Como podría haber dicho Miss Piggy, la de los Muppets: «La Feria es grande, la cultura es inabarcable y todos esos libros me vuelven cada vez más ignorante». Lo que me esperaba no solo eran las novelas que buscaba, sino el imprevisto encuentro con la síntesis de la crisis argentina, aunque también de la global, salpimentada con humor. A poco de andar en esta 45ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires di con el tema conductor de este año: la inclusión. ¿Quién puede estar en contra de algo tan noble y pacificador?
Si se ingresa por Plaza Italia, lo primero que se ve es el Pabellón Ocre. A la derecha, se despliega la muestra fotográfica «Universos literarios», en la que se exhiben retratos de treinta escritores argentinos vivos de distintas generaciones. Además del retrato actual de cada autor, hay uno pequeño de infancia. Las fotografías fueron tomadas por Pablo José Rey y Magdalena Siedlecki. Entre ellas, están las de Félix Bruzzone, Gabriela Cabezón Cámara, Selva Almada, Leila Guerriero, Ana María Shua y Martín Kohan. La exposición está dedicada a la librera, periodista y animadora cultural Natu Poblet, fallecida hace casi dos años. Es una de las presencias que más se extraña, así como la de Marta Díaz, que durante décadas fue la impecable directora de este acontecimiento cultural.
Me aparto de esas imágenes y recuerdo a dos escritores del pasado a los que era imposible sacarles una mala foto: Adolfo Bioy Casares y Manuel Mujica Lainez. Bioy tenía la ventaja de ser muy buen mozo y muy buen fotógrafo. Sabía dónde debía darle la luz. Con una sonrisa apenas esbozada, conquistaba a todas las mujeres; en cambio, Mujica Lainez, Manucho, era de una fotogenia diabólica. Ernesto Sabato siempre posaba con una expresión seria, a veces angustiada. Manucho señalaba: «Ernesto construyó su formidable carrera con la vena de la sien derecha. Se la hinchaba a fuerza de pensar en la condición humana».
Hay una diferencia bastante marcada entre los escritores actuales y los de la época dorada de la literatura argentina, la que va de la década de 1960 a la de 1980. Estos aparecían a menudo en la televisión, había pocos canales y muchos de los narradores y poetas eran carismáticos, pulcros: gozaban de popularidad y no eran pedantes. Casi todos ellos podrían haber sido protagonistas de las novelas o cuentos de otros autores: Borges, Bioy, Silvina Ocampo, Silvina Bullrich, Ernesto Sabato, Manuel Mujica Lainez, Victoria Ocampo, Beatriz Guido, Isidoro Blaisten, Eduardo Gudiño Kieffer, Marta Lynch. Cuando entraban a un lugar, creaban un clima o lo modificaban con su sola presencia, sin necesidad de hablar. Hoy, eso ocurre raramente. Solo lo logran los que deliberadamente se han creado un personaje como Jorge Asís, «que se las sabe todas» y que «está de vuelta de todo». O el de un periodista y escritor que toca muchas cuerdas sensibles, la política, el amor, la corrupción y la marginalidad, como Jorge Fernández Díaz. Pero también están los que juegan con su identidad sexual de un modo abierto, como Fernando Noy o, ahora, el de la escritora y actriz transgénero Camila Sosa Villada.
La palabra clave de esta nueva edición de la Feria es «inclusión». Del lado izquierdo del Pabellón Ocre, hay dos stands que lo demuestran. Uno es el de diversidad funcional y discapacidad. Es la primera vez que las editoriales consagradas a estos temas participan en la Feria. Los asuntos tratados son Asperger, dislexia, autismo, bullying, escuela inclusiva, familia, música y tecnologías. Los títulos de las mesas de exposición son muy claros: «Capacitismo, diversidad funcional / discapacidad y hegemonía de los cuerpos»; «Comunidad inclusiva, los miedos desaparecen con la inclusión».
A pocos metros, se encuentra el stand Orgullo y Prejuicio, centrado en la diversidad sexual. Hay allí catorce fotografías del excelente fotógrafo Sebastián Freire que retratan a escritores de la comunidad Lgbtiq. Hay allí algunas imágenes que atraen por la belleza de quien posa o por su expresión. Un buen ejemplo de ambas cosas es la espléndida fotografía de Gabriela Massuh. El excéntrico Fernando Noy, con una vestimenta que parece o es una instalación, no puede dejar de atraer la mirada. Juan José Sebreli tiene un halo de autor de novela negra francés o de hermano casi mellizo de Isaac Dinesen. La única foto en color es la del crítico y novelista Daniel Link, con turbante color añil, y la cara tapada, salvo los ojos, a la manera de los «hombres azules» del Sahara.
El viernes, Camila Sosa Villada, también retratada por Freire, presentó su novela Las malvadas, en buena medida, autobiográfica. Camila Sosa fue una prostituta transgénero cordobesa que de día era un varón, estudiante de Comunicación Social, y de noche, una hermosa travesti. También cursó la licenciatura de teatro y escribió drama, poemas y su autobiografía. En el acto de presentación de Las malvadas, la periodista Liliana Viola entrevistó a Camila y esta leyó fragmentos de la narración que revelan a una escritora. Como es actriz, dijo muy bien el texto. Tiene una voz potente, que luchó exitosamente con grabaciones a todo volumen de Los Nocheros procedentes de un stand vecino.
La prepotencia acústica es uno de los rasgos no solo de esta edición, sino probablemente de los habitantes de Buenos Aires (no me atrevo a extenderla más allá del Gran Buenos Aires). Es como si no pudiéramos soportar otras voces. Desde «El matadero», el cuento de Esteban Echeverría, toleramos mal la diversidad, sea la política, la sexual o la discapacidad.
Si uno se llega hasta el stand de Penguin Random House, puede ver un enjambre de personas en torno de un zigurat de Sinceramente, de Cristina Fernández de Kirchner. Por cierto, la política es uno de los temas candentes. En ese aspecto, esta edición no se distingue de las del pasado. El éxito de la señora de Kirchner reedita el de la señora Eva Perón con La razón de mi vida, Con una diferencia: todavía no figura como libro de texto obligatorio en las escuelas.
No podía faltar el lenguaje inclusivo en ese intento de convertir a los argentinos en una gran familia. Las feministas que defienden el «todes» como reemplazo del sexista «todos» o del extenso «todos y todas» han desatado la furia de supuestos machistas o de fanáticos seguidores de las normas gramaticales. Afortunadamente, el viernes, Santiago Kalinowski, de la Academia Argentina de Letras, habló junto a Silvia Ramírez Gelbes, la bloguera Erika Wrede y Natalia Páez en la mesa «Literatura juvenil y lenguaje inclusivo». Kalinowski fue de una claridad, precisión y objetividad científicas. Dijo que el lenguaje inclusivo es un lenguaje político que solo se usa en situaciones públicas, en conferencias o congresos de género, pero no en la vida cotidiana, salvo en grupos militantes muy pequeños. En cambio, no ha entrado ni en la gramática ni en la cabeza de los hablantes, porque cualquier modificación de morfema exige un lapso de uso que se mide en siglos. Por cierto, la presencia de una bloguera puso en el tapete las nuevas tecnologías y las redes sociales, un tema que ha generado los cambios más importantes de las últimas décadas del siglo XX y las que van del XXI. Y, claro está, cambios en el lenguaje de las redes.
Cuando salí de la exposición, pensé en el brote de «concientización» de lo inclusivo que estalló en la Argentina. Eso solo puede ocurrir cuando en un país hay excluidos de todas las generaciones y desde hace mucho tiempo: excluidos laborales, sexuales, discapacitados, raciales, educacionales, políticos y, claro que sí, excluidos del lenguaje, es decir, incomunicados.
Reconocimiento: Guebel, el mejor
Hoy, a las 20, Daniel Guebel recibirá el Premio de la Crítica que todos los años otorga la Feria del Libro. Guebel resultó ganador por El hijo judío (Penguin Random House), una confesión filial en un registro agudamente autobiográfico. Es en la Sala D. F. Sarmiento.