A Inés y Ramiro se les ocurrió espontáneamente visitar la muestra «Picasso en Uruguay», que se inauguró en Montevideo hace dos semanas. Al llegar vieron mucha gente afuera y, cuando quisieron comprar entradas, les explicaron que ya estaba todo vendido para ese día. El Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) estaba en su tope de capacidad diaria. No pudieron ingresar.
Desde que las 45 obras del artista malagueño desembarcaron en esta capital se viven escenas poco frecuentes en una ciudad que no suele mostrar demasiado interés por las artes plásticas. Aquí, donde las galerías de arte reúnen a algunas decenas de personas el día del vernissage para luego quedar nuevamente vacías, y con un circuito y agenda de las artes que luchan por un lugar en el programa de los uruguayos, la atracción por esta exposición inédita y de tinte internacional se cuenta por miles: 1800 personas asistieron a la previa, ya son 17.000 los agendados para los próximos días y 25.000 jóvenes reservaron su lugar en el marco de visitas escolares.
Según el director del MNAV, Enrique Aguerre, con esta exposición esperan recibir en 90 días cuatro veces más de los 80 a 100.000 visitantes que se acercan por año.
La inauguración de la muestra tampoco pasó inadvertida: convocó a medios de países vecinos, reunió a todos los residentes uruguayos con algún vínculo con el arte o con Francia, y culminó con una cena en el Hotel Sofitel. Chef francesa, menú de pasos inspirado en las obras del artista, mesas que llevaban el nombre de cada una de las mujeres de Picasso y la presencia de la vicepresidenta del país y de las ministras de Cultura y Turismo, además del embajador de Francia y los directivos de los museos de París, Barcelona y Montevideo.
Cruzar el charco, con la entrada comprada en línea y aprovechando que Montevideo se vacía en Semana Santa, vale la pena. Para quienes ya vieron alguna vez un Picasso, la belleza de esta muestra radica en su escala reducida e intimista, reflejos de la ciudad que la alberga, y en el descubrimiento de la relación entre Pablo Picasso y el uruguayo Joaquín Torres García. Una relación «nada simple», según el director del Museo Picasso de París, Laurent Le Bon.
Para el público primerizo, las 45 obras trazan una retrospectiva discreta de un artista multifacético que supo deambular por el cubismo y el surrealismo, y manifestarse a través de pinturas y esculturas, así como cerámicas, dibujos, acuarelas y grabados. La inmersión en este universo está dividida de manera didáctica en seis secciones que concentran todos sus estilos: Barcelona modernista, El cubismo en escena, Metamorfosis de entreguerras, El triunfo del erotismo, Cerámicas y El último Picasso. Pensados para visitantes que descubren, los textos que acompañan las obras son claros y sin pretensiones. Entre las obras-estrellas se cuentan Buste (estudio para Les Demoiselles d’Avignon), Le Baiser y Maya à la poupée.
(c) Succession Picasso 2019, Pablo Picasso, «Dormeuse aux persiennes», Musée national Picasso-París Fuente: Archivo Crédito: (c) Succession Picasso 2019, Musée National Picasso-Paris
Las ganancias de esta exhibición son múltiples. Para Francia es la posibilidad de hacer viajar la colección de Picasso (el acervo logrado gracias a las donaciones del Estado francés y los herederos del artista posee más de 5000 obras), difundirla en lugares donde nunca fue mostrada y llegar a nuevos públicos. La gira comprende ocho países en total, con una selección especial para cada uno, y Uruguay es el único destino sudamericano. Para Montevideo es la ocasión de acercar a los uruguayos a los salones donde se exhibe arte. Basta como ejemplo contemplar dentro del MNAV a los que esperan para ver un Picasso: todos aprovechan ese tiempo y dan una vuelta por la planta baja donde se exhibe «Pedro Figari: nostalgias africanas», exposición que pasó por el Museo de Arte de San Pablo (MASP). De repente la descubren. Las visitas escolares llegan de todo el país: maestras y alumnos hacen hasta 800 kilómetros para disfrutar del acontecimiento.
Despejando tabúes Para la ciudad es también la oportunidad de entrar en el mapa mundial del arte con exposiciones más internacionales, o al menos tocar timbre en esa puerta. «Es un hito extraordinario por lo revolucionario del personaje, y el desafío es enorme. Nos posibilita repensar las lógicas museales», dice el director nacional de Cultura, Sergio Mautone. De hecho, esta es la primera vez que el MNAV cobra entrada para ver una exposición. Al igual que otras instituciones culturales, como el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC) ubicado en el predio de la excárcel Miguelete, el MNAV es de acceso gratuito.
La gratuidad despierta debate porque esta política basada en la inclusión cultural no llena salas y a su vez limita las ambiciones artísticas de las instituciones, que no pueden contar con el precio de la entrada para financiar parte de una exposición de gran envergadura. En ese sentido, la exposición de Picasso va a ser un test de cómo manejar las instituciones públicas. Se abre otro horizonte, donde se articula público y privado.
El dinero en el arte parece ser tema tabú en este país. «En los años 70, en Montevideo, vender cuadros era un pecado. Preferíamos prestigio que dinero. En 1977 me fui para Cadaqués (España) y lo primero que aprendí fue que la pintura se vendía. Los pintores pintaban y vendían cuadros. Mientras que la vida de los pintores uruguayos era intelectual y modesta, en España eso ya no pasaba», cuenta el gran artista uruguayo Ignacio Iturria. Hoy ve el panorama diferente, con la aparición del «personaje del artista yuppie, que hace relaciones públicas, se cuida y es como un ejecutivo, enfocado en meterse en galerías importantes». Aunque aclara: «En Uruguay hay que tener bajo perfil porque se sabe todo lo que pasa». En su fundación, en Carrasco, organiza talleres, charlas y formaciones.
Para el artista y galerista Martín Pelenur, el destape artístico se debe dar a través de lo comercial. «Está lleno de artistas en Uruguay. Lo que nos falta es que se empiece a mover, a comprar. Acá la analogía futbolística aplica mucho: no nos conoce nadie, no jugamos en nada, y también nos tenemos que preguntar si queremos o no salir de aquí». Su espacio La Pecera, en La Barra, está abierto todo el año con muestras y charlas.
El boom por Picasso cambia la dinámica de una ciudad donde la oferta y demanda de música y teatro se destacan más que las de arte pictórico. Hay que seguir las redes y sobre todo conocer gente en el ambiente del arte para estar al tanto de lo que sucede.
«Hubo varios intentos fallidos de crear una red de artes visuales, y al mismo tiempo la hay por dentro. Los profesionales nos conectamos, sabemos qué sucede en cada lugar e intentamos difundirlo entre allegados. Acá funciona el boca en boca. No hay aún un mapa de las artes, pero eso va a llegar. Y lo que sí hay es sinergia: aprovechamos del movimiento de una ciudad con distintos actores actuando en un mismo campo», analiza la directora de la galería Xippas, Sofía Silva. Ubicada en Ciudad Vieja, expone hasta el 7 de junio a Yamandú Canosa, el uruguayo elegido para representar al país en la Bienal de Venecia. La muestra está curada por Patricia Betancur, a su vez directora artística del Centro Cultural de España, situada a la vuelta de Xippas y otro de los refugios montevideanos de artes visuales y encuentros literarios.
Para quienes den una vuelta por la ciudad, además de los mencionados, se destacan para visitar el museo Casa Vilamajó (actualmente con una residencia de la bailarina Carolina Besuievsky), el de Artes Decorativas Palacio Taranco, el MAPI y el Centro de Fotografía. También están las galerías De Las Misiones, Diana Saravia y SOA. Todo por Ciudad Vieja, incluyendo los museos Gurvich y Torres García sobre la peatonal Sarandí.