La historia de Ariel Stivala pudo haber sido otra. Tal vez la de un hombre de traje y corbata, empleado de una multinacional. Pero ese no fue su destino: en el medio de una clase de la Facultad de Ciencias Económicas se acordó lo mucho que le gustaba el dibujo y abandonó para siempre los números. Priorizó la vocación antes que el “progreso” y se metió a estudiar Bellas Artes, donde hoy es profesor.
Incluso con Ariel ya devenido artista, esta historia también pudo haber sido otra. Quizás la de un millonario, ególatra, enamorado de su propio trabajo. Tampoco quiso ser eso: eligió el camino del arte como efecto transformador y como creación colectiva. “Empecé a pensar que el arte no era sólo vender un cuadro. También puede ser salir a la calle y generar vínculos, generar experiencias que te hagan pensar. No importa la venta ni la económico, sino colgarlos, ver qué pasa, y salir un poco de esa idea de la mercantilización del arte”, explica Ariel, y este cronista empieza a entender los motivos por los cuales está acá, entrevistándolo.
Porque hasta hace un rato nomás, este acontecimiento que acaparó la atención de algunos medios locales parecía haber sido producto del azar, de una mera mudanza, y de la moda del método Marie Kondo. El tema es así: antes de cambiar de casa, Ariel Stivala se despojó de algunos cuadros que tenía abarrotados en una habitación. Y no eran unos cuadritos cualquiera ¿eh? Eran majestuosas obras, de una calidad extraordinaria, de gran tamaño, provocadoras, que podrían haber sido expuestas en cualquier galería de arte del mundo. Eso sí, sin demasiado detalle porque a Ariel le gusta “la impronta de la primera pincelada, si lo laburás mucho se pierde algo”.
En vez de subirlas al flete o subastar por internet algunas de las obras de una serie que reflexiona acerca de la construcción de la personalidad a partir de la mirada del otro, seleccionó tres de ellas y las colgó en la calle, en la esquina de 14 y 61. También colgó un retrato. No sabía bien lo que estaba haciendo. Sólo pretendía que la gente “los viera, se los llevara, o hicieran con ellos lo quisieran”. Lo que se generó con esa acción fue algo increíble.
Los acrílicos sobre lienzos que representan en tamaño real a sus familiares y amigos encarnando irónicas figuras de santos como Santa Lucía, Santa Catalina y San Roque, se mantuvieron colgados durante varios días. Allí, cada peatón que pasó por esa calle que parece un bosque tenebroso se sorprendió, se detuvo a contemplarlos por unos minutos, segundos, y casi nadie los ignoró. Hubo una persona que se animó a descolgar uno y se lo llevó a su casa. Cuando llegó con la obra maestra debajo del brazo se arrepintió. Tal vez se sintió un vándalo. Tal vez un ladrón. Y trató de localizar al artista. Buscó en el cuadro alguna firma que le permitiese dar con la persona que había realizado semejante obra. Quería pedirle permiso para ponerlo en su casa. Pero se había topado con alguien extremadamente humilde, que no cree demasiado en la figura del artista. “Firmo los cuadros porque me enseñaron así, pero como no me gusta que aparezca mi nombre suelo camuflar la firma en los cuadros”, explica este hombre de 39 años que da clases de Pintura Básica en Bellas Artes, y de Lenguaje Visual en la Universidad Nacional de las Artes, en Capital Federal.
La persona volvió a la esquina de 14 y 61 para ver si los otros cuadros que todavía estaban colgados podían darle algún indicio de su creador. “Encontró la firma y me localizó por Facebook. Fue un encuentro buenísimo. El chico me escribió para decirme que se había llevado la obra porque entendió que estaba para eso, por lo fácil que estaba de sacar, pero me dijo que de no ser así la devolvía al lugar”, explica Ariel y agrega: “Yo las dejé ahí para que busquen su propio camino. Quise cambiarle el contexto para que la obra se convirtiese en otra cosa y la verdad es que se resignificó. Hubo gente que hizo una interpretación que nada que ver con la original y está buenísimo que eso pase”.
La idea original de esta serie denominada “Non Sanctos” nació de elogios y cumplidos. Corría el año 2012 y Ariel se estaba por recibir. Por ese entonces, el que no le decía que era un fenómeno aseguraba que “Ariel es un santo”. “Eran todos mensajes con buenas intenciones, pero no me gustaban. Son frases que van construyendo tu personalidad. ¿Hasta qué punto uno es auténtico o es una construcción de la mirada del otro?”, se pregunta Ariel, que con estos cuadros pretendió incomodar a su entorno de la misma manera que esas frases lo perturbaban a él. “Los hice interpretar personajes que no eran. Son santos que están vestidos con ropa normal y contemporánea, y siempre tienen algo que los avergüenza. Todos tienen un pecado que los condena”, explica este talentoso artista que reniega de su condición.
Para alguien ávido para los negocios, sacar los cuadros a la calle podría haber sido una excelente estrategia de marketing. De hecho, a partir de esta acción, Stivala fue contactado por una persona que quiso comprarle un ejemplar de la serie de los santos. Él le explicó que no estaban a la venta, y que algunos todavía estaban colgados en la vía pública. Ni lerdo ni perezoso, el interesado dejó de chatearle y salió corriendo en búsqueda de las tres obras que todavía descansaban en 14 y 61.
Cuando el devorador de arte regresó al chat, Ariel le pidió que le mandara una foto para saber dónde habían sido colgados. Y aunque la persona se había llevado los tres que quedaban, sólo le mandó fotos de dos. “Se ve que a uno no le encontró lugar y a los quince días volvió a aparecer colgado en la misma esquina. El tipo volvió a ponerlo en el lugar donde estaba originalmente y se lo terminó llevando otra persona”, explica Ariel.
A la espera de la próxima colgada
En su nueva casa, en la que solamente hay un cuadro colgado en la pared, la inspiración siempre lo encuentra trabajando. A veces en lienzos con acrílicos, otras en su cuaderno de acuarelas. Algunas veces solo, y otras tantas con los integrantes de Colectivo de Arte Activo, el grupo que en 2016 armó con unos compañeros de trabajo y amigos con los que realiza acciones en la calle relacionadas con problemáticas sociales. “Antes producía individualmente. Trabajar en colectivo y con la gente fue algo transformador”, explica Ariel.
En paralelo a las acciones colectivas, en la actualidad trabaja con unas cartas románticas que encontró en la calle. Todavía no sabe que hará con ellas, pero mientras tanto estudia grafología para entender la personalidad de esa persona que escribió ese tesoro que Ariel encontró en la calle.
También planea cuándo será la nueva colgada callejera. Seguramente serán algunos de los 50 retratos con muecas que todavía conserva en la casa de su madre, cuadros de una serie en la que trabajó la idea del rostro como piel desnuda. “El rostro es el desnudo que llevamos todo el tiempo, sin vergüenza, hasta que una cámara o la mirada del otro te advierte que estás desnudo y hacés una mueca como para disfrazarlo”, explica Ariel sobre su obra.
Todavía no tiene definida la fecha, el lugar donde los colgará, ni cómo será la propuesta. Lo único que sabe es que “por todo lo que se generó, me re cebé para hacer otras cosas. Me interesa el arte como un vínculo con los otros. Con esta acción empezaron a tejerse redes con gente que no conocía y ahora tengo ganas de hacer una nueva colgada”, concluyó Ariel.
Fuente: Ezequiel Franzino, Pulso Noticias