Sin haberla leído, sin haberla visto nunca en un escenario, casi todo el mundo asocia Hamlet con el teatro. La obra más larga (dicen que también la más autobiográfica) de William Shakespeare, escrita en 1601, traspasó el tiempo y el espacio como ninguna otra. Y trascendió lo meramente teatral para ser una expresión cultural en sí misma. Una nueva versión, realizada por Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo, con un elenco encabezado por Joaquín Furriel, se presenta en el Teatro San Martín, con dirección del propio Szuchmacher. -¿Qué tiene “Hamlet” que es tan icónica?¿Cuáles son sus claves? -Es curioso lo que pasa con esta obra. Shakespeare tiene otras obras mejor estructuradas, ésta es la más larga, con una cantidad de versos casi infinita, desarrolla lo ensayístico en los monólogos, que son como siete… La cultura todo el tiempo nos recuerda frases de algún monólogo de Hamlet. De alguna manera es la obra más conocida, pero montada en una suerte de malentendido por la condensación de dos momentos, el del “ser o no ser” con el de la calavera en la mano, que en realidad en la obra están separados. No sé cuándo es que queda instalada esa confusión… Tal vez la idea de hablar de este ser o no ser, de la vida y la muerte -aunque toda gran obra habla de eso- acá se hace muy explícito.
-Casi existencialista de algún modo. -Una suerte de existencialismo anticipado. Por otro lado, la obra es como una especie de mar en el que todo el mundo pesca algo. Hay material para todos. La muerte del padre, los problemas con la madre, son un festín para psicoanalistas, pero también, hablando del poder, hay material para los economistas o politólogos e historiadores. Creo que no hay disciplina que no haya abrevado ahí. Hasta los botánicos. En Hamlet hay una serie de citas acerca de las hierbas, algo muy común en la medicina de la época y sus usos y modos de curación. Con todo eso y en su extensión, es como si no dejara tema sin tocar. Toda gran obra es un recorte, pero esta obra tiene todo. Hamlet es la gran obra de venganza que no es: hay alguien que tiene todo dado como para vengarse pero no lo termina de concretar nunca.
-¿Hay algo fundamental que queda postergado?
-No se trata de un simple delay, es lo que hoy llamaríamos procrastinar, dejar todo para más tarde. -¿Podríamos asociar eso a algo muy contemporáneo en relación a la dificultad para comprometerse, para manejar lo complejo, y en querer simplificar todo?
– Tal cual. Ahí es donde Hamlet se vuelve tan actual, con eso del “después vemos”, un enorme discurrir. Por algo la obra sobrevivió de manera tan increíble.
-Es como si la obra estuviera en el inconciente colectivo.
-De alguna manera, sí. Siempre que aparezca algo vinculado al teatro va a aparecer la imagen de ese hombrecito con la calavera.
-Frente a ese panorama, ¿cómo encararon con Lautaro Vilo una versión propia?
-Hicimos como cinco versiones, a partir de textos en castellano, del original en inglés y volviendo y limpiando cada vez más. Lo que más nos interesaba era que el texto se entendiera, encontrando en el castellano una buena manera de hacerlo inteligible. Es todo un rasgo de la versión: hacer comprensible al instante lo que se está diciendo. Como los dos somos actores, fuimos probando los textos diciéndolos… porque no es lo mismo leerlos que oírlos.
-También trasladaron la trama a una Dinamarca de principios de los años ‘20. ¿Por qué esa época?
-Es una Dinamarca bastante sobria y para ser entendida requiere de un tiempo pasado. De hecho, Shakespeare la ubica en un tiempo anterior a su contemporaneidad. Y el presente re
sulta muy hostil para las obras clásicas. La tecnología actual juega en contra de eso. Entonces necesitaba que fuera atrás en el tiempo pero no tanto como para que esa antigüedad no pareciera un disfraz. Es un pasado más fácil de imaginar. -¿La intención es acercar la obra a una mayor cantidad de público?
-La obra tiene distintos niveles, como capas. Hay un primer nivel que yo llamo Rey León (que es una versión de
Hamlet) y que hasta un niño puede entender, para quienes buscan la trama. Y de ahí, otras capas para los que buscan otra cosa. Estamos haciendo una obra que no es para una sala de 20 localidades donde uno se podría permitir mayor experimentación. En una sala de 900 localidades es casi una obligación ser un poco más democrático. Pero eso no me resulta un problema. Al contrario, me produce un inmenso placer llegar a una mayor cantidad de espectadores. Así como cualquiera puede pescar en el mar de Hamlet, también cada espectador pueda hacer eso con esta versión, incluso con el humor y el absurdo que están presentes en medio de la tragedia. -El desafío habrá sido hacer eso sin quitarle complejidad al texto.
-Yo soy de los que creen que, como se dice vulgarmente, no hay que sacarle el culo a la jeringa. En este caso, no sacarle la complejidad que tiene el material. Nos enfrentamos con el problema de hacer comprensible algo muy complejo, sin simplificarlo. Si no, es una porquería. Porque creo que uno de los grandes males del momento es ése, sacarle complejidad a los fenómenos, simplificar la realidad. Y hoy por hoy, el teatro le huye un poco a la complejidad. -¿Por eso tienen tanto éxito las comedias? ¿el público le huye un poco al drama? -Sí, y también aparecen fenómenos como el de Microteatro en ese sentido.Está bien, el que quiera ir al teatro sólo quince minutos y si se ríe, mejor. Pero nosotros hacemos Macroteatro, es otra experiencia. No le proponemos que la vida sea así, sólo que se sume por un rato. Ya que sale de su casa, que pase bastante tiempo haciendo otra cosa. – Para entretenerse fácil está Netflix.
– Cuando yo era chico, en tu casa tenías libros o radio. Si querías que te pasara algo más, tenías que salir. Con el tiempo, cambiamos la tele de aire por el cable y después, por Netflix. -Se termina pareciendo todo. Es más una cuestión de cantidad que de calidad. Está bien que haya opciones. -El teatro tiene algo en particular que es que no lo podés ver en tu casa. Y la propuesta está pensando en todo eso. -Volvés al San Martín luego de 15 años, ¿cúal es la sensación?
– Quince al teatro y veinte a la Sala Coronado. Pero por haber venido desde muy chico a ver obras y películas, tengo una sensación de pertenencia. -Supongo que para esta obra la elección del protagonista es clave. ¿Cómo llegaste a Joaquín Furriel? -Uno no se puede plantear hacer esta obra sin tener antes al protagonista. Nunca me propuse hacer esta obra hasta que un día hablando con Joaquín como amigo sentí que era el momento de que él lo hiciera. Ya lo había dirigido en Rey Lear, junto a Alfredo Alcón. Furriel es de esos actores fundamentales, que han recorrido mucho repertorio y pueden hacer estos textos clásicos que, de otra manera, tienden a desaparecer. -Tiene que ser un actor que no le tema a la complejidad de Hamlet¿no?
-Así es y parte de eso también es volver a hacer una obra en términos acústicos, de manera tradicional, lo que suma complejidad. Sin interferencia digital, si hay un silencio, se escucha el silencio. -”Hamlet” es la cuarta obra de Shakespeare que dirigís,¿llegó en el momento justo? -Llegó en medio de una crisis personal profunda. No duermo hace rato, el proyecto me absorbió muchísimo pero hacer esto en este momento tan difícil, es una tremenda felicidad.
Las funciones son de miércoles a domingo, a las 20, en la sala Martín Coronado. Desde $ 210.
Fuente: Sandra Commisso, Clarín