No tenía un SOS; ni el mapa de un tesoro. Quien arrojó al agua el mensaje en una botella no lo hizo desde una isla perdida; fue desde una playa de la Patagonia. No fue un escritor, aunque su apellido y la inicial de su segundo nombre remitan a uno de los más célebres de la literatura argentina. Tampoco era un náufrago. Aunque al final, terminaría muriendo bastante solo.
La botella con el mensaje.
El mensaje llegó a una destinataria algo más de 44 años después de que esa botella comenzara flotar el 7 de febrero de 1975.
Una chica de 29 años la encontró en Bahía Creek, un balneario a 90 kilómetros de Viedma, en Río Negro. Fue durante el último feriado de Carnaval. Ella había llegado con su novio y sus suegros desde Carmen de Patagones. La idea era pescar, pero como no hubo pique, agarró un cajón de los que se llevan los barcos pesqueros y empezó a levantar la basura que otros tiraron.
«La botella estaba semi enterrada, con el pico para abajo y el vidrio (verde) algo esmerilado por el roce con la arena. Apenas la levanté me pareció raro que la tapa estaba sellada, como con una de esas masillas de dos componentes. Ahí vi la carta, enrolladita», cuenta a Clarín Luisina Morando.
Eso fue hace tres días, el martes 5 de marzo, en una zona —describe ella— donde «el agua no llega a menos que haya un temporal». Luisina se llevó la botella a la casa en la que estaban parando. En un primer momento pensó en romperla.
El mensaje en la botella.
«Después, pensé ‘mejor la voy a preservar’», recuerda. Con un cuchillo empezó picar la masilla y a sacarla de a pedacitos. Llegó a la tapa, donde la marca de la bebida se había borrado completamente, y se encontró que también había un corcho. Lo empujó hacia el interior y notó que la carta estaba húmeda, muy frágil, envuelta en varias capas de nailon y con un cordoncito marrón.
«Se podía romper de nada. El plástico se deshacía como si fueran pequeñas escamas», describió. Muy despacito, la sacó. «La tinta se fue desvaneciendo, pero se podía leer. Fue increíble».
«Esta botella fue tirada al agua en el balneario Las Grutas, provincia de Río Negro, R. Argentina, el día 7 del 2 de 1975. Quien la recoja, le agradecería escribir informando lugar y fecha del hallazgo». El mensaje tenía el nombre de su autor: Miguel J. Borges, un teléfono y el dato de que era de El Palomar, provincia de Buenos Aires.
La botella y el mensaje, en un post de Facebook.
No era una historia, no era una confesión, no era una carta de amor. Era alguien que pedía ser contactado. «Lo primero que hice fue buscar en Facebook. Pero sabía que la letra era de un adulto. Sumé los 44 años desde que la escribió y ningún perfil daba con la fisonomía del que podía ser Miguel. Llamé al número y no existía«, dice Luisina, que sin pensarlo mucho, compartió las fotos de la botella y la carta en las redes para que las vean sus amigos y piensen, «¡qué lindo!».
Pero la carta se viralizó en grupos de Facebook de vecinos de El Palomar y la administradora de uno de esos grupos le escribió avisándole que los Borges ya no vivían en ese barrio sino que se habían ido a Villa Urquiza. También le pasó tres teléfonos. Del edificio donde podría estar Miguel y el del que podría ser su hijo.
«Intenté con el primero y no atendió nadie. El segundo daba ‘abonado fuera de servicio’. Cinco minutos después, —narra Luisina— me devuelven la llamada desde el primer número». Era la mujer del hombre del mensaje en la botella. Quien había estado con él en esas vacaciones en Las Grutas en 1975. Miguel murió hace seis años.
Luisina, con el mensaje que encontró en una botella.
«Miguel era de hacer esas cosas. A mí nunca se me hubiese ocurrido hacerlo. Era muy aventurero. De la única botella que me acuerdo es de esa, estábamos vacacionando con otra pareja», le cuenta Mabel a Clarín. Ella tiene 80 años y tuvo dos hijos con el hombre del mensaje, tres años mayor que ella.
«Mi hijo se enteró de este mensaje en la botella y no dijo nada. Mi hija todavía no sabe. Ella es de viajar y le voy a preguntar si quiere recuperar ese papel. Luisina lo guardó para que decidan lo que quieran», sigue la mujer.
La historia de amor entre Mabel y Miguel terminó hace tantos años que ella ni siquiera recuerda a qué edad se separaron definitivamente. Tampoco sabe de qué murió Miguel, un electricista «que estaba todo el tiempo viajando». Pero sí sabe que su ex no tuvo más contacto con Juan, su hijo, y que la única que fue y se ocupó del funeral fue su hija. Miguel no conoció a sus cinco nietos. Tampoco a su bisnieto.
En la década del 70, los dos recorrieron «toda la Argentina», juntos, acampando. «Faltó San Juan y San Luis. Ahí seguro también habrá ido después y tirado más botellas», imagina Mabel.
Fuente: Clarín, LGP