La construcción, justo en el cruce de Almirante Brown con Wenceslao Villafañe y Benito Pérez Galdós, en La Boca, es preciosa. Una torrecita, con flores y flores, entre curvas y almenas. Se trata de una obra emblemática del arquitecto gallego Guillermo Álvarez (1880-1929), pionero del modernismo en la Ciudad de Buenos Aires. Se lo encargó, para alquilarlo, María Luisa Auvert Arnaud, estanciera de Rauch, Provincia de Buenos Aires. Le pidió que tuviera influencias catalanas, como los ancestros de ella. Por eso, la decoración, con ecos lejanos de la movida que encabezó el arquitecto Antonio Gaudí, creador de la iglesia la Sagrada Familia de Barcelona. Pero esto no es lo único que asombra de la edificación: algunos la llaman «la torre del fantasma».
«Torre fantasma» de La Boca. De tipo Art Nouveau, está en el cruce de Almirante Brown, Benito Pérez Galdós y Villafañe. / Luciano Thieberger
Una de las versiones más difundidas de la leyenda que le dio ese apodo a la torre es la que dice que la estanciera María Luisa compró en España las plantas para su «castillo» de La Boca. Que las plantas tenían hongos alucinógenos y duendes insoportables. Tan insoportables que ella se mudó de vuelta al llano. Entonces es cuando aparece la pintora Clementina, inquilina, a quien los duendes, enojados porque alguien los había fotografiado, obligaron a matarse. Pero -sigue el cuento- quedó el alma de Clementina allí, entre las flores y los bordes dentados de la torre, errante…
Chacarita. El Cementerio fue inaugurado en 1886. / Luciano Thieberger.
viejo cementerio, hoy Parque Los Andes, un sepulturero no pudo soportar ver tanta muerte y desolación y se colgó». De hecho, el Cementerio de Chacarita fue fundado tras aquella epidemia. En 1871 parte del lugar se convirtió en el Viejo Cementerio, que colapsó -hubo hasta 564 inhumaciones diarias– antes de que inauguraran el actual, en 1886.
«Otra leyenda conocida en Chacarita es a del ‘taxi o taxista fantasma’ o ‘taxi del cementerio’ -siguió Vizzari-. Dice que se trata de un auto viejo al que maneja un hombre pálido, esquelético. Quienes lo toman, apresurados por llegar a su destino, ni se fijan en esto hasta que es tarde. Pero algunos de los que venden flores y placas saben que únicamente entra al cementerio y deja al pasajero ahí para siempre». El cuento tiene una vuelta. «Señala que solo hubo un valiente que pudo salir de ese taxi y que cayó entre las tumbas al desmayarse. Y que contó que apenas subió notó un olor fétido, que el chofer nunca le habló y que cuando logró verlo por el espejo descubrió que sus ojos eran huecos. Que empezó a sentir falta de aire, taquicardia y que logró tirarse del coche. Que se arrastró entre cruces y vio que el taxi frenó de golpe. Y que cuando recobró el conocimiento, un cuidador llegaba para ayudarlo».
En torno al Cementerio de Flores, hay una leyenda sobre un vampiro, llegado en una caja en barco desde Rusia o desde Hungría, que «atacaba animales e hizo que las casas de los alrededores se llenaran de ristras de ajo», comentó Vizzari.
El morbo puede no ser lo único en este tipo de mitología urbana. Como Zigiotto señaló a Clarín, muchas de estas historias abren la puerta a otra manera de acercarse a la de la Ciudad y de los porteños. Al impacto del estilo Art Nouveau en los grupos sociales altos. Al espanto en la epidemia de fiebre amarilla de 1871. ¿Otro ejemplo? Se dijo que la mamá de Rufina Cambaceres, la artista italiana Luisa Bacichi, le daba un somnífero a la chica para poder salir con su amante, también pretendiente de la joven. “Una versión difamatoria que deja ver los prejuicios de la alta sociedad de comienzos del siglo XX respecto de las artistas”, cerró Zigiotto.
4 «historias de terror»
1) La torre fantasma de Boca. En un “castillo” de 1908, conviven almenas y florcitas con la leyenda del fantasma de una inquilina, la pintora Clementina, quien se habría suicidado entre duendes y hongos alucinógenos salidos de unas plantas que la dueña del edificio, una estanciera de Rauch, habría puesto para decorar. En el cruce Almirante Brown con Wenceslao Villafañe y Benito Pérez Galdós.
El «castillo» de La Boca. En el cruce de Almirante Brown con Wenceslao Villafañe y Benito Pérez Galdós. /Luciano Thieberger.
El edificio, modernista en un barrio famoso por los colores de Caminito y su corazón portuario, es un imán. Lo corona un tanque de agua, posiblemente pionero en ese tipo en La Boca. Ya en 1910 fue premiado por la entonces municipalidad porteña.
2) Espanto, belleza y misterio. En una tumba Art Nouveau del Cementerio de Recoleta -de las más fotografiadas- están los restos de Rufina Cambaceres, quien falleció a los 19 años en 1902. Se dijo y dijo que tuvo un ataque de catalepsia: la encontraron desvanecida, la creyeron muerta, la enterraron y luego descubrieron que había despertado y tratado de salir del féretro, en vano. Pero sus familiares negaron la enfermedad y las investigaciones de Diego Zigiotto, especialista en la Ciudad y en sus terrores, desmienten detalles de la historia. «El certificado de defunción dice que tuvo un síncope», afirmó Zigiotto.
De Rufina Cambaceres. Su tumba de aires Art Nouveau que la familia le mandó a hacer en 1903 en el Cementerio de Recoleta. / Luciano Thieberger.
3) El taxista fantasma de Chacarita. El cuento dice que se trata de un auto viejo, al que maneja un hombre pálido, esquelético, que te conduce directo al Cementerio, contó el investigador Hernán Vizzari. Hay un momento clave en ese relato, el que se refiere al único pasajero que volvió. Dice que habló de olor fétido en el auto y un chofer con ojos huecos. Dijo que se tiró del coche andando, que se arrastró y que se desmayó. Despertó, concluye el cuento, con un cuidador del Cementerio a su lado, dispuesto a ayudarlo.
Cuentos urbanos. «El taxista fantasma», frente al Cementerio de Chacarita. / Luciano Thieberger.
4) El vampiro de Flores. «Este relato empieza con que aparecen animales muertos en varias zonas de Flores, cerca del Cementerio -contó el investigador Hernán Vizzari-. Todos ellos, casi sin sangre. Un viejo vecino rumano dice que conoce a un ser pequeño, casi enano, que llegó al país en barco, dentro de una caja: Belek. Pero lo importante en este cuento es que Belek impresionaba por su vitalidad. Por eso, se empezó a especular con que era un vampiro, que se alimentaba de la sangre de aquellos animales. Y aparecen en escena los vecinos que llenaban las casas con ristras de ajo para espantarlo. Una vez, según sigue casi atrapan a Belek, pero huyó. Y, cierra el relato, eligió como refugio al Cementerio del barrio».
Cementerio de Flores. Lo rodea la leyenda de un vampiro, cuenta el investigador Vizzari. / Luciano Thieberger.
Fuente: Clarín