Empanadas calientes, paraguas, escarapelas. El 25 de mayo -fecha patria por excelencia- viene asociado a una iconografía específica, presente en manuales y actos escolares desde nuestra infancia. Sin embargo, muchas de estas imágenes no son un fiel reflejo de la época, sino que fueron creadas décadas después. Como plantea el historiador Gabriel Di Meglio, los protagonistas de los hechos estaban más interesados en vivir los cambios que en contarlos.
El estudio de documentos (periódicos, cartas, actas) y los hallazgos arqueológicos actuales permiten una reconstrucción más fidedigna de fechas y sucesos. Además, abren la puerta al lado b de esa sociedad de comienzos del siglo XIX, que no aparece en los textos oficiales: sus costumbres cotidianas; las formas de relacionarse, de querer, de comer, de vestirse.
Esta tarea, fundamental para la memoria histórica, desafía los mitos. Y le devuelve la voz a personas y grupos cuyos nombres se perdieron en la Historia; esos hombres y mujeres, sin los cuales la Revolución -al decir de Andrés Rivera- hubiera sido un sueño eterno.
El 25 de mayo
¿La Revolución duró un día?
La invasión napoleónica a España en 1808 había generado una crisis en todas las regiones del Imperio. En el marco de este vacío de poder, en América emergieron distintas tensiones sociales y políticas de larga data. La propia mecánica de los hechos trajo conflictos inesperados. El 25 de mayo de 1810 se instauró en Buenos Aires la Primera Junta, con Cornelio Saavedra a la cabeza. Pero los historiadores coinciden en que la Revolución no se circunscribió a una sola fecha.
Ciertos estudiosos dicen que el proceso revolucionario en el Virreinato del Río de la Plata comenzó hacia 1809, con la conformación de la Junta del Alto Perú (que era parte del Virreinato del Río de la Plata). El historiador Fabián Harari, docente de la Universidad de San Luis y de la Universidad de Buenos Aires, destaca que la deposición del Virrey contaba con el antecedente de 1806, cuando una junta de guerra arrestó a Sobremonte y entregó el mando político al francés Liniers. «Ese año, el Estado perdió el monopolio de la violencia», afirma.
¿Cuándo terminó la gesta revolucionaria? Los académicos difieren en este punto, pero ninguno piensa en menos de diez años.El 25 de mayo de 1810 se armó un Gobierno provisorio en Buenos Aires, que todavía asumía «a nombre del Señor Don Fernando VII».
Di Meglio dilucida: «Al principio, el reclamo independentista pertenecía a una minoría. La vuelta al trono del monarca español en 1814 radicalizó a los dirigentes revolucionarios e incluso sectores más moderados políticamente aceptaron que la única salida es la Independencia. Por eso tenemos dos fechas patrias, 1810 y 1816«.
¿Sabías que había dos españoles en la Junta? ¿Y que Saavedra era del Alto Perú (actual Bolivia)?
El presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, había nacido en el Alto Perú. Los vocales Domingo Matheu y Juan Larrea, en Cataluña. Esto no era raro para la época.
Argentina, como la conocemos hoy (con sus límites geográficos y culturales), se consolidó recién a fines del siglo XIX. Los líderes revolucionarios de 1810 pensaban en términos del Virreinato del Río de la Plata. Es decir, parte de lo que hoy conocemos como Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia (los territorios indígenas como Patagonia y Chaco, por otra parte, no participaron del proceso). La propia dinámica del proceso iría acotando sus pretensiones, demarcando las fronteras que nos resultan más familiares.
Di Meglio detalla: «Cuando Buenos Aires hizo su revolución, intentó que todos los territorios que integran el Virreinato obedecieran a la Junta. De hecho, pidió a los otros pueblos que enviaran diputados. Algunos dijeron que no -como Asunción, Montevideo, Alto Perú-, lo que dio inicio a una guerra civil entre juntistas y antijuntistas. Pero unos y otros se consideraban verdaderos patriotas y además realistas, porque –al principio– todos actuaban en nombre del rey«. Esto último, como sabemos, se revirtió con el transcurso del tiempo y los acontecimientos.
¿Existió la movilización popular?
Todos los testimonios apuntan a una indiscutible presencia popular y miliciana, tanto el 25 de mayo como los días previos, que inclinó la balanza a favor de los revolucionarios.
«En el Museo Histórico Nacional está el petitorio que circuló para terminar con la Junta Provisoria encabezada por Cisneros. Allí, French y Beruti se pronuncian ‘por mí y 600 más’. Los exámenes muestran distintas tintas, una prueba de que circuló. Pero ¿quiénes eran los que sabían firmar en esa sociedad?», se pregunta Di Meglio.
El investigador independiente del Conicet, docente de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de San Martín, se dedica justamente a estudiar al «bajo pueblo» porteño. O sea, esos grupos heterogéneos -que involucraban gente que vivía de su salario, artesanos, vendedores ambulantes-, que se movilizaron y proyectaron en la Revolución sus propias aspiraciones y tensiones raciales, sociales, económicas.
¿Había paraguas ese día? ¿Y escarapelas?
«El pueblo quiere saber de qué se trata» (una frase anónima atribuida a las manifestaciones de 1810) es también el nombre de una de las pinturas más famosas que retrata a las personas con paraguas frente al Cabildo. La creación de esta obra -vale aclarar- es muy posterior a los hechos: data del primer Centenario.
Los testimonios de la época confirman que esa semana llovió. En el Museo Histórico Nacional aún se conserva un escrito de Pedro Díaz de Vivar, un vecino que afirmaba: “Por aver llovido el 22/no fui al cavildo, teme/roso de la humedad, y/ frío». Las actas del Cabildo del 25 también se quejaban de los vaivenes climáticos. Pero ¿qué hay de los paraguas?
Di Meglio explica que, por esos años, el uso de paraguas o sombrillas estaba reducido a unos pocos. Caro y de tela permeable, probablemente ni se usara mucho para combatir la lluvia, ni hubiera muchos en la plaza ese día. «Las pinturas del 25 de mayo como las conocemos surgieron a fines del siglo XIX, con la consolidación del Estado nación», agrega el especialista.
Con las escarapelas ocurrió algo similar. En su Historia de la República Argentina (1883), Vicente Fidel López escribía que «la plaza se llenó en un momento de damas y señoritas, con los colores celestes que distinguían el penacho tan popular de los Patricios». Los textos de la época, en cambio, mencionaban la presencia de cintas, pero les atribuían distintos colores (rojo, celeste, blanco). Por otro lado, difícilmente fueran redondas, ya que esa forma era propia de los distintivos militares (y no común entre los civiles).
¿Las mujeres estaban ahí?
Aunque falta indagar en el tema, el rol de las mujeres en las tertulias de la alta sociedad es conocido por todos. «Además, los documentos remiten a una participación popular que contaba con hombres y mujeres«, acota Di Meglio. Entre ellos, destaca un panfleto anónimo -hoy guardado en el Museo del Cabildo- que expresaba las quejas de los varones contra las mujeres que se metían en política. El argumento era que luego no dejaban de hablar de algo que «no les correspondía»: las cuestiones de gobierno.
La sociedad de 1810
¿Cuáles eran los límites de la Ciudad de Buenos Aires?
«Aunque era la segunda ciudad más importante de Sudamérica después de Lima, si la vemos desde la actualidad, Buenos Aires era pequeña. Ocupaba de Parque Lezama, a la Plaza San Martín al norte (que ya era zona de cuarteles). Hacia el Oeste, avanzaba por lo que hoy es Avenida Rivadavia, hasta Congreso y Plaza Lorea. El transporte público no existía y la gente tendía a concentrarse», ilustra Di Meglio.
¿Y su fisonomía?
Vaivenes de agua, tormentas de polvo, veredas estrechas, charcos de barro, un terreno ondulante. No era fácil transitar Buenos Aires. La circulación de diversos animales -como caballos, perros, cerdos y ratones- reforzaba la tendencia a desarrollar la sociabilidad puertas adentro.
Los edificios principales eran el Fuerte de Buenos Aires (que contenía la Contaduría, la Aduana y la Real Audiencia), el Cabildo y la Catedral. Cada grupo social tenía diferentes espacios de convivencia: algunos de los más importantes eran la Recova, la Alameda, las iglesias, las pulperías, el mercado.
Las casas también variaban según el estatus de sus ocupantes. Los estudiosos indican que las casonas con tres patios que se repiten en las revistas escolares solo representaban el 8 % de la ciudad. No solo había hogares más chicos, con materiales pobres, sino que incluso existían tolderías. Los ricos vivían cerca del Cabildo. Los pobres, en las afueras.
Mitos y verdades del 25 de Mayo. El 30% de la población era afrodescendiente.
¿Había presencia afrodescendiente?
Los historiadores coinciden en que el 30 % de la población porteña en 1810 estaba compuesta por afrodescendientes.«Entre 1778 y 1812 entraron legalmente al Río de la Plata más de 70 mil esclavos, sin contar los que llegaron a través del contrabando. Apenas empieza la Revolución hay una contradicción: una gesta que se hace en nombre de la libertad, en una sociedad esclavista», responde Di Meglio.
A lo largo de la Revolución, fue abolido el tráfico e instituida la libertad de vientre (1813). Los varones que ya eran esclavos, encontraron en la guerra misma la posibilidad de cambiar su situación: entraban al Ejército en condición de «libertos». O sea, ni libres, ni esclavos, sino con una promesa de libertad. Según el profesor, «el famoso ejército de Los Andes, de 5 mil integrantes, tenía 1.500 libertos. El Regimiento 8 estaba compuesto completamente de libertos».
¿Cómo se llamaban las calles antes de la Revolución?
Hacia 1807, los apellidos de vecinos destacados durante la Defensa y Reconquista de Buenos Aires aparecieron en las calles (reemplazando nombres de santos). Pero en 1810, muchos de ellos (principalmente españoles) se hicieron contrarrevolucionarios. Es el caso de Álzaga, que terminó fusilado por los insurgentes.
Por ello, durante sus primeros pasos, los rebeldes buscaron nuevas denominaciones. «Para 1822, las principales calles de lo que ahora es el microcentro tomaron sus nombres definitivos: Perú, Bolívar, Belgrano, Florida, San Martín», puntualiza Di Meglio.
Olor a flores… y bosta
Si pensamos que no había recolección de basura ni cloacas, intuimos que la ciudad de 1810 no era agradable para nuestro olfato. Sin embargo, al fin y al cabo, los olores son también una construcción cultural.
La carne de caballo, ampliamente consumida, era hedionda. Las velas y jabones de sebo utilizados dentro de las casas, también. Ni hablar del estiércol, los animales muertos (a veces enterrados en los patios de las casas) y las fosas de cuerpos.
Según José Antonio Wilde, que escribió una radiografía de la ciudad a 70 años de los hechos, una costumbre de esa sociedad podía funcionar como contrapeso a la peste: la afición a las flores. «En las casas pobres, todo se aprovechaba; cacerola, balde, lata vieja», escribía el hombre, que destacaba el cultivo de claveles, rosas de distintos tipos, violetas, jazmines, marimonias, jacintos, margaritas, pensamientos, amapolas.
Mitos y verdades del 25 de Mayo. Se comía carne, pero poco asado.
¿Se comía asado?
En 1810 había en Buenos Aires cerca de 40 carnicerías y 5 saladeros. La carne abundaba, pero no solía terminar en la parrilla.Primero, hay que considerar que todo «bicho» era comestible, no solo la vaca. El ganado vacuno era cimarrón (salvaje) y los cortes resultaban duros. Por eso, generalmente se hervían en guisos y pucheros.
Un plato común era la sopa de trozos de carne de vaca y cordero, morcilla, repollo, perejil, cebollas, ajos, garbanzos, porotos, zapallos y menta. Wilde también mencionaba la sopa de arroz, de fideos, de pan y de fariña, «desde el caldo limpio hasta la olla podrida» -en referencia a los fuertes aromas de los productos, que solían pasarse por la falta de refrigeración. La escasez de la sal solía ser un problema. ¿Y el postre? Mazamorra, cuajada, natilla y bocadillos de papa o batata.
Todo esto se comía con pocos cubiertos y un solo vaso para toda la mesa. Se bebía agua (más o menos turbia) y vino, en las casas más pudientes.
¿Qué ropa usaba la gente?
Wilde hablaba de una moda femenina «a la española», llamada «vasquinas» (por seguir las costumbres vascas). Los vestidos dejaban el pie al descubierto. El calzado era una de las marcas que «mostraba si la persona era distinguida». Las mujeres ricas hacían sus propios zapatos, con un elegante raso negro. Las esclavas, en cambio, solían ir descalzas.
Los hombres usaban traje de casaca, chupa y calzón, más capote y capa, si hacía frío. Los que tenían menor presupuesto, vestían prendas similares, pero en menor cantidad y de baja calidad (ponchos, botas de potro, sombreros de cuero de burro).
Mitos y verdades del 25 de Mayo. La diversión tenía lugar en general puertas adentro de las casas.
¿Cómo era la diversión en 1810?
La sociabilidad de Buenos Aires pasaba principalmente en el interior de los hogares. En las famosas tertulias se gestaron romances, acuerdos comerciales, alianzas políticas y discusiones intelectuales, que allanaron el camino al 25 de mayo y continuaron posteriormente.
Estas tertulias no eran como las europeas, bastante más suntuosas. Los testigos de la época indicaban que la bebida más ingerida era el mate (y, si se extendía la fiesta, el chocolate). Solían terminar temprano y, según Wilde, no requerían mucho presupuesto. Siempre había música. Si no había dinero para pagarle a un profesional, los niños o las tías se ponían frente al piano.
Las pulperías, más populares, acogían juegos, bebidas y -según denunciaba la «gente bien»- algunas peleas. Debido a las costumbres de la época y al estado de la ciudad, los más pudientes solían evitar los escenarios públicos. De todas formas, había un espectáculo que congregaba a ricos y pobres: las corridas de toros, un favorito de los porteños hasta su prohibición en 1819.
Al calor de la Revolución, los cafés porteños -que hasta entonces alojaban a un sector inferior de la élite- se resignificaron, convirtiéndose en centros de debate político y filosófico, donde se discutían chismes, ideas y estrategia. Esta fue tan solo una de las transformaciones que acontecieron a partir de 1810 y que demostraron que la sociedad porteña nunca más sería la misma.
Fuente: PS, Clarín