Heinrich Harrer es un célebre escalador austríaco que intenta conquistar la cima del monte Nanga Parbat en nombre de la Alemania nazi. Al descender, sin lograrlo, estalla la Segunda Guerra Mundial, lo capturan y se ve envuelto en una serie de aventuras que van desde escaparse del campo de prisioneros en el que se encuentra detenido hasta vivir en la miseria o conocer al Dalai Lama.
Tal el argumento de Siete años en el Tíbet, película basada en una historia autobiográfica y dirigida por Jean-Jacques Annaud, parte de la cual se rodó a fines de los 90 en Mendoza. Para consumar la magia del cine y darle «color local» a algunas escenas, los productores trajeron desde los Estados Unidos un puñado de yaks, bóvidos oriundos de las montañas del Asia Central y los Himalayas que viven entre los 4000 y 6000 metros de altura.
Hasta aquí todo muy Hollywood, pero resulta que una vez finalizado el film fue imposible llevar a los yaks de regreso. Ahora, un equipo de la Facultad de Agronomía de la UBA se dispone a clonar un macho al que se había apodado Brad Pitt, como el protagonista de la película.
«Un productor particular con campos en la zona de Trevelín los compró y reprodujo híbridos, pero no logró tener una generación de yaks puros -cuenta Daniel Salamone, docente de la facultad, investigador del Conicet y hasta no hace mucho presidente de la Sociedad Internacional de Tecnología Embrionaria-: aparentemente, las hembras eran infértiles, por lo menos acá. A Brad en algún momento lo prestaron al zoológico de La Plata y con una hembra yak concibieron dos crías. En ocasión de la gran inundación de esa ciudad, los trasladaron a un zoológico de Mar del Plata. Desde allí, a su muerte, me enviaron unos tejidos y decidimos clonarlo».
Expertos en aplicar este método en especies en peligro de extinción, Salamone y su equipo están aprovechando esta oportunidad para ensayar varias innovaciones en la tecnología de clonación.
En primer lugar, para generar embriones, utilizan un óvulo de vaca y el núcleo de una célula adulta del yak (clonación heteroespecífica). Además, «agregan» dos embriones que se adhieren uno al otro, lo que mejora la eficiencia de las preñeces. Por último, están desarrollando nuevos métodos para producir las células que forman la placenta.
Al rescate de la biodiversidad
El protocolo para clonar un animal es largo y demandante. En este caso, una de las principales responsables de realizarlo con éxito fue Minerva Yauri Felipe, ingeniera zootecnóloga peruana que espera iniciar su doctorado en este tema con la guía de Salamone.
«Primero hay que cultivar las células (fibroblastos, del tejido conectivo) que se van a ‘enuclear’ (de las que se extraerá el núcleo, con el material genético) durante una semana -explica-. Hay que sincronizarlas y detenerlas en un momento del ciclo. Recuperamos los ovocitos y los maduramos durante 24 horas. Al día siguiente empieza el proceso. Tenemos que quedarnos toda la noche para verificar la fusión entre el núcleo y el ovocito».
Así, los científicos generan hasta 80 embriones por vez. Luego, a diferencia de como se gestó la oveja Dolly, los colocan de a dos, muy cerca, para que se «agreguen»: se pegan entre ellos y forman uno solo (al que llaman superembrión).
Según destaca Adrián De Stéfano, también parte del equipo, probaron con bovinos, porcinos y felinos, a los que es posible generar con óvulos de una especie diferente de la que se intenta clonar.
«Esta técnica fue ensayada por primera vez en ratones y nosotros la aplicamos al tigre y al chita -comenta Salamone-. Nuestra hipótesis de por qué mejora la eficiencia de la clonación es que, al usar más de una célula, si una es deficiente en algún órgano vital, la otra actúa como una copia de reemplazo: es como un backup«.
Finalmente, Matteo Duque, doctorando llegado desde Medellín, Colombia, gracias a un convenio con Colciencias, está tratando de mejorar la placentación. «Las especies entran en riesgo de extinción no solo por la caza, sino también por la fragmentación del hábitat, los desmontes y los incendios -destaca-. Todo esto promueve la endogamia reproductiva y las debilita. Es el caso del gato montés. Queremos utilizar la transferencia heteroespecífica (implantar un embrión de esa especie en un gato doméstico), ya que la disponibilidad de una hembra capaz de mantener una gestación de gato montés es muy limitada. Recientemente, por ejemplo, colectamos óvulos de una hembra que fue atropellada y con los que produjimos embriones por fecundación in vitro que ya están congelados y a la espera de ser implantados. De ese modo, rescatamos un material genético que no se pierde del pool de la biodiversidad».
En la actualidad, los yaks silvestres están amenazados y su producción doméstica es una de las más importantes actividades económicas en los Himalayas.
El interés por la clonación de «Brad Pitt» radica en su buena adaptabilidad a las alturas. «En toda la zona andina estos animales andarían muy bien -afirma Yauri Felipe, graduada en la Universidad de Huancavelica, que tiene sedes a 3500 y 6000 metros de altura-. En ciertos entornos podrían reemplazar a la vaca. Producen leche, carne y fibra, ya que se utiliza su pelaje».
Y concluye Salamone: «Queremos que este experimento sea un ejemplo para ser aplicado en las especies en peligro de extinción. Es un modelo para reproducir animales extraños, pero utilizando una especie doméstica como donante de los ovocitos y para la gestación».