El Prado no fue diseñado para ser una de las galerías de arte más importantes del mundo. Sin embargo, este año que celebra dos siglos de vida, el museo nacional de España puede presumir de ser el anfitrión de casi tres millones de visitantes al año en la que se ha convertido una de las colecciones pictóricas de mayor calidad en Europa.
En la década de 1780, cuando el rey Carlos III de España encargó la construcción del edificio, quería un museo de ciencias naturales para celebrar el espíritu de la Ilustración. No obstante, cuando su nieto ultraconservador, Fernando VII, llegó al trono tres décadas más tarde, puso un alto a ese proyecto. “Quería presentar la riqueza de su colección en vez de hacer algún tipo de contribución al progreso científico”, comentó Javier Portús, el curador de una exposición que celebra el bicentenario del Prado.
“La ironía es que el Prado abrió en un periodo de pensamiento claramente retrógrado en España”, agregó Portús.
La exposición llamada Un lugar de memoria, la cual permanecerá hasta el 10 de marzo, muestra cómo, desde sus inicios, el Prado a menudo navegó las aguas agitadas de la política española, en un país que pasó de ser una potencia imperial a una nación dividida por una Guerra Civil, para después atravesar por una dictadura hasta la democracia de la actualidad.
Era común que las convulsiones domésticas en España tuvieran bajo amenaza al Prado, en particular durante la Guerra Civil, cuando sacaron las pinturas más importantes del museo y las llevaron a un lugar seguro en Suiza.
En otras ocasiones, la turbulencia benefició al museo. En la década de 1830, para pagar la deuda pública de España, se expropiaron los monasterios del país junto con sus obras de arte, y algunas de esas piezas llegaron a la colección del Prado después de que fue declarado el museo nacional en la década de 1870.
Sin embargo, a lo largo de dos siglos de políticas cambiantes, el Prado ha mantenido su lugar como un símbolo de la riqueza cultural de España. “Pienso que el Prado representa la mejor imagen de España, porque es un lugar que de alguna manera siempre ha logrado superar nuestras divisiones políticas”, comentó Antonio Muñoz Molina, escritor y miembro de la Real Academia Española.
El Prado abrió durante una era dorada de expansión de los museos en Europa. El Louvre fue inaugurado en París en 1793; el Rijksmuseum en Ámsterdam, en 1800, y la Galería Nacional en Londres, en 1824.
Sin embargo, para muchos visitantes, “tal vez sea una sorpresa escuchar que el Prado tiene solo 200 años, porque es muy común que lo relacionemos con su gran colección del siglo XVI”, señaló Taco Dibbits, director del Rijksmuseum, en una entrevista telefónica. Entre los tesoros de este periodo se encuentran retratos elaborados por Tiziano y otros artistas del emperador Carlos V, quien dominó un territorio de casi 4 millones de kilómetros cuadrados, incluida la mayor parte de Europa occidental desde Flandes —donde nació— hasta España occidental —donde murió—. Los retratos se convirtieron en parte de la colección real de España y con el tiempo llegaron al Prado.
En comparación con algunos de los otros museos nacionales, el Prado es “realmente único, pues es la colección de un emperador que obtuvo lo mejor de los países europeos sobre los que alguna vez reinó España”, mencionó Dibbits. “Es especial porque es muy internacional pero, por otro lado, también tiene una identidad nacional muy clara”.
La exposición bicentenaria se centra en algunos de los muchos pintores extranjeros que visitaron el Prado para descubrir a Diego Velázquez y los otros grandes maestros españoles. Entre esos visitantes estuvieron artistas como Édouard Manet de Francia y los estadounidenses William Merritt Chase y John Singer Sargent. No solo dejaron sus nombres en el libro de visitas, sino que también copiaron o incorporaron en sus pinturas lo que habían admirado y estudiado en Madrid.
La muestra también resalta algunos de los periodos más brillantes e innovadores del Prado, incluidos los albores de los años treinta durante la Segunda República, cuando el museo tuvo un papel crucial en un programa de educación para introducir la cultura a los ciudadanos de a pie.
En esa campaña, una de las primeras muestras itinerantes llevó copias de las obras maestras del Prado a 170 pueblos de toda España, muchos de los cuales se encontraban en regiones agrícolas aisladas. Una fotografía de 1932 de Un lugar de memoria muestra a gente de un pueblo rural con boinas y pañuelos en la cabeza mientras ven una copia de Las hilanderas de Velázquez.
“Las personas analfabetas que nunca habían salido de su pueblo de pronto descubrieron a Velázquez y la increíble riqueza artística de España”, comentó Portús durante una gira reciente de la muestra. “Es el tipo de proyecto pedagógico que ahora podría imaginarse posible con el internet y las redes sociales”, agregó, “pero en esa época y por el alcance que tuvo fue un momento sin precedentes para un museo”.
No obstante, la siguiente vez que las obras del Prado salieron de gira, las circunstancias fueron más funestas. Poco después del golpe militar de julio de 1936 —instigado por Francisco Franco y algunos de sus colegas generales en contra del gobierno republicano—, Madrid se convirtió en uno de los principales campos de batalla de la que con el tiempo se prolongaría en una guerra civil de tres años. Durante uno de los ataques aéreos a la ciudad en noviembre de 1936, nueve bombas cayeron en el techo del Prado (en la exposición se exhibe el fragmento de una).
Cuando el gobierno republicano abandonó Madrid para huir a Valencia y luego a Barcelona, se llevó casi dos mil obras de arte, entre ellas más de trescientas de las más importantes piezas de la colección del Prado. A la larga, las obras se transportaron a Ginebra para salvaguardarlas.
“Todo dividió a las partes que pelearon la guerra, excepto que tal vez todo el mundo coincidía en la importancia del Prado”, mencionó Jesús Ruiz Mantilla, escritor y periodista cultural. “Una vez que Franco gana, su primera preocupación es regresar las pinturas del Prado”.
En abril de 1939, Franco ganó la guerra, con lo cual inició un periodo de dictadura que terminó con su muerte en 1975. Su régimen no solo añadió obras a la colección, sino que también financió dos nuevas extensiones a los edificios del museo, y también remplazó los pisos de madera por mármol.
Sin embargo, Franco hizo poco para promover la investigación académica en el museo y las exposiciones del Prado en aquella época eran modestas y poco osadas, de acuerdo con Portús. La principal preocupación del régimen era usar el marco suntuoso del museo para recibir a dignatarios extranjeros durante las visitas oficiales de Estado.
No obstante, en los muros de la exposición solo se explica un fragmento de la historia reciente del museo. Por ejemplo, se dice poco de la arquitectura del edificio y del papel evolutivo que tuvo en Madrid, a medida que la ciudad se hizo de otros museos grandiosos como el Reina Sofía y el Thyssen-Bornemisza después de que España regresó a la democracia.
El año pasado, casi el 60 por ciento de los visitantes del Prado fueron extranjeros. Sin embargo, aunque el museo se ha convertido en un imán turístico internacional para Madrid, la institución “sigue contribuyendo mucho a la autoestima de los españoles, a nuestra pompa nacionalista como democracia y monarquía, en el mejor sentido”, señaló Manuel Gutiérrez Aragón, director español de cine y exmiembro del patronato del museo.
Gutiérrez recordó cómo tomó forma su percepción del Prado cuando lo visitó por primera vez durante su infancia, en medio de la dictadura de Franco. “Me pareció un maravilloso conjunto de imágenes de nuestra gran historia”, relató, “lleno de colores increíbles que contrastaban con una España que en aquel entonces era muy gris”.
Fuente: The New York times