Abrieron la tierra 60 veces. La pelaron capa por capa y encontraron huesos, puntas de flechas, cerámicas, cuentas de collar y rocas de otro tiempo. Agachados, en cuclillas o en cuatro patas, provistos de palas, pinzas, espátulas y pinceles, descubrieron una aldea indígena, anterior a la llegada de los españoles. La encontraron ahí, justo donde el Riachuelo y la General Paz dividen Capital y Provincia, y a los lados de un muro que separa un camping municipal y el Autódromo porteño. Parece ficción pero fue así: a metros de la pista donde se corre el SuperTC 2000, detrás de las tribunas, debajo de parrillas y mesas de cemento, dieron con el sitio arqueológico más antiguo de la Ciudad y reescribieron la historia.
Desde las primeras excavaciones en 2014 y hasta las últimas en agosto, investigadores de la Universidad del Museo Social Argentino, de la Universidad del País Vasco y del Centro de Arqueología Urbana de la UBA sospechaban que estaban ante algo tan grande como un asentamiento indígena en suelo urbano. Pero la confirmación llegó en los últimos meses y con forma de resultado de laboratorio.
«Recibimos las conclusiones de los análisis de sedimentos, que habíamos mandado a España. El informe nos devolvió fechas nuevas que nos ubican en los años 1300, siglo XIV”, dice el arqueólogo Ulises Camino, uno de los profesionales con más incidencia en el descubrimiento. Para su tesis de doctorado, en 2012, revisó estudios hechos por el naturalista Carlos Rusconi, el primero en reconocer la importancia arqueológica de Villa Riachuelo.
Arqueólogos argentinos y vascos excavan rodeados de parrillas y mesas de cemento en el Parque Ribera Sur.
Hacia 1928 Rusconi recorrió el antiguo cauce, delimitó un espacio y localizó cerámicas prehispánicas y coloniales. Pero su trabajo se perdió por distintos motivos. Primero, el Riachuelo fue rectificado en una inmensa obra hidráulica, por lo que el punto en el que él buscó cambió. Y, además, con el golpe a Yrigoyen -en 1930- debió irse a Mendoza, lo que en esa época era lo mismo que ir al destierro.
Para definir el lugar en el que Carlos Rusconi trabajó, Camino usó cartografía vieja y la superpuso con imágenes satelitales. Los mapas que logró eran claros: el equipo de investigadores argentinos y vascos debía armar campaña en lo que hoy es el Autódromo Gálvez y el Parque Ribera Sur. Y así lo hicieron, a través de un convenio de colaboración mutua.
Movieron la tierra, abrieron pozos -sondeos-, se metieron adentro, usaron baldes, reglas larguísimas, cucharines y pinceles, y armaron mesas con tablas y caballetes para colocar los hallazgos, que luego mandaron a analizar a laboratorios del mundo.
“También hace poco recibimos un estudio hecho en Estados Unidos a un hueso de un venado de las pampas. Los pobladores de este sitio arqueológico los cazaban y comían ahí mismo”, explica Camino y sigue: “El análisis dio una antigüedad cercana al 1490 y 1580, justo antes de la llegada de los españoles o en un período temprano de contacto hispano – indígena”.
Los resultados nuevos se suman a los que, por 2017, entusiasmaron a los investigadores. “Analizamos las cerámicas y tenemos cinco fechas obtenidas por el método de la termoluminiscencia. ¡Cinco fechas coincidentes, en distintos laboratorios de España, es indiscutible!”, decía por entonces Daniel Schávelzon, director del Centro de Arqueología Urbana de la UBA y el nombre detrás de los hallazgos más valiosos de la historia argentina reciente.
En acción. Arqueólogos argentinos y vascos excavando a metros de la pista del Autódromo porteño.
Dos años atrás, lo primero que se envió a laboratorio fueron los fragmentos de vasijas de cerámica, que los indígenas usaban para preparar guisos y trasladar agua. Según los papeles, datan de un pasado remoto: del año 1180, tres siglos antes de la llegada de los españoles al Río de la Plata.
Pasaron 900 años, el Riachuelo se rectificó y un viejo puente -La Noria- fue desplazado, pero las tierras que rodean al autódromo siguen siendo una loma natural. De pie, al lado de la pista, se ven lejos los edificios de Puerto Madero. Los investigadores creen que los primeros pobladores pudieron asentarse ahí por ser un punto alto, en el que tenían dominio visual de todo el valle de inundación del río Matanza.
En el campo de trabajo. Investigadores buscan objetos prehispánicos en el Parque Ribera Sur.
Las huellas, que quedaron enterradas y que los arqueólogos rescataron, demuestran que eran cazadores recolectores, del interior de la llanura pampeana. Que se trasladaban hasta ahí, una vez por año, en forma estacional -quizás en verano- para cazar. Cuesta imaginarlo ahora, pero todo el camping municipal Parque Ribera Sur estaba lleno de venados de las pampas.
El traslado desde la llanura hasta el sitio La Noria -como los arqueólogos lo bautizaron- era a pie. Iba toda la familia: adultos, niños y ancianos. Las casas eran estructuras circulares en madera, con un poste central y otros más chicos alrededor. «Suponemos que cubrían las viviendas con cueros y ramas. En las falanges de los venados se nota bien eso», dice Camino y profundiza: «No comían las falanges, pero los huesos tienen marcas, que nos sugieren que desde ahí descarnaban al animal».
Investigación. Daniel Schávelzon, Daniel Loponte y Ulises Camino, relevando material recolectado en 2017. En el laboratorio del Centro de Arqueología Urbana de la UBA están guardadas las muestras. Foto: Juan Manuel Foglia
En los 120 metros cuadrados, que hasta el momento excavaron, no aparecieron huesos de peces. Ni uno y pese a que vivían muy cerca del Riachuelo. Entonces la orilla estaba a pocos metros. «Esto refuerza su actividad más ligada al interior que al estuario, a diferencia de poblaciones indígenas del Delta, que sí estaban vinculadas a la pesca. Pero si bien ellos no lo hacían, a través del río tenían comercio e intercambiaban materias primas, como piedras originarias de Uruguay», agrega Camino.
En el sitio arqueológico, a partir de la evidencia, se puede imaginar a estos primeros pobladores cocinando en sus vasijas caldos, preparados con cabezas de guanacos que trasladaban en sus mudanzas (se especula que conservaban esa parte del animal por su alto aporte de grasa). También, se los puede pensar construyendo sus propias herramientas, algo que jamás se había encontrado en la región.
Hallazgo I. Pendientes. Fueron hechos con huesos. / Gentileza Daniel Loponte
Hallazgo II. Vértebra. Perteneció a un guanaco. Los cazaban, como al ñandú y al venado de las pampas. / Gentileza Daniel Loponte
Hallazgo III. Cerámica. Un fragmento, decorado. / Gentileza Daniel Loponte
«Fabricaban puntas de flecha. Hallamos desechos que descartaban mientras las hacían». Por donde se lo mire, el descubrimiento sorprende y ahora todavía más frente a los resultados nuevos. «La ocupación es más larga de lo que pensábamos. Se da desde el siglo XII hasta el XVI. Son cuatro siglos de generaciones y generaciones que estuvieron en el mismo lugar», reflexiona Camino y se atreve a más porque sabe que lo que encontró, como líder del proyecto y junto al resto de los científicos, quedará escrito en los libros: «Esto nos dice que la vida de la Ciudad no empieza en 1536, con la fundación de Pedro de Mendoza, como nos enseñaron. También prueba que no somos hijos de los barcos, acá había gente mucho antes, con sus hábitos, cerámica y cultura».
Un lugar a proteger
«La Noria» es un sitio arqueológico prehispánico, el único y -en forma muy probable- el último, dado las modificaciones que sufrió y sigue sufriendo el suelo porteño.
Sobre su caracter casi virgen, Daniel Loponte, arqueólogo del Conicet y del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, había dicho a Clarín: “La Ciudad de Buenos Aires es el lugar que menos elegiría para buscar un sitio prehispánico. Pero lo que encontramos es una cápsula del tiempo preciosa”.
Para dar con el asentamiento, los investigadores no debieron ir a lo profundo. En esa zona del sur porteño, el suelo creció poco y en forma natural, por el movimiento que genera el río y las lluvias. Ahí no hubo rellenos para ganarle al agua. La elevación fue espontánea y de 50 centímetros. Aunque, depende el sector, puede llegar al metro: los 50 centímetros restantes aparecieron cuando se construyó el autódromo.
Aun con ese cambio mínimo y por mérito puro de la naturaleza, detrás de la pista de carrera y del lado del Parque Ribera Sur, hay casi un kilómetro de cauce original del Riachuelo. Es un curso de agua -sin mal olor-, que sobrevivió a la rectificación que se le hizo al río en 1930.
Pero tanto el asentamiento como el meandro estuvieron en riesgoun año atrás, frente a la posible construcción de una planta de residuos, proyecto que entonces no fue ni ratificado, tampoco desmentido por el Gobierno porteño. La idea de que aquello pudiese ocurrir llevó a Ulises Camino a concentrarse en definir el sitio que ocuparon aquellos primeros pobladores, y así logró proteger 200 metros de diámetro por la ley nacional de arqueología.
Ahora, su objetivo es tener un centro de interpretación arqueológico para estudiantes y vecinos, en el que se puedan ver los objetos rescatados, junto a las huellas de los postes de las casas que aun están enterradas. «Disponer de un espacio -dice- es la única manera de transferir conocimiento a través de los hallazgos».
Fuente: Clarín