No. No va a hablar de las elecciones de este fin de semana en España porque el horno no está para bollos. “Soy un hombre que cuenta historias y que escribe novelas”, dice Arturo Pérez-Reverte actuando una modestia que sabe fuera de registro. Y será mejor así porque su última novela Sabotaje, que cierra la trilogía protagonizada por el mercenario Lorenzo Falcó, será la excusa para charlar con los lectores el domingo a las 16 en la sala más grande de la 45ª Feria del Libro: la José Hernández, con capacidad para mil personas. Habrá que ver si no se quedan cortos con la cantidad de sillas, porque este autor español tiene seguidores fieles en la Argentina. De eso, las pasiones que genera, charló con Clarín aunque se hayan colado otros temas que suele visitar: el lenguaje inclusivo y el feminismo, el periodismo, el futuro de Europa y su cuenta de Twitter.
«Otra cosa es que yo admita que cualquier niñata o cualquier colectivo de Niñas Feministas de Úbeda decrete que ahora se dicen las cosas de tal o cual manera»
Falcó es un asesino sin remordimientos. Como hay muchos en la literatura, aunque este tenga algo singular: no necesita ser disculpado. No hay aquí una familia ausente, carencias en la infancia o un trauma de adolescencia. “Falcó es un hijo de puta”, dice entre risas Pérez-Reverte y se acomoda en un sillón Luis XV. En su tercera y última (por el momento) aventura, debe infiltrarse en la París de los años 30 con la misión de destruir el cuadro que Pablo Picassoexpondrá en el pabellón español de la Exposición Universal de 1937: el “Guernica”. Para saber si lo logrará o no, hay que leer la novela. Pero quienes conocen a Falcó saben que no es de los que dejan trabajos a medias.
“Falcó es un hijo de puta”, dice entre risas Pérez-Reverte sobre el protagonista de su novela.
–Han señalado en España un paralelismo entre la París de la novela, ajena a la Segunda Guerra Mundial que se avecinaba, y la Europa del presente. ¿Es algo deliberado?
–Yo he escrito novelas durante treinta años y lo que quería era contar una historia. Como puedo escribir las novelas que me apetecen, me dedicó durante un dos o tres años a un tema, viajando y conociendo, lo cual me lleva a un estado de felicidad. En este caso, quería contar una historia del París de los años 30 y me puse a ello, pero yo no pretendía hacer paralelismos aunque es inevitable cuando se lee historia –y esto tiene un poco de historia– encontrar rastros en el presente de aquello.
–Sobre todo, porque es un pasado muy particular, de gestación del fascismo y del surgimiento del nazismo, no es cualquier momento visto desde el presente.
–No, claro. Pero ahí hay un poco de travesura porque el París de aquella época ha sido muy mitificado desde lo cultural. Convergen figuras emblemáticas como Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, Pablo Picasso o John Dos Passos, entre otros y a mi me apetecía meter ahí un lobo, alguien al que todo eso le diera igual, que ni siquiera lee libros, que no sabe quién es Hemingway…
–Pero es clara la inminencia de algo terrible a lo largo de la novela.
–Eso es cierto, pero no fue deliberado. Trabajo con un mundo y elementos que conozco bien y de ahí se desprenden, sin que lo buscara, un momento crítico de Europa que, como cualquier otro momento crítico, sirve de lección para la siguiente época. Y este es el caso. Pero también es cierto –y por eso no es tan preocupante– que entonces había varios elementos que no se dan ahora: las masas eran mucho más analfabetas que hoy, estaban mucho más explotadas económicamente, socialmente había una situaciones de injusticia que hoy en día –aunque el mundo siga siendo injusto– en Europa se ha mejorado mucho; y finalmente estaban el fascismo, el comunismo, el socialismo, el anarquismo, el nazismo, el nacionalsocialismo. En aquel entonces estas eran palabras de esperanza porque había incluso gente muy honrada que creía que el comunismo, el nazismo o incluso el fascismo eran soluciones para los problemas de su país. Después, la historia demostró que esas eran vías perniciosas y tóxicas, pero eso ha sido con el tiempo. Ahora, somos más cultos –dentro de lo que cabe– y sobre todo tenemos la experiencia de lo ocurrido antes, con lo cual yo no creo que la palabra ismo nos lleve a una al desastre. Son otras las cosas que nos llevarán al desastre.
«Puedo estar twitteando y hablando de un juego de Internet y también lamentarme de que Virgilio no se vea en las escuelas»
«Hoy somos más cultos y tenemos la experiencia de lo ocurrido antes, con lo cual yo no creo que la palabra ismo nos lleve a una al desastre», dice Arturo Pérez-Reverte.
–¿No es optimista con respecto al futuro de Europa?
–Yo soy muy pesimista porque nadie que haya leído historia puede ser optimista desde mi punto de vista. Sucede lo mismo con la Argentina:nadie que conozca la historia de este país puede ser optimista sobre lo que vendrá. Porque un lector no es otra cosa que una persona más informada que la media. Lo mismo pasa en Europa. Yo soy europeo y formo parte de una cadena cultural que nace con Platón y con Aristóteles y sigue con la Biblia y el Corán, y Virgilio, y Dante, Voltaire, Montesquieu, Rousseau y Marx hasta ahora. Con esa herencia cultural que está incorporada en mi ADN, veo que la Europa actual está muriendo. Vendrá otra cosa y yo no sé si será mejor o peor. Lo que está claro es que aquel otro en el que fui educado está desapareciendo. Entonces, lo asumo, pero no puedo evitar la melancolía porque puedo estar twitteando y hablando de un juego de Internet y también lamentarme de que Virgilio no se vea en las escuelas. Son cosas compatibles perfectamente.
–Habla de twittear pero hace el gesto de escribir a máquina y no el de usar el celular con el dedo. ¿No usa su teléfono para usar las redes sociales?
–Ese gesto es muy significativo porque mi móvil es un Nokia antiguo que solo sirve para llamar por teléfono. Solo cuando viajo el extranjero llevo este más moderno porque el mío ya no capta la señal. Pero cuando vuelvo, lo apagó, lo guardo y uso el mío que no tiene ni Internet ni cámara de fotos siquiera. Y es que yo entro de vez en cuando, no estoy todo el puto día con el Twitter porque creo que es bueno estar en las tecnologías, sin que esas tecnologías te aprisionen. Por lo menos, yo no lo necesito.
Sabotaje, novela de Pérez-Reverte que cierra (por ahora) la trilogía del mercenario Falcó.
–¿Lo cansan las polémicas y los malos entendidos que se generan en su cuenta de Twitter?
–Con la edad que tengo, ya me da igual que no me entiendan: me puedo permitir los malos entendidos y ningún problema. Yo entré a Twitter de una forma un poco ingenua: hace ocho o nueve años no usaba nada y un amigo me explicó que era una buena manera para responder las muchas cartas y mensajes que me llegan. Pero entonces, yo pensaba que aquello era como una charla de bar en la que digo “hay que ver, estoy de Macri hasta las narices” y pues no pasa nada. Pero no es así: si lo pones en Twitter, sale de ahí hacia los periódicos que titularán “Pérez-Reverte atacó a Macri” y todo eso. Entonces, me di cuenta de eso, no digo que me metiese en líos, pero sí generó muchas polémicas. Hoy en día, tengo algo más de dos millones de seguidores que no he buscado, pero están ahí y ahora si lo veo como una herramienta que da influencia y que me divierte porque a mis 67 años conservo el gusto por la travesura: fui un chico travieso y fui un periodista travieso, entonces de vez en cuando, doy una patada al avispero y me quedo a ver lo que pasa.
«¿Cómo no va a evolucionar el lenguaje si ha sido absolutamente heteropatriarcal durante muchísimos siglos?», dice Pérez-Reverte.
–¿Por qué cree que sus opiniones generan tantas pasiones y rechazos desde la política hasta el feminismo?
–Eso es verdad y es curioso porque yo nunca hablo de política. Y con las feministas es por el lenguaje inclusivo. Lo del feminismo es un ejemplo muy claro: cualquiera que haya leído mis novelas sabe que mis personajes femeninos son absolutamente antimachistas así como tengo muchos artículos a favor de la igualdad de las mujeres desde siempre. Lo que pasa es que con el lenguaje inclusivo yo he sido muy radical porque el idioma es mi herramienta. Entonces, si usted me dice que yo debo escribir todes para no ser machista, yo no voy a escribir una novela usando todes. Es ante la estupidez, ante ese tipo de radicalismos absurdos, que sí he sido muy contundente. Ahora la gente que a lo mejor no me ha leído nunca solo se entera de titulares que dicen “Pérez-Reverte ataca el lenguaje inclusivo”, “Pérez-Reverte es machista”, por eso es un ejemplo más de lo que son las redes sociales: potencian todo eso y alimentan tanto los amores como los odios.
–No acepta el todes pero tampoco quitarle la tilde a sólo y a éste, como manda la RAE.
–Exacto. Ahí estoy en contra de la Academia porque yo necesito la tilde, es una cuestión de coherencia técnica. Nada más. Porque yo acepto que el lenguaje debe evolucionar: ¿Cómo no va a evolucionar el lenguaje si ha sido absolutamente heteropatriarcal durante muchísimos siglos? Yo digo sin problema presidenta aunque no haga falta el femenino, del mismo modo que acepto un montón de modificaciones. Otra cosa es que impere la estupidez y que yo admita que cualquier niñata o cualquier colectivo de Niñas Feministas de Úbeda decrete que ahora se dicen las cosas de tal o cual manera. Yo no me pliego a lo que diga el colectivo de cuatro analfabetas. Me niego a eso.
Para Pérez-Reverte, «la ciudadanía ha perdido la percepción de lo necesario que es el periodismo y cree que puede sustituirlo con Internet o Twitter. Y están equivocados».
–Fue usted periodista durante más de veinte años. ¿Cree que tiene este oficio un rol que jugar en el mundo del futuro?
–Creo que es verdad que está en extinción, pero sigue siendo necesario. Lo que sucede es que la gente no se da cuenta. La ciudadanía ha perdido la percepción de lo necesario que es el periodismo y cree que puede sustituirlo con Internet o Twitter. Y están equivocados. Porque el material en bruto no es información: es caos y ruido hasta que el intermediario culto, formado, profesional y adiestrado le da forma para que sea comprensible. Esa es la gran tragedia de la comunicación en el mundo actual y la gente no se da cuenta de eso y pagará muy caro el error. Ya lo está pagando muy caro en varias partes del mundo.
Fuente: Clarín