcelo Xicart). Tres pequeños sketches que formaban parte de Macocrisis, un trabajo que por aquel entonces ofrecieron en la desaparecida Fundación Banco Patricios.
«Fuimos los primeros en crear una familia disfuncional, después vino toda la saga» dice Xicart. «La realidad fue apareciendo en el espectáculo de manera sorprendente -aporta Gabriel Wolf-. Parece haber sido escrito hoy a la mañana. Lo descubrimos cuando volvimos a leer el texto para reescribir algunas cosas, contar nuevos chistes. No lo necesitaba. Su vigencia es enorme». «En aquella época, la gente podía decir: ‘Los Macocos son exagerados, mirá lo que están diciendo’ -acota Casablanca-. Pero 20 años después parece un espectáculo realista, un grotesco discepoliano, género que en aquel tiempo no sabíamos que existía».
La historia muestra la realidad de una familia de clase media que a causa de las sucesivas crisis económicas ha ido perdiendo buena parte de su estatus. Tienen fuertes dificultades para pagar la luz, el gas. Se desprenden de cosas materiales que comienzan a resultarles innecesarias, aunque poseen una gran resistencia a dejar el cable. En un programa de televisión pueden ganar un dinero que les posibilitaría cambiar su destino.
«Es una obra cruda, muy graciosa, y eso tiene que ver con cierta propuesta nuestra, del principio. Cuando hacíamos teatro para un público más aguerrido, medio punk -afirma Martín Salazar-. En algunos ensayos invitamos a gente joven a verlo, gente que no había nacido cuando lo creamos, y se vuelven a reír con ganas y aceptan el juego que proponemos».
«Ese es el desafío. Ver qué pasa con el humor. El discurso es claro, el pensamiento es el mismo, ciertas situaciones en el país parecen cíclicas, son cada vez peores. Necesitamos comprobar si la gente se sigue riendo. Esa es la única manera de digerir esto. Si lo hacés realista, el público pregunta si hay intervalo y se va», agrega Casablanca.
Este nuevo reencuentro de Los Macocos ha sido muy afortunado. Ellos mismos se asombran de estar juntos y sentir que aún mantienen la energía de otras épocas. Sienten que en escena vuelve a producirse la misma química que aparecía cuando jugaban a recrear experiencias como Macocos (1985), Macocos Chou! (1987),Macocos, mujeres y rock (1989), Macocos, adiós y buena suerte(1991), Guiso de Macocos (1993), Macocos: geometría de un viaje(1994), Macocrisis (1996), Diez días por diez años (1995), La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi (1998), Androcles y el león (2000), La fábula de la princesa Turandot (2001),Continente viril (2004), Super Crisol 24 hs (2005) y Don Juan de acá (2008), entre otros. «Es como si nos hubiéramos visto ayer -dice Salazar-. Es una situación similar a cuando te encontrás con un hermano mayor y te sentís el chiquilín de la familia, pero ya tenés 50 pirulos».
El dato no es menor si se tiene en cuenta que comenzaron a ocupar un espacio en la cartelera teatral porteña cuando tenían 18 años y generaban sus primeras experiencias en el Estudio El Parque. Allí dictaban clases Julián Howard, Roberto Saiz y Alberto Catan. Formados bajo los designios de crear en grupo, siguieron ese derrotero y con logros muy destacados.
Hoy, la banda vuelve a reparar en la necesidad de lanzarse a trabajar grupalmente. Ellos mismos sostienen que de otra manera nunca hubieran podido darles forma, por ejemplo, a Los Albornoz. Pero también estos tiempos de crisis parecen hacerles tambalear ciertas expectativas. «Cuando uno arranca, no sabe muy bien cuánto va a durar un grupo -sostiene Martín Wolf-. Y en tiempos difíciles como el actual el futuro se torna muy incierto. Este es un resurgimiento, un renacer. Nos lanzamos con ganas y esperando que nos vaya bien. Sabemos que juntos somos mejores que individualmente. El grupo nos mejora mucho».
Otra preocupación es qué va a pasar con el humor que ellos hacen. ¿Tendrá la misma efectividad que en la década del 90, cuando Los Macocos tenían seguidores que eran verdaderos fans eufóricos? «Digamos que el comediante, cuando ensaya sin gente, lo primero que piensa es si va a ser gracioso lo que está haciendo -opina Casablanca-. Cierto tipo de humor puede pasar de moda o las nuevas generaciones tal vez estén de acuerdo con lo que uno propone pero no les hace gracia». «Si no le generás algo al público, no tiene sentido -completa Wolf-. Más que adaptarnos a lo que el público quiere, tenemos que proponerle un más allá que les interese».
Hay dos características que ellos destacan de su trabajo que siempre lograron mantener en alto. Por un lado, lo que califican como «hacer humor con opinión», y esto les ha posibilitado concebir algunos espectáculos entrañables, otros más ácidos o negros, como Los Albornoz. Y por otro lado mantener cierta rebeldía a la hora de combinar los elementos que fueron dando forma a cada experiencia creada.
«Siempre fuimos rebeldes -confirma Daniel Casablanca-. Teníamos como referentes a Les Luthiers, Los Tres Chiflados y Los Redonditos de Ricota. Ellos, desde el marketing, tenían un formato, salían a vender eso y lo vendían. Nosotros en cada espectáculo cambiábamos todas las coordenadas. Si en un trabajo hacíamos rock, en otro cargábamos las tintas sobre lo acústico, después poníamos proyecciones. Continuamente rompíamos todas las reglas».
Con ese mismo espíritu vuelven a ocupar un espacio en la calle Corrientes, circuito por el que ya pasaron, lo conocen muy bien. Saben que el público joven actual tiene otras expectativas frente al fenómeno teatral. Pero algo está claro, Los Albornoz, delicias de una familia argentina es una propuesta muy disparatada con la que el espectador de cualquier edad se va a asentir muy identificado.
Los Albornoz, delicias de una familia argentina
- Por Los Macocos
- Viernes y sábados, a las 21
- CPM Multiescena, Corrientes 1764