No explotó de un día para otro, pero sí viene acrecentándose aceleradamente. Un fenómeno que tiene que ver con la música de los noventa, en particular sus variantes locales más alternativas, y la revalorización cada vez más fuerte que se percibe hoy. Ocurre con los grupos que volvieron después de muchos años (los casos de Jaime Sin Tierra, Suárez, Grand Prix, entre otros). Pero también con los que reiniciaron su carrera (como Los Brujos que ya están grabando su segundo disco; los Perdedores Pop, que recuperaron a Marcos Fontana, su corista original; o los Peligrosos Gorriones, que sacaron Microbio en 2016 y siguen tocando). O con los que pese a bajones, cambios de integrantes o crisis se mantuvieron activos (el ejemplo paradigmático es Juana la Loca) y ahora viven un florecimiento de sus días que vuelve a ponerlos en valor.
¿Qué pasa con los noventa y especialmente con los noventa de acá? ¿Es simplemente otro momento de nostalgia como ya hubo antes respecto a los ochenta, setenta y sesenta? ¿O puede que en esta oportunidad haya algo más? Daniel Melero, músico productor e ideólogo de muchas de aquellas bandas, se reconoce un poco ajeno a este fenómeno mixto de regresos y revalorizaciones, aunque destaca a Suárez (a quienes produjo en el icónico compilado Ruido) y a Estupendo, el dúo electrónico del conurbano sur que también apadrinó y nunca se separaron, más allá de que lo de «no separarse» o «seguir activos» sea relativo en este caso. «Los Estupendo por momentos jugaron a ser la negación de la presencia. Estaban. Pero manteniéndose casi invisibles. Una posición difícil de sostener que a mí siempre me pareció fabulosa», afirma.
Para Alejandro Almada, reconocido manager de El Mató a un policía Motorizado, Las Ligas Menores y Bestia Bebé (las tres, no casualmente, con fuertes lazos musicales y emocionales con los noventa), pero también responsable de Nuevo Rock Argentino, el festival que aunó hace 25 años a varias de estas bandas, el factor permanencia es clave. «El rock argentino en muchos casos es de los que persisten», subraya. Y destaca a Juana La Loca, los más shoegaze o brit -según el momento- de su camada, que con disco nuevo ( Resplandece, el octavo de estudio) y documental pronto a estrenar experimenta un tangible crecimiento de convocatoria. Especialmente en lo referido a un público joven, que no tuvo oportunidad de verlos cuando arrancaron con esa mezcla de altanería y corroída elegancia.
Los Brujos Fuente: Archivo.
«Esto que pasa con Juana La Loca ya lo había empezado a notar años atrás cuando volví a verlos luego de algunos cambios de integrantes que tuvieron y percibí cómo en el interín habían ganado mucho público nuevo. Pibitos y pibitas que se sumaban a los seguidores anteriores y actualizaban la recepción de la banda. Eso mismo multiplicado por varios años da como resultado lo que viven hoy», considera.
Distintos, pero coincidentes con el fenómeno de revalorización, son los casos de Suárez y Jaime sin Tierra. Los primeros, si bien participaron en los aledaños del Nuevo Rock Argentino a través del icónico compilado Ruido, terminaron influenciando en realidad a una camada posterior (la del indie de los dos mil) con su mezcla de noise rock, lowfi inicial y criterio autogestionado. En 2016 tuvieron su primer regreso a predio lleno en el Konex y el año pasado volvieron a colmarlo con vistas a seguir tocando (y de hecho al poco tiempo reincidieron en el festival Patio de Tandil).
«Al ser una banda que no tuvo el apoyo discográfico y de la industria que sí tuvieron otras, lo de Suárez podría haber quedado como un misterio si no volvían», sostiene Melero. «Aunque hubiesen hecho lo mismo que antes, igual hubiera estado fresco», evalúa positivamente sobre el hecho de que mucho del público que fue al Konex era primerizo y pudo concretar un deseo alimentado durante años. Un indicativo de que no solo la nostalgia alimenta estos regresos sino también cierta fantasía. «Un amor enigmáticamente ganado que de alguna manera los obligó a volver», elogia.
En el caso de Jaime sin Tierra, banda que conjugó el post rock con en la sensibilidad del indie de guitarras, ocurre parecido pero más cercanos en el tiempo (su disolución «sin anunciar» se dio a mediados de los dos mil) y sumando también el elemento humano. «(Nos motivó) básicamente las ganas de volver a estar juntos haciendo música, sin presiones ni pretensiones», le dijo el cantante Nicolás Kramer a la revista Inrockuptibles.
Un motivo, el de la amistad, que también empujó la próxima reunión de Grand Prix, banda señera del power pop local en los 90 que lideraba Sebastián Rubín. «En nuestra caso se dio que el baterista vive en Suiza y que va a estar de visita. Entonces dijimos: ¿Che, nos juntamos por una noche? Y dale, por qué no», relata con una sonrisa. «Al no haber un proyecto detrás como sí suele haber con las bandas en actividad, la situación de disfrute es plena: no hay presión ni expectativas por generar algo y sí con simplemente pasarla bien», completa con vistas al único show que será el 26 de abril en el Club Morán.
Ahora bien, más allá de las diferencias estéticas, ¿qué tienen en común estas bandas y otras que vienen siendo recuperadas? Para Almada es clave que hayan sabido «reflejar su época». «Juana la Loca representó muy bien ese gusto por lo inglés, ya sea con la movida de Manchester o con el britpop que vino después. Y Suárez fue sinónimo de independencia, de autogestión». Rubín, por su parte, subraya el hecho de que todas tuvieron que lidiar con condiciones poco favorables. «A muchas les tocaron años recesivos que no ayudaban para que pudieran desarrollarse. Si bien recibíamos buenas críticas y menciones en los diarios, el contexto económico no ayudaba para nada». Melero, en tanto, ve incómoda virtud en sus mejores exponentes. «Es música que no coincide con los valores actuales. Que no se jacta de la posverdad cuando nunca hubo tal cosa como ‘la verdad’ aunque al mismo tiempo nunca hayan dejado de buscarla».
Como sea, el fenómeno de revalorización existe y hoy parece traer un nuevo capítulo de los cíclicos revivals a los que parece adepto el rock. No por nada en los dos mil se puso de moda el pop de los ochenta; en los noventa, el hard rock de los setenta; y en los ochenta y setenta, por momentos, el retro de los sesenta y cincuenta, respectivamente. Sin embargo, en épocas en las que el rock recibe embates a izquierda y derecha (ya no expresa enteramente una transgresión; tampoco garantiza una ganancia), tal vez este «rescate noventas» sea también el último de los revivals en sí. Porque: ¿qué décadas se rescatarán mañana? ¿Los dos mil? ¿Los dos mil diez? Cierra Melero: «Lo de dividir en décadas ya cada vez importará menos. ¿En qué década se hizo la Novena Sinfonía Beethoven? Ya nadie se acuerda. Al final, el rock, será una cuestión del siglo XX».