El conde sueco Hans Axel de Fersen y Marie-Antoinette de Austria, reina de Francia, se vieron por primera vez en el baile de la Opera de Versailles el 30 de enero de 1774.
El conde sueco que organizó la expedición de Louis XVI y de algunos de sus allegados, acorralados por los revolucionarios, visitó a la reina la víspera de su partida, el 19 de junio de 1791.
Luego del arresto de la familia real en Varennes, el 21 de junio, haría todo lo posible para salvarla. Horas antes de la fuga fue a ver a la reina para asegurarse que todo estuviera en orden.
Hacía varios meses que el conde Fersen preparaba esa evasión según un plan que él mismo había preparado de manera minuciosa. Pero ese 19 de junio de 1791, a la impaciencia se le agregaba el temor de que nada funcionase como estaba previsto.
A medida que la fatídica hora se acercaba, su responsabilidad le parecía cada vez más importante. Tenía que ayudar al rey, a la reina y a su familia a abandonar Francia, sacarlos del cautiverio en el que vivían desde que el pueblo los forzó a abandonar Versailles para instalarse en el palacio de las Tullerias, bajo la vigilancia de 600 soldados de la Guardia nacional.
Fersen estaba convencido que no solo debería preservar el honor de los cautivos reales sino, también, salvarles la vida. De acuerdo al plan pactado, el rey y la reina subirían de manera secreta a una carroza para ser conducidos hasta la fortaleza de Montmédy, cerca de la frontera con Luxemburgo. Irían disfrazados para no ser reconocidos y se reunirían al marqués de Bouillé, general en jefe de las tropas fieles a la monarquía. En esa posición de seguridad Louis XVI estaría en condiciones de restaurar su autoridad real.
Más allá del temor de ver fracasado su plan, otro sentimiento estrujaba el corazón de Fersen. La tragedia revolucionaria no hizo más que aumentar su amor por Marie-Antoinette, como si la brutalidad y la gravedad de esos acontecimientos hicieran más extraños y preciosos esos sentimientos nacidos entre la indiferencia y la finura.
No se olvidaba del primer encuentro, imprevisible, durante el baile de máscaras en la Opera, el 30 de enero de 1774. Marie-Antoinette llevaba una máscara de terciopelo lo que sin duda facilitó el «coup de foudre» (el flechazo): no reconoció a esa mujer.
Al saber, esa misma noche, que se trataba de la sucesora del reino, sin cesar quiso alejarse de ella para olvidarla, sirviendo en el ejército real durante la guerra de la independencia norteamericana.
Sin embargo, esos eventos trágicos les dieron muchas ocasiones de encontrarse sin ser escudriñados, ni espiados por la corte. Ese pensamiento le procuraba una especie de placer culpable en momentos en los que tomaba el pasadizo secreto que lo llevaba a los aposentos de su amada. Cada vez que se le acerca su corazón latía más rápido. Sentada cerca de su tocador Marie-Antoinette se daba vuelta bruscamente al oír que golpeaban a su puerta.
«Entre querido amigo», y su mirada, que antes se mostraba muy feliz, ahora estaba invadida por la inquietud. Se acerca a ella y tomándole las manos le dice «todo está listo, le murmura, dándole un beso en la frente. Mañana estarás lejos de este furor y de este odio que te oprime». Marie-Antoinette suspira y mirando por encima de su hombro murmura «preferiría esperar un día más. No confió en la doncella que te cruzaste al llegar. Es la amante de un revolucionario de la peor calaña. Pasado mañana no estará de servicio».
Fersen frunció sus cejas. «Hemos esperado demasiado. Mucha gente está al corriente. Cuanto más tardamos más corremos el riesgo de ser traicionados». Viendo a su amada estremecerse y sus ojos sombríos la tomó en sus brazos. «No te inquietes. No haremos nada que pueda contrariarte, y tienes razón de ser prudente». «Hay otra cosa, prosigue ella bajando los ojos. El rey no quiere que nos acompañes más allá de Paris».Fersen no respondió. Su rostro estaba cansado por la tensión de las últimas semanas. Jamás mencionaban al rey cuando estaban juntos.
Louis XVI no ignoraba la reciproca pasión, pero tenía una muy alta opinión de su esposa para osar hacerle el menor reproche. La incesante presencia del hidalgo sueco desde hacía tiempo despertó en el rey, anque no tan emotivo, las premisas de un sentimiento de celos. Frensen asintió con la cabeza sin contestar. Antes de partir de los aposentos de la reina se detuvo. «Que hay en todas esas maletas?». Marie-Antoinette se ruborizó. «Es nuestra ropa de gala. Una vez que hayamos llegado a Montmédy tendremos que abandonar nuestros trajes de viaje».
Deseoso de asegurarle un viaje a la altura de su rango Fersen tuvo que hacer fabricar un vehículo especial con todas las comodidades posibles: vajilla de plata, guardarropa, provisiones de comida, vinos para el rey…
Para arrastrar esa carroza se necesitaron no menos de 8 caballos lo que haría demorar el cambio en las postas de relevo. Cada reabastecimiento demoraba el momento en que al fin estuvieran a salvo. Todo eso no dejaba de inquietarlo. Pero el conde escandinavo no contradecía a la reina. Incluso esa fuga discreta se transformaba en una expedición llena de grandes cargas.
Dos días más tarde Fersen disfrazado de cochero acompañaba a la reina, al rey, a sus hijos y a madame Elizabeth, hermana del rey, y se dirigiría a Bondy donde los esperaba la carroza con 8 caballos que los conduciría a la frontera. Todos en la carroza tenían nombres falsos: la baronesa de Korff, viuda de un coronel ruso que va a Francfort con dos niños, una mujer, un valet de cámara y tres sirvientes. En Bondy, Fersen emocionado por la separación miraba cómo se alejaba la carroza, esbozando una breve señal de la cruz.
Lamentablemente, luego de tantos recaudos, los integrantes de la carroza fueron reconocidos en Sainte-Ménehould por el jefe del relevo, Jean-Baptiste Drouet.
El rey y su familia fueron arrestados en Varennes y llevados a París el 25 de junio en medio de una atmósfera cargada de odio e incomprensión.
La confianza entre el pueblo y la familia real se había quebrado. Desesperado el conde Hans Axel de Fersen puso todo en ego para salvar a Marie-Antoinette. Movilizó a las monarquías europeas para que le declarasen la guerra a Francia a fin de suscitar una reacción en favor de la familia real. Pero no llegó a buen puerto su gestión. A pesar de los dramas Marie-Antoinette sería fiel al que tanto amo. Antes de ser encerrada en la prisión del Temple le escribirá unas sentidas frases: «Cuídese para mí. Ya no podré escribirle más, pero nada en el mundo me podrá impedir de adorarlo hasta la muerte».
__________________________________________________
*Jorge Forbes es un periodista argentino que reside en Francia y que desde 1982 es corresponsal en París para diferentes medios, tanto en la Argentina (Radio Continental), como de Estados Unidos (Voice of América), México (Radio Noticias) y Uruguay (Radio Sarandí).
Actualmente colabora con Diario de Cultura y con Arte y Colección y propone visitas en la capital francesa (privadas o en grupo, no mas de 4 personas) por lugares donde vivieron argentinos famosos y conocidos, así como sitios poco conocidos para turistas, incluso aguerridos en la materia. Se recomienda hacer el pedido por email a [email protected] o al teléfono celular en Francia: 00 336 0683 7915.
Se puede igualmente visitar su pagina web: www.jorgeforbes.com.ar