Pero el fuego no se pudo llevar las leyendas, los mitos y las curiosidades que este magnífico edificio acumuló a lo largo de ocho siglos y medio de historia. Aquí algunos que agigantan la silueta de la catedral parisiense.
Los dos salvadores
Aunque sea difícil de imaginar después de haberla visto impecable tanto tiempo, hasta el fatal incendio del lunes, en verdad hace no tanto la catedral estaba en un estado cercano a la ruina.
Apenas sobrevivió al período revolucionario y fue salvada de la demolición una primera vez por Napoleón Bonaparte, coronado emperador de los franceses entre sus muros. La foto de aquel momento es una gran tela de Jacques-Louis David, el pintor oficial del Primer Imperio. A pesar de la fastuosidad de la escena en la obra, la catedral recibió para la ocasión más un maquillaje que una debida restauración.
Su verdadero salvador fue en realidad Víctor Hugo, gracias al descomunal éxito de la novela Nuestra Señora de París. De la mano de personajes como Esmeralda, Frollo, Phoebus y el inolvidable Quasimodo, los parisinos volvieron a enamorarse de su catedral y tomaron conciencia de que no podía ser destruida sino restaurada.
Nueva vida en el siglo XIX
Las obras se extendieron por muchos años a mediados del siglo XIX y fueron uno de los momentos más cruciales en la vida plurisecular del edificio.
Al margen de la pomposa coronación napoleónica, la catedral salió mal parada del período revolucionario, durante el cual fue saqueada y dañada. Prestó brevemente servicio como templo del Ser Supremo, durante el intento de imponer un culto racional y republicano en el pueblo francés, y hasta fue utilizada como un mero depósito.
Victor Hugo logró sin embargo reconciliar a católicos y laicos, republicanos y monárquicos en la necesidad de salvar al monumento de la demolición. Un presupuesto fue votado y un arquitecto, elegido. Se trataba de Eugène Viollet-le-Duc, conocido ya entonces por sus logros en la refacción de gran cantidad de edificios históricos.
Las obras duraron más de lo previsto y agotaron varios presupuestos, pero finalmente en 1864 Notre Dame renació y volvió a ser inaugurada, con la silueta que le conocimos hasta esta semana. Se podría decir la de siempre… aunque no fue así. Porque Viollet-le-Duc logró la proeza de hacerla más medieval aún que cuando fue construida en los siglos XII y XIII.
- Notre Dame De Paris En 1642 – Impresión de Eugene Emmanuel Viollet-le-Duc
Le agregó, entre otras cosas, la flecha de madera, la misma que se convirtió en símbolo del incendio cuando se derrumbó el lunes por la noche.
Quimeras y gárgolas
Al mismo tiempo que se renovaba Notre Dame, el barón Haussmann transformaba París, con un plano de anchas avenidas: no tanto para contribuir a la majestuosidad de la ciudad como para prevenir y reprimir mejor los sublevamientos y las barricadas. Fue entonces que las calles parisienses se uniformizaron con un mismo estilo de edificios, todos a la misma altura.
Las obras llegaron hasta la Isla de la Cité -donde nació Lutecia y desde donde se transformó en París- a los pies de los muros de la Catedral. Se abrió la plaza al derribar un barrio que todavía tenía un aspecto muy medieval. La única concesión al pasado fue un par de trazas en el suelo para recordar por dónde enfilaban los callejones, y que se puede ver todavía hoy.
La transformación seguía los imperativos de seguridad e higiene de la época. Viollet-le-Duc le agregó un toque de romanticismo, que sin duda apreció el gran Victor Hugo desde su exilio en la Isla de Guernsey.
¿Apreció también las quimeras? No existían en la obra original y fueron uno de los agregados más logrados del arquitecto, que se confunden generalmente con las gárgolas. Las quimeras son en realidad aquellos pequeños monstruos instalados en la parte superior de las paredes. No tienen una función especial, y en la visión de Viollet-le-Duc recreaban el mundo fantástico y sobrenatural del Medioevo. La más famosa de todas es la Estirge, una especie de murciélago de viejas leyendas romanas, fijada en la contemplación de los techos de París.
Las gárgolas, por el contrario, son originales de la obra inicial. Sirven para canalizar el agua de lluvia de los techos, que escupen en el vacío, evitando así que chorree a lo largo de las paredes.
Por una diablura
Luego de Viollet-le-Duc, Dan Brown envolvió la catedral en otro manto de misterios y leyendas. ¿Ciertos o no? Lo sobrenatural siempre se mezcló con la realidad a lo largo de la historia de Notre-Dame y una de sus más antiguas y mayores paradojas es la de ser custodiada por puertas diaboliques.
Así es por lo menos para quienes creen en lo que le pasó al artesano Biscornet en el siglo XIII. Es el autor de las bisagras de las grandes hojas de los portones, consideradas como obras maestras. Las forjó él solo y para lograrlo vendió su alma al diablo. Sin embargo, una vez instaladas, las puertas quedaron cerradas y fue imposible abrirlas hasta arrojarles una buena dosis de agua bendita. Creer o reventar: la historia termina con la muerte repentina de Biscornet, unos días más tarde. El diablo perdió la batalla de las puertas y el maestro herrero, la vida.
Una obra, diez reyes
La construcción inicial se estiró de 1163 a 1250 pero las obras siguieron un siglo más y no terminaron realmente hasta 1345. Durante todo ese tiempo se sucedieron diez reyes y dos dinastías, los Capetianos directos y los Valois. Los más sobresalientes fueron Felipe II Augusto, San Luis y Felipe IV, el verdugo de los templarios y el padre de los reyes malditos.
San Luis es Luis IX. En las aulas de la primaria en Francia se lo suele pintar sentado bajo un roble, impartiendo justicia entre sus súbditos, sin importar sus rangos sociales ni sus riquezas. En cuanto a la catedral, fue su principal benefactor, con el más preciado de todos los regalos al cual un lugar consagrado podía aspirar. Le dio reliquias inestimables: la Santa Corona, un pedazo de la Santa Cruz y uno de sus clavos.
El bosque en el techo
Desde que estalló el incendio, se publicó una profusión de datos sobre la catedral: largo, ancho, alto, cantidad de gárgolas y de vitrales… la cifra más insólita fue tragada por las llamas este lunes. Se trata del techo y su armazón de madera: era en parte del siglo XII y se consideraba como el más antiguo de París. Los arquitectos lo llamaban el bosque porque para construirlo hubo que arrasar un bosque de robles de 21 hectáreas: un árbol por cada viga.
Un libro en relieve y en color
La estructura de piedra tallada de Notre Dame está en parte manchada por las llamas. Cuesta imaginar cómo podían lucir la fachada y su gran cantidad de estatuas y bajorrelieves durante la Edad Media. No se trataba tanto de una decoración sino que era como un libro de piedra, que todos podían entender sin saber leer (el caso de la casi totalidad de la humanidad de aquellos tiempos).
Cada personaje y cada escena remiten a un episodio bíblico. Y todo esto estaba lleno de colores. Los siglos borraron aquellos tonos y el Medioevo llegó a nosotros como una época oscura y gris.
Sin embargo, algunas pocas construcciones conservaron fragmentos de estas pinturas ornamentales, como St Sornin, la catedral de Toulouse. Son tonos de rojos y negros lavados por los siglos y dan una idea muy imprecisa de lo que fue la fachada de Notre-Dame al poco tiempo de haber sido terminada.
Dos cabezas por cada cuerpo
En la misma fachada (que por suerte no se quemó, como tampoco las campanas, el gran órgano y el tesoro), por encima de las puertas, está la galería de los reyes. O al menos están sus cuerpos, ya que durante la Revolución se los confundió con los antepasados de Luis XVI y las estatuas fueron decapitadas.
Se trata en realidad de los reyes de Judea y con tiempo se pudo recuperar la mayoría de las cabezas originales, que desde entonces están expuestas en el Museo de Cluny, en el Barrio Latino. Mientras tanto, los cuerpos volvieron a tener una segunda cabeza durante las renovaciones de Viollet-le-Duc.
El apóstol particular
El nombre del arquitecto es recurrente cuando se habla de Notre Dame y al final su impronta es mucho más importante de lo esperado. El mismo eligió quedarse en medio de su obra, y se retrató en la figura de Santo Tomás, una de las 16 estatuas que custodiaban la base de la flecha.
Aquellas piezas se salvaron de la destrucción y del incendio, porque fueron removidas para restauración -por primera vez desde 1857- y enviadas a un taller de renovación de obras de arte. Cuando las obras de reconstrucción estén por terminar (el presidente Emmanuel Macron quiere que no pasen más de cinco años), seguramente Viollet-le-Duc
Santo Tomás volverá a su lugar, en los techos de Notre Dame, entre gárgolas y quimeras.