Un bar del siglo XIX recibe a los visitantes con aroma a queso manchego y una máquina para cortar fiambre. Tras la barra y el mostrador hay un salón sin ventanas. Allí, Leila Guerriero culmina una sinfonía de epítetos hacia el protagonista de su último perfil. El grabador se apaga. El pasillo que conecta con aquel espacio silencioso y recluido se llenaba de bullicio durante algunos minutos de la entrevista. Específica, reproduce el acento, el tema y hasta precisa la posición política que aquellos dos hombres, cuyo rostro no vio, arrojaban tras la pared. En la grabación se comprueba que la cronista tenía razón, que aquello que para algunos era ruido para ella tenía una dicción, un tono y hasta una ideología, como también se comprueba que mientras estos desconocidos ladraban ella jamás alteró el discurrir de su relato. Sobre aquella pista de fondo, hablaba de un hombre fascinante y de su nuevo libro: Opus Gelber. Retrato de un pianista (Anagrama), que se presentará en mayo en la Argentina. Con su estilo particular, silvestre -como lo definió Juan Cruz Ruiz-, Guerriero, dueña de un oído omnímodo de la oralidad, realiza un reportaje sobre un caballero con oído absoluto.
La primera vez que Guerriero entrevistó a Bruno Gelber en su departamento del barrio de Once, en septiembre de 2017, él la recibió con una merienda pantagruélica. Quería escribir un artículo sobre uno de los mejores pianistas del siglo XX, pero el pentagrama de respuestas se pobló de anécdotas que ella ya conocía, armonías ejecutadas con las mismas bromas e inflexiones que Gelber había brindado en reportajes previos.
«Me fui de su casa con la sensación de que no había logrado nada. Sentí que había habido una conexión inmediata entre los dos, pero que él seguía recorriendo los mismos caminos en sus respuestas», recuerda la desilusión inicial, que terminó con la promesa de que él la llamaría para concertar un nuevo encuentro. Gelber cumplió. Así comenzó una serie de entrevistas ornamentadas siempre con colosales delicias. EnUna historia sencilla y en Los suicidas del fin del mundo, Guerriero transitó por la misma experiencia: aquellos artículos, dado el caudal de voces y la riqueza de las historias, fueron creciendo hasta dar forma a un libro.
¿De qué está hecho este hombre? Esta pregunta acompaña a la cronista durante la ejecución del extenso perfil -no se trata de una biografía- de un entrevistado que por momentos se escapa, es ambiguo, alguien que considera la conversación un arte. A diferencia de otros textos de la autora, este retrato posee más diálogo y, llamativamente, son pocas las ocasiones en las que se habla de música. Inteligente y generoso son dos adjetivos que emergen cada vez que la autora habla de Gelber. «Bruno te hace parte de su mundo, te incluye, te presenta, te quiere meter ahí, que tengas roce con la gente con la que él tiene roce, mezclarte con los demás».
Opus Gelber. Autor: Leila Guerriero. Páginas: 336. Fuente: LA NACION
La poliomielitis, su estricto maestro Vicente Scaramuzza, el vínculo con su hermana, sus amores, la inmediata adopción de la aristocracia francesa, su amistad con Martha Argerich, sus 25 años en París, su vida en Mónaco y su regreso a la Argentina en 2013, su devoción hacia las reglas del protocolo y su pasión por Laura Hidalgo son algunos arpegios de este auténtico artista de escenario, un hombre que desconoce el concepto de fin de semana. «Para él, cada día puede ser un día especial o común. El 25 de diciembre o un domingo trabaja, da clases y recibe gente en su casa igual que cualquier otro día».
Gelber es el anfitrión de esta rapsodia construida con un material único: el de un genio. «No hubo nada que no pudiera preguntar. Tiene mucha lectura del otro. Confió en mí. Si él permite que pases a tal lado de la casa o que contactes a su familia es porque permite esa mirada», asegura Guerriero, quien describe hasta los elementos del baño del pianista o el precio del vino que sirve a los comensales. La voz narrativa de la primera persona aparece en este retrato de modo más recurrente que en otras crónicas de Guerriero: «No cuento muchas cosas mías, no es autobiográfico. Aparezco todo el tiempo porque Bruno me obliga a aparecer. No habría manera de escribir este libro sin esta voz».
Tras múltiples encuentros, Guerriero decidió dar por concluido el retrato. Aún emergerían anécdotas de esta usina de historias que es Gelber, pero la cronista dedicó un verano, momento en el que él descansa en Mar del Plata, para escribir el libro. «Me permitió tener cierta distancia. Bruno te impone un régimen de visitas. Eso me iba a confundir muchísimo. Lo seguí viendo después. He quedado con vínculos buenos y profundos con poca gente que he entrevistado. Bruno es uno de ellos», dice Guerriero, y nombra a Guillermo Kuitca y algunos miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Gelber aún no ha leído el libro, ni tampoco pidió hacerlo. Guerriero le llevará un ejemplar de la edición española, ya que aún demorará algunos meses en publicarse en la Argentina. «Es muy agradable estar con él, se preocupa de que estés cómoda. Hay un trabajo de seducción que Bruno va haciendo con la persona que lo entrevista. Crea un magnetismo único».
«Yo soy un hombre del siglo XIX que simula muy bien ser de este siglo», es uno de los acordes más recurrentes del retrato. «Es una persona de otro tiempo, pero a la vez no es anacrónico, es alguien muy de este tiempo también. Está totalmente desconectado de la tecnología y a la vez entiende muy bien el mundo de hoy, pero no quiere participar de sus códigos», explica Guerriero, también alejada de ciertas herramientas de este tiempo: no posee ni redes sociales ni WhatsApp. «No tolero ver en mi casilla 25 mails sin contestar. Me produce mucha ansiedad. No quiero un contenido que me desborde, que no sepa responder. No podría jamar sostener esa no comunicación por teléfono. De todos modos me entero de mil cosas, no siento que esté desactualizada, estoy en contacto con gente de muy diversos sitios todo el tiempo. Escribo mucho y necesito concentrarme».