En la noche del 12 al 13 de abril de 1814, Bonaparte recostado en su cama, pensaba en los eventos que se precipitaron esos últimos días.
El fin de la campaña de Francia con la derrota ante los ejércitos de la coalición de Rusia, Austro-Hungría, Prusia, Gran Bretaña, Italia y España; su renuncia el 6 de abril y la traición de sus mas próximos aliados.
Le pidió a su chambelán que cerrara las persianas y que dejase apenas una pequeña lámpara encendida en su escritorio. La cabeza le daba vueltas. Se negaba a cenar con el último círculo de sus fieles seguidores y se retiró.
Un raro ambiente reinaba en el ambiente del château. No podía dejar de pensar en los hombres que bajo su poder e influencia vieron llover honores, dignidades y riquezas. Esos mismos que hoy se apresuraban en alabar al Zar Alexandre 1.° que ocupaba París. Pensaba en sus antiguos mariscales.
Murat, rey de Nápoles, que prefirió salvar su corona antes que al Imperio, pactando con los italianos. Bernadotte, el rey de Suecia, que lo debilitó sin cesar. Marmont, que consiguió ser duque de Ragusa, le dio el golpe de gracia al capitular sin notificarlo.
Esta defección lo obligó a abdicar sin siquiera haber podido legar la corona a su hijo, rey de Roma, de 3 años, ni confiar la regencia a su mujer, Marie-Louise de Austria.
Pero la palma de las perfidias le correspondió a Talleyrand. El vicegran elector del Imperio hizo posible y deseable el retiro del poder y el regreso programado de Louis XVIII. A propósito de su titulo Fouché tenia razón al decir que era el ultimo «vice» (vicio) que le faltaba.
Se niega al regreso de un Borbon
Napoleón echó una mirada sobre su escritorio, allí mismo donde los generales Caulaincourt y McDonald habían dejado el tratado fijando las condiciones de su partida honorable, escribieron.
Tenía la autorización para conservar su titulo de Emperador, así como una importante suma de dinero que le sería pagada. Único y sombrío legado para el hombre que dominó una gran parte de Europa, se vio obligado a acceder a un ridículo reino de apenas un centenar de kilómetros cuadrados : la isla de Elba.
Ese tratamiento irrisorio lo hizo sentir muy humillado. Sin embargo, si se negaba a ratificar ese infamante tratado no se resolvía su retiro seguido de la restauración de la dinastía de los Borbones, representada por Louis XVIII, hermano menor de Louis XVI.
Solo en ese escritorio oía los ruidos y observaba las sombras. El château estaba vació, pero su silencio era el de la derrota. Se habían retirado los generales, cortesanos, adulones y aliados del Emperador. Los dos emisarios que le habían traído el ultrajante tratado dormían en el palacio.
La proximidad con esos hombres, sus mas fuertes apoyos, que vinieron a asestarle un golpe, era para él, insoportable. Esa noche sería la ultima. Así lo había decidido. La muerte ya le parecía familiar. Siempre lo había atraído, y la perspectiva del suicidio no lo espantaba.
«Hubert puedes venir, por favor», llamaba Bonaparte a su ayuda de cámara. Este dormía en la pieza de al lado. «Quisiera que me traigas papel y una pluma». Napoleón se sentó. Antes de morir quería escribir sus adioses a Marie-Louise de Austria, la Emperadora, la que le permitió aliarse a la mas importante familia de Europa: los Habsburgo. Fue a reunirse con su padre y su hijo a Orleans. No los volvería a ver jamás y era una de las razones por las cuales quería morir.
Un sentimiento de amargura lo atrapaba al pensar que Marie-Louise se alió a su familia, la coalición unidos contra él, sus enemigos. La habrá amado tal vez?. Al cabo de algunas lineas, rompió la hoja y tomó otra. Una carta de adiós era imposible formularla.
«Necesita algo mas, majestad», le preguntó Hubert, extenuado. “No gracias puedes ir a acostarte”. Napoleón esperaba que el silencio reinara en el dormitorio de su ayuda de cámara para tomar un vaso y una botella de agua. Puso una mano en un bolsillo de su chaqueta y sacó un sobrecito que guardaba desde la campaña de Rusia. Contenía cianuro. Le había pedido a su médico que le preparara ese veneno en caso de que cayera prisionero. El veneno, pensó Napoleón, era la única manera de morir sin hacer correr la sangre. De manera muy limpia. Sus soldados podrían reconocerlo en su féretro. Volcó el contenido de cianuro en un vaso, le agregó el agua y con una cucharita revolvió todo y se tomó ese brebaje mortal.
Al cabo de pocos minutos Napoleón comenzó a retorcerse de dolor. Los espasmos eran cada vez mas fuertes. Alertado por los gemidos su ayudante de cámara ingresó en la habitación. El rostro desencajado de Napoleón articuló difícilmente: «Ve a buscar a Caulaincourt !». A las 3 de la mañana el general Armand de Caulaincourt estaba al lado del Emperador: «Majestad, que ocurre ?». «Muy pronto ya no estaré en este mundo. Bebi cianuro. Tome esta carta y entréguesela a Marie-Louise. No puedo estar separado de ellos, prosiguió Napoleón, y seguir soportando todas esas humillaciones, le vida en la isla de Elba sera lúgubre”.
Recuperando sus facultades le gritó a su ayudante de cámara: «Llama a Yan, el doctor que preparo el veneno !». Horas mas tarde Napoleón vomitaba todo lo que había bebido. Estaba mejor y sentía que la muerte se alejaba.
A las 7 de la mañana el Emperador superó la crisis y le murmuraba a Cauliancourt: «Si ni siquiera la muerte me quiere es hora de que me vaya !». El 20 de abril ratificó el tratado y le dijo adiós a sus soldados en el gran patio del château.
Su exilio en la isla de Elba duraría 300 días. En marzo de 1815 el Emperador volvería a Francia para reconquistar el poder durante el episodio de los 100 días, que culminaría con la derrota, ya definitiva, el 18 de junio de 1815, en Waterloo. Moriría en 1821 en la isla de Santa Elena.
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*Jorge Forbes es un periodista argentino que reside en Francia y que desde 1982 es corresponsal en París para diferentes medios, tanto en la Argentina (Radio Continental), como de Estados Unidos (Voice of América), México (Radio Noticias) y Uruguay (Radio Sarandí).
Actualmente colabora con Diario de Cultura y con Arte y Colección y propone visitas en la capital francesa (privadas o en grupo, no mas de 4 personas) por lugares donde vivieron argentinos famosos y conocidos, así como sitios poco conocidos para turistas, incluso aguerridos en la materia. Se recomienda hacer el pedido por email a [email protected] o al teléfono celular en Francia: 00 336 0683 7915.
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