Era 1910 cuando Luis Maidana abrió el primer local de Casa Maidana. Era 1895 cuando en la calle Corrientes se inauguró la Farmacia del Águila. Era otra Buenos Aires la que vio nacer el Bar Ocho esquinas, y absolutamente otro el barrio de Colegiales. Si el tiempo es la sustancia de la que estamos hechos (así lo escribió Jorge Luis Borges, que nació apenas cuatro años después que la farmacia), estos rincones parecen un refugio de todo lo que pasó alguna vez por la ciudad.
Se trata de lugares históricos de Buenos Aires que se mantienen casi tal como estaban al momento de su creación. Lugares de la ciudad llenos de historia pero también de presente, a los que cualquier curioso puede acercarse hoy mismo.
1. Sombreros Maidana (Rivadavia 1923)
Lo primero que se siente es el olor. De inmediato, Adriana explica que es la combinación entre mercadería y naftalina, la mejor manera de proteger los sombreros de las polillas. El resultado es eso que se podría describir como el olor de lo antiguo, de la ropa de un abuelo, de los los lugares más lindos del mundo.
El salón es amplio. En los estantes, sombreros, todo tipo de sombreros. Los hay de gaucho, de ciudad, tipo bombín, boinas, alguna que otra gorra (las menos). De frente a la entrada, un mostrador donde trabaja un joven veinteañero. Tiene puesto un delantal y herramientas en las manos. Ahí mismo, a la vista del público, está confeccionando los sombreros, cuyos precios promedio van de los 3 mil a los 6 mil pesos, según el modelo. Los más caros son los sombreros Panamá, que se terminan en Buenos Aires pero se realizan con material importado.
Casa Maidana fue el sueño de progreso de Luis Maidana, quien llegó de Italia y en 1910 abrió su primer local de sombreros a la calle. No estaba en Congreso como el actual sino en Palermo, el Palermo de arrabal lleno compadritos e impostores del que tanto escribió Borges.
Con el tiempo progresaron. Primero heredó el negocio familiar Luis hijo y luego el padre de Adriana, la actual responsable del local. Llegaron a la dirección actual en la década del ’60. Era una Buenos Aires distinta, donde el sombrero era una marca de estatus y todos querían tener el suyo.
Hoy la cosa cambió. Los clientes, además de las personas mayores, son jóvenes a la moda, músicos, actores y actrices, modistas, algunos políticos. Es, de algún modo, una excentricidad. Pero alcanza: Casa Maidana es el único local de todo Buenos Aires dedicado exclusivamente a la confección y venta de sombreros.
2. Farmacia Del Águila (Corrientes 5000)
Al centro de la escena, una gran balanza antigua en la que se para toda persona que entra. No es un ritual vano: quien sube en ella todavía puede saber su peso. En la vidriera (doble, de esquina), un montón de frascos vacíos, algunos con líquidos oscuros. Sigue la enumeración: una raqueta de tenis, un libro, una bola de vidrio con agua hasta la mitad. En la pared, un título de farmacéutico emitido por la Universidad de Buenos Aires. Cerca, un retrato antiguo. Cerca, un expositor rosa chillón de toallitas femeninas «Nosotras». Cerca, frascos de vidrio con más drogas.
El dueño de todo esto es Arturo Domínguez. Gabriel, su cuñado, trabaja con él desde hace 30 años. Es mucho parece poco, o al revés: la Farmacia Del Águila se fundó en 1895. Quedaba en Corrientes al 5000 también, pero justo enfrente. En el local actual -gran esquina de Corrientes y Julián Álvarez- están desde 1914.
En la actualidad, el comercio abre de lunes a viernes de 9 a 13 y de 16 a 20, y los sábados de 9.30 a 13. Visitarla como atracción turística de todas formas sería extraño: todo cliente que entra lo hace con un propósito concreto. La gente la elige como opción de farmacia comercial de confianza.
Por eso mismo será que no tienen redes sociales ni se venden como un refugio en el tiempo. Lo que sí hay es un pequeño exhibidor con un libro, recortes y un anotador que parece un pequeño museo escrito. Por lo demás, medicamentos, medicamentos y medicamentos. También, productos homeopáticos, naturales, hierbas y demás materiales de herboristería, otra de las ramas del Águila.
Si bien los encargados tienen una computadora al fondo, no la usan. Chequean las medidas y precios de los remedios en un catálogo Kairos. Creen que así es más rápido, y no quieren dejar el mostrador vacío. Así, no hay ninguna pantalla a la vista. Ni una. Sí, acaso, la de los celulares de quienes entran por primera vez. Todos ellos, apenas bajan de la balanza, sacarán sus teléfonos. Nadie se va de la Farmacia Antigua del Águila sin su foto recordatoria.
3. Peluquería La Época (Guayaquil 877)
Miguel Angel se presenta como El Conde. Así lo conocen todos en el mundo de los peluqueros y los barberos. «Yo no soy coiffeur, no soy estilista: soy peluquero», aclara de entrada. La Época es su sueño y su obra. No es sin embargo un lugar demasiado antiguo, todo lo contrario: lo fundó el mismo Miguel en 1998. No obstante, todos los elementos que decoran su lugar sí son de otra época, y son por otro lado todos originales.
En el lugar hay una cabina con un teléfono antiguo (¡que todavía anda!), las sillas de peluquería son originales y los interruptores de la cortina están revestidos en cerámica blanca, como los de antes. Entre los elementos de decoración que se agolpan en las enorme vitrinas de La Época se destaca un cartel sobre un aparato que dice «máquina alemana para hacer crecer el pelo».
Para montarlo como está ahora, Miguel juntó material durante siete años. Puso un enorme cartel en la puerta de entrada (que ya era de su propiedad) y escribió: «Pronto, La Época, algo diferente». Los vecinos, que lo conocían, no sabían con qué podía salir. Y un día, apareció La Época.
La idea de Miguel Ángel era sencilla: hacer un salón para varones, donde se les cortara el pelo y ofreciera servicio de barbería. «Mis amigos me decían que estaba loco. Que quién se iba a afeitar en una barbería, que estaba el SIDA… Eran fines de los noventa. Y ahora ya ves, hay barberías en todos lados y yo siento que un poco aporté a eso», dice El Conde, orgulloso.
Su peluquería no es sólo eso: los jueves a partir de las cuatro de la tarde se juntan cantores de tanto amateurs o profesionales y, acompañados por un bandoneonista, pasan a cantar. Los viernes hay obras de teatro y los sábados shows de stand up. El precio del corte de pelo es $380. Es, por supuesto, toda una experiencia.
4. Paragüería Víctor (Independencia 3701)
Quinientos pesos, trescientos pesos, setecientos pesos. La franja de precios de los productos en la paragüería Víctor es amplia. No todos son, claro, un verdadero producto de la casa. Los hay industriales y los hay con el sello de Víctor. Todos ellos conviven en un local a la calle particular como pocos.
El encargado del local es Elías Fernández, un español de 87 años que llegó a la Argentina en 1949 y desde entonces se dedica a reparar paraguas. En avenida Independencia 3701 tiene su local. Allí, en el piso de abajo, repara las piezas que le llevan. Cada vez son menos los que llevan paraguas de categoría para reparar, y muchos menos los que todavía los compran.
El paraguas más caro del local es el Doppler Premium Largo 4970. Es austríaco. Su descripción en el catálogo del local dice: «Loden liso verde o beige (El Loden es una tela impermeable, liviana y abrigada creada en la edad media por monjes tiroleses para protegerse de la nieve. Luego el emperador Francisco José de Austria lo introdujo en la nobleza)». Cuesta casi 21 mil pesos y es uno de esos accesorios cuya valor trasciende por mucho su utilidad. Como con los sombreros, tener un paraguas de categoría antes significaba mucho. Una buena, en tiempos de crisis y ultraviolencia: ¿a quién se le ocurriría hoy robarse un mero paraguas?
5. Ocho esquinas (Forest 1186)
Gabriel es mozo en el Ocho esquinas desde hace 12 años. «Me dicen Gabriel, Mozo loco, cabezón o como sea», dice. Trabaja el turno noche. No solo recibe los pedidos sino que también es una suerte de guía turístico del lugar. «En ese box de ahí se sentaba Osvaldo Pugliese», dice. «Y también venía Cerati de pibe, porque la vieja vive acá a la vuelta», agrega.
Ocho esquinas tiene más de 70 años en Buenos Aires. El nombre es fácil de entender: Forest, Álvarez Thomas, Elcano confluyen a pocos metros de su entrada. Hoy, todas arterias de la zona de Colegiales, antes: apenas un rescoldo lejano de la ciudad.
Sus fundadores fueron un español y un alemán que llegaron de Europa. El alemán fue a la cocina, el español se encargó del salón. De ahí que sea un bar español con cocina alemana.
Su dueño actual es Miguel (el tercer dueño en 70 años). Con él al frente, levantaron cabeza después de mucho tiempo. Se encargó de mejorar la estética del lugar (respetando la apariencia original) y profundizar la identidad. En cada pared se puede ver una foto de alguien que pasó por ahí. Mayormente tangueros, la tercera pata del Ocho Esquinas.
Durante el año, se pueden escuchar algunos tangos. Si atiende Gabriel, la emoción está garantizada. Antes de la despedida, consultado sobre qué se siente trabajar en un lugar que parece suspendido en el tiempo, su respuesta se entrecorta por un pequeño llanto. Suena exagerado pero es así. «Son como mi familia», dice en referencia a los actuales dueños. Y después ofrece un abrazo intenso. Algo de eso también parece quedar flotando para siempre.
Fuente: Maximiliano Luna, Infobae.