El Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) permanecerá cerrado desde hoy y durante cuatro meses para completar la enorme reforma que le sumará 3.600 metros cuadrados de exposición, un tercio más de lo que tiene actualmente (12.500 m2). La intervención costará unos 450 millones de dólares y busca no solo agregar galerías sino también favorecer el diálogo entre las diferentes formas de arte visual, además de visibilizar a las mujeres.
Desde hoy, los trabajos demolerán paredes y conectarán las nuevas galerías con las ya existentes además de generar nuevos espacios para su colección permanente, una proeza que los curadores vienen planeando desde hace años. Así, cuando el museo reabra el 21 de octubre, será físicamente más cómodo, permitirá una mejor circulación, ofrecerá acceso libre en la planta baja, y añadirá 3.600 metros cuadrados. Pero lo más importante es que la historia del modernismo, tal como la conocemos, lineal y dominada por geniales varones europeos, será radicalmente revisada, expandida y transformada en una más inclusiva.
AFP El Museum of Modern Art (MoMA) Spencer Platt/Getty Images/AFP
Mientras se preparaba para su cierre de ayer, el MoMA desmanteló las galerías de su colección permanente en el cuarto piso y reconfiguró ligeramente las del quinto piso, de una manera que anticipaba algunos de los cambios que vendrán.
Antes de entrar, incluso, a las galerías del quinto piso, podían verse gestos grandes y pequeños. A mediados de abril, a menos de dos meses del cierre, el MoMA se tomó el trabajo de instalar, en el atrio, Rhapsody (1975-76), obra mayor de Jennifer Bartlett. Para los empleados del museo, se trata de una pesadilla conformada por 987 azulejos de acero, de 12 pulgadas, que entran perfectamente en las paredes largas de ese amplio espacio. Esta jubilosa batalla de estilos y mentalidades artísticas va de la pura abstracción geométrica, hasta el realismo de la pintura, con todo lo que hay en el medio. Parece más profético que nunca y de muchas maneras ejemplifica el pluralismo al que el MoMA debe apuntar para su próxima vida.
La obra Rhapsody, de Jennifer Bartlett, ocupa un lugar destacado, algo inusual para una mujer creadora.
Una pequeña anticipación de las posibilidades podía encontrarse cerca del ascensor del quinto piso, donde Abraham Lincoln, el Gran Libertador, perdona a un vigilante, de Horace Pippin, gran pintor autodidacta afroamericano, cuelga junto a El mundo de Christina, del pintor realista blanco Andrew Wyeth, uno de los cuadros más populares del MoMA. Esto podría ser un buen augurio para la mayor visibilidad y el logro de un status semejante en los artistas autodidactas y folk, cuya obra tuvo un papel importante en los años tempranos del MoMA. También es momento de abandonar esta marginación del arte norteamericano anterior a la Segunda Guerra Mundial. Tendría que mezclarse con el arte de Europa y otras regiones.
La colección, como se encontraba dispuesta hasta ayer en las galerías del quinto piso, es una suerte de medida provisoria, bastante trunca, que comienza con los clásicos hits del pos-impresionismo y el cubismo y Matisse, y termina con la bandera de Jasper Johns de 1958, volviéndose más inclusiva, incorporando artistas no blancos, no varones a medida que va avanzando. Es una instantánea de la colección en movimiento, que aparece al mismo tiempo llena de posibilidades y un poco abandonada. En algunos lugares se siente que el MoMA está tratando de hacer un giro en su visión lineal de la historia, buscando una lectura más justa y realista de esta compleja perspectiva. Pero llevará bastante trabajo.
En algunos lugares se siente que el MoMA está tratando de hacer un giro en su visión lineal de la historia, buscando una lectura más justa y realista de esta compleja perspectiva. Spencer Platt/Getty Images/AFP
Porque todavía se siente el peso, el empuje de la historia del modernismo en el lugar, y es difícil no preguntarse qué es lo que va a desaparecer y qué lo que va a perdurar. Noche estrellada, de Vincent van Gogh, por ejemplo, recuperará su lugar prominente en la galería de entrada de la colección, afirma el museo. Pero aún así, ¿habrá de nuevo una galería tan grande dedicada totalmente a los cuadros más radicales de Matisse de la década de 1910? ¿O a la fundación del cubismo, que en el MoMA es 90% Picasso? ¿Y qué decir de los Nenúfares de Monet, una constante durante tanto tiempo? Puede ser. De alguna manera, creo que nos arreglaremos sin algunas de estas experiencias de inmersión total en los genios.
En la colección permanente del MoMA, siempre es revelador considerar el tiempo que ha pasado entre la fecha de realización de la obra y la adquisición del museo. Por ejemplo, los que se preocupan por que el MoMA haga a un lado el cubismo podrían mirar la pequeña composición de George Braque, La mesa (naturaleza muerta con abanico), de 1910. Entró en la colección en 2008, lo que muestra que el MoMA todavía cultiva esta obsesión central. El cuadro es una introducción perfecta al cubismo analítico. Es posible imaginar que en el futuro menos de 10 obras cubistas estén expuestas al mismo tiempo; este pequeño Braque debería permanecer entre ellas.
Noche estrellada, de Vincent van Gogh, por ejemplo, recuperará su lugar prominente en la galería de entrada de la colección, afirma el museo.
La ausencia de arte realizado por mujeres en las primeras seis galerías quita el aliento. La única excepción para la masculinidad sin respiro es Sonia Delaunay-Terk, con su intensa obra “Mercado portugués”, adquirida en 1955. En la próxima exhibición de la colección, se ha prometido una mezcla de medios artísticos y es probable que esto ayude a resolver la escasez de artistas mujeres: por ejemplo, de acuerdo con la colección, como se la registra en la web, el MoMA no tiene ninguna pintura de Marie Laurencin, pero tiene muchos de sus grabados y dibujos que podrían exponerse en el nuevo orden de cosas. El MoMA no posee nada, de acuerdo al registro online, de Gabriele Münter, una talentosa pintura del expresionismo alemán (y compañera de Kandinsky). Puede ser que el MoMA intente vender o intercambiar algunos cuadros de Picasso para adquirir obra de artistas mujeres de este período “heroico” tan importante, tal vez el desafío más grande que enfrenta el museo. Aunque vender cuadros de Picasso puede sonar a blasfemia, no solo contribuiría a un mejor equilibrio de los sexos, sino que ajustaría las proporciones en una colección fuertemente inclinada hacia Picasso. (El MoMA registra en la web 1241 obras de Picasso, pero apenas 385 de Matisse y 46 de Braque). Y vender obra de Picasso no será una novedad. Un catálogo de bajas, preparado por el artista Michael Asher, indica que el MoMA vendió 20 cuadros de Picasso entre 1929 y 1998.
Uno no puede ver otro cuadro de una mujer hasta la galería séptima, en donde la constructivista rusa Varvara Stepanova, con su extraña y angular “Figura” de 1921 (adquirida en 1941) comparte un rincón con el cuadro de Sophie Tauber-Arp, “Composición de círculos de ángulos superpuestos”, de 1930 (adquirida en 1983). Y la exhibición se aparta finalmente del continente europeo con “Colorhythm 1”, del artista venezolano Alejandro Otero, un cuadro sobre madera de 1955, adquirido con rapidez en 1956, y “Planos en superficie modulada 4”, de la artista brasileña Lygia Clark. Su obra en fórmica y pintura industrial sobre madera fue realizada en 1957, pero fue adquirida por el MoMA en 1983.
El museo, que recibe 3 millones de visitantes anuales, estará cerrado cuatro meses a partir de hoy.
En las últimas galerías del quinto piso, dedicada principalmente a pintura de los años cincuenta y sesena, y al surrealismo, la procesión de innovación masculina es interrumpida por Lee Krasner, Helen Frankenthaler, meret Oppenheim, Frida Kahlo y Louise Bourgeois, junto a otras adquisiciones recientes de artistas de color, como Norman Lewis y Beauford Delaney. Kazuo Shiraga, conocido por pintar con los pies, está representado por un soplo muscular rojo como la lava, del año 1964. Adquirido este año, hace que el clásico del expresionismo abstracto, el robusto “Vir Heroicus Sublimis”, de Barnett Newman, parezca frágil.
Una de las más impresionantes vistas en este sector es “La luna”, un paisaje abstracto por la modernista brasileña Tarsila do Amaral, de 1928, pero que se adelanta décadas respecto de su tiempo, y que fue adquirido este año. Justo saliendo de las galerías, uno no debe perderse la escalofriante obra de Faith Ringgold “American People Series #20: Die”, de 1067, un año en que proliferaron los disturbios raciales en Estados Unidos. Fue adquirido medio siglo después de su realización.
Una de las más impresionantes vistas en este sector es “La luna”, un paisaje abstracto por la modernista brasileña Tarsila do Amaral, de 1928.
El cierre del MoMA, y su reapertura, hace que todo lo exhibido luzca de manera inusual. Uno puede ver el futuro ejerciendo presión contra el pasado del museo. Un pasado fabuloso aunque un algo conservador, que está a punto de ser ampliado y reorganizado. ¿Cuán profundo y efectivo será el cambio? La pregunta nos mantendrá expectantes durante todo el verano.
Por Roberta Smith
The New York Times
Fuente: Clarín.